Aunque no haya datos precisos sobre su fecha de nacimiento, se sabe que el tango nació como danza (y casi simultáneamente como música más o menos elaborada) entre 1870 y 1885. Desde entonces, forjó una rica historia que se alimentó del fervor popular pero también del tesón de sus protagonistas, porque la realidad es que no siempre fue un fenómeno cultural masivo. Sí fue uno de los géneros preferidos de los porteños durante las primeras cuatro décadas del siglo XX, con un pico de popularidad en los años ’40.
Desde mediados de la década del ’50, como ocurrió con tantas músicas nacionales de otros países, el tango fue perdiendo adeptos ante la irrupción del rock and roll y algunos otros agentes de relativa incidencia como la llegada de la televisión, la caída y proscripción del peronismo y el propio adocenamiento de buena parte de la producción tanguera. Lo cierto es que durante al menos 20 años el tango pasó a ser “cosa de viejos”, ya que la gran mayoría de los jóvenes no lo veía con buenos ojos. En 1983, con el regreso de la democracia que coincidió con el estreno en París del mítico espectáculo Tango Argentino, la música típica de Buenos Aires empezó a recuperar algo del prestigio perdido. Pero fue recién a principios de los ’90 cuando se hizo evidente cierta efervescencia, aunque todavía muy “under”, hecha de milongas, clases, conciertos, espectáculos y oyentes.
Aunque sin dejar de ser un fenómeno minoritario en términos de mercado local de consumo masivo, en la década del 2000 el tango siguió ganando espacio en los gustos de la gente, en los medios de comunicación y, sobre todo, en las conciencias de los argentinos como valioso patrimonio artístico, mucho antes de la polémica declaración de la UNESCO.
La gran fiesta popular
En concreto, la manifestación más genuina y estable de ese crecimiento fue la de un renovado circuito de milongas. Es en los bailes sociales donde se volvieron a cruzar, los siete días de la semana y hasta avanzadas horas de la madrugada, ricos con pobres, jóvenes con veteranos, expertos con principiantes y locales con extranjeros, sin más interés que el de disfrutar abrazados. Hablamos tanto de lugares de atmósfera tradicional como Gricel, el club Sunderland, Niño Bien, La Baldosa, El Beso o la Confitería Ideal (estos últimos dos con sus diversos organizadores) como también de otros más informales como La Viruta o El Gardel de Medellín, así como también de otros más bien eclécticos como Porteño y Bailarín y el Salón Canning (particularmente los días organizados por Omar Viola).
Los espacios más relajados, con una observación menos rígida de los llamados códigos milongueros, crecieron significativamente en los primeros años de la década, producto de la llegada masiva de jóvenes al tango y también de una política para atraerlos y mantenerlos por parte de los organizadores. En ese contexto, surgieron las prácticas, encuentros sin tandas y con menos códigos milongueros, cuyos ejemplos paradigmáticos están hoy vigentes en El Motivo y Práctica X. Simultáneamente, se va percibiendo en todo el circuito la extinción paulatina de milongueros históricos, que junto con cierto conservadurismo, se llevan para el más allá montones de conocimiento. Otro ingrediente nuevo de los últimos diez años fue la participación de una nueva camada de bailarines profesionales o semi-profesionales provenientes de otras danzas o de otras disciplinas, incluso no artísticas.
En cuanto a estilos de baile, se delinearon claramente tres, en buena medida como resultado del trabajo de academias que los difunden sistemáticamente. Por un lado, el tango salón, el más clásico y extendido, pero también el más amplio en cuanto a sus posibles características. Casi todos los bailarines argentinos enseñan, con alguna u otra variante, tango salón. Como parte de esta modalidad, cobró un inusitado renombre el llamado estilo Villa Urquiza, reconocible por sus formas elegantes, pausadas y bien al piso. Carlos y Rosa Pérez, milongueros mayores del club Sunderland, se erigieron en referentes del estilo al entrenar a varios de los últimos campeones mundiales de tango salón. Por otro lado, mantuvieron su fervor los militantes de “estilo milonguero”, de abrazo cerrado y movimientos más económicos pero también más accesibles. Esto ocurrió, en buena medida, gracias a los esfuerzos de Susana Miller, Ana María Schapira y Cacho Dante, entre otros. La gran novedad de la década fue la cristalización bajo el rótulo de “tango nuevo” de ciertas experimentaciones iniciadas en los ’80 por Gustavo Naveira, Fabián Salas y Mariano “Chicho” Frumboli. Términos como “volcadas” y “colgadas”, figuras típicas del estilo, se hicieron habituales en las explicaciones de muchos de los profesores actuales.
Los disc-jockeys, si bien crecieron en número, no variaron sustancialmente el tipo de música que emiten para el baile. Sólo incorporaron algunas orquestas nuevas de corte tradicional y algún que otro bloque de tango electrónico como gran audacia. El resto se reduce a las trilladas grabaciones de la llamada época dorada: Di Sarli, D’Arienzo, Troilo, Pugliese, De Ángelis, D’Agostino-Vargas, Caló con Verón.
La transmisión del sortilegio
Como ocurre también en otros ámbitos de la danza, la docencia fue la principal fuente de ingreso de los bailarines de tango en Buenos Aires. Sean particulares o colectivas, en el marco de una academia, como parte de un festival o previas a una milonga (las más), las clases cumplen un rol fundamental en la propagación de la pasión antihoraria, ya que hace alrededor de 50 años que se perdió la transmisión natural del baile de padres a hijos. Si bien expuso al público a improvisados de toda laya, en términos generales la explosión de opciones formativas redundó en una mejor organización de las nociones, forzó la evolución de la docencia hacia técnicas más modernas, sugirió la necesidad de tender puentes con las generaciones mayores y en muchos casos se organizó en instituciones especializadas en la enseñanza del tango. En el período analizado surgieron la Escuela Argentina de Tango (2002) y las de Carlos Copello (2004) y Pablo Villarraza y Dana Frígoli (DNI, 2005), en tanto continuaron con una valiosa tarea otras como la Fundación Konex y La Escuela del Tango de Claudia Bozzo. Algunas milongas como El Beso y La Viruta también desarrollaron un concepto orgánico de academia con las clases previas a los bailes. En tanto, dos instituciones públicas realizaron variables aportes a la formación de nuevas generaciones de artistas y difusores: la Academia Nacional del Tango a través del hoy perimido Liceo Superior del Tango y, sobre todo, el Gobierno de la Ciudad a través del Centro Educativo del Tango, originalmente conocido como Universidad del Tango.
Una experiencia particularmente valiosa fue la del Ballet Escuela, rápidamente rebautizado como Academia de Estilos de Tango Argentino (ACETA). Bajo la dirección de Silvana Grill, el organismo de la Secretaría de Cultura de la Nación reunió a los milongueros más prestigiosos con jóvenes bailarines para que los primeros transmitieran figuras y estilos que corren el riesgo de morir junto con ellos. Lamentablemente, luego de tres años de lecciones el curso fue clausurado por falta de fondos.
Como novedoso giro dentro de las variantes pedagógicas del período, cabe mencionar el de los Desafíos Maestros, en los que dos parejas de bailarines se van turnando en el comando de una clase en la Práctica X, cada marzo.
Festivales al por mayor y el baile como competencia
Así como el Festival de Tango organizado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires siguió creciendo hasta convertirse en el evento más multitudinario del año, también se consolidó como un cambiante muestrario de la diversidad del género. Antes en febrero-marzo, ahora en agosto, son muchos los argentinos que aprenden los pasos básicos (y no tan básicos) gracias a ese encuentro. En los últimos diez años surgieron además varios festivales temáticos: el Cambalache (de fusión entre el tango, el teatro y la danza contemporánea), el Milongueando (sobre estilo milonguero), el Camicandó (dedicado al estilo canyengue), el Lady’s Tango Festival (focalizado en el rol femenino) y el Festival Internacional de Tango Queer, que promueve el baile con roles no sujetos al sexo del bailarín.
Una de las novedades más interesantes fue el Congreso Internacional de Tangoterapia, una visión multidisciplinaria que estudia cómo el tango puede mejorar la calidad de vida, prevenir enfermedades, disminuir los síntomas de las ya adquiridas, atenuar algunas discapacidades y retrasar el envejecimiento. Asimismo, se mantuvieron otras propuestas clásicas como Bailemos Tango (de Johana Copes), la Pulpo’s Tango Week (de Norberto Esbrez) y el Congreso Internacional de Tango Argentino (CITA), pionero en esto de combinar clases al por mayor durante el día con actividades recreativas por la noche, una idea llevada a cabo por el bailarín Fabián Salas.
Un evento propio de esta década –surgió en 2002– fue el Campeonato Mundial de Baile de Tango. Organizado cada agosto por el Gobierno de la Ciudad, congrega a un promedio de 420 parejas de todo el mundo, algunas ganadoras de campeonatos clasificatorios previos, para competir en dos categorías: Salón y Escenario. Aunque resistido por buena parte del ambiente milonguero, el Mundial representa un gran motivo de encuentro, además de una fabulosa oportunidad para aprender mucho en poco tiempo, ya sea tomando alguna de las clases gratuitas que se ofrecen, como observando los espectáculos (también gratuitos) o siguiendo la competencia. Para algunos productores de bienes y servicios es además una notable oportunidad de negocios, ya que alrededor de 200.000 personas circulan por la sede central del campeonato durante los 10 días de competencia.
De las 14 parejas que hasta hoy accedieron al título mundial, sólo dos fueron extranjeras: la de los colombianos Diana Giraldo Rivera y Carlos Paredes (campeones de Escenario en 2006) y la de los japoneses Kyoko y Hiroshi Yamao (campeones de Salón en 2009). En las últimas ediciones el perfil de los competidores indica que el Mundial es más un trampolín para profesionales en ascenso que un detector nuevos valores entre los bailarines amateurs.
Los brillos del show
En materia de espectáculos, la primera década del siglo XXI deja un sustrato claramente diferenciable entre las puestas “for export” de las casas de cena-show y otras más volcadas a la innovación.
De las primeras, varias redondearon shows acabados y de alto nivel técnico. Vayan como ejemplos los casos de Complejo Tango (bajo la dirección de Carlos Bórquez), Tango Palace (concebido por Héctor Berra), y Tango Porteño (cuyas líneas estéticas corresponden a Dolores de Amo). Son además muestras de una serie de emprendimientos similares que proliferaron en la década al influyo de la devaluación cambiaria de 2002 y el boom turístico que experimentó el país desde entonces. El público de esos locales está compuesto en más de un 90% por extranjeros.
De las segundas, se destacaron por diferentes razones las realizaciones de Camila Villamil y Laura Falcoff (Anoche, 2007), Claudio González y Melina Brufman (Episodios cifrados en tango, 2006), Natalia Games y Gabriel Angió (Plan B, 2004), Carlos e Inés Bórquez (Micifuz, el cabaret del amor, 2003 y Al compás del corazón, 2001) y las del grupo Tango Protesta (particularmente Postales callejeras, 2003). Ya con un formato más tradicional, resultaron también muy meritorias las búsquedas de la compañía Corporación Tangos (de Alejandra Armenti y Daniel Juárez) y la historia que montó Mora Godoy en Tanguera, así como las fórmulas repetidas pero logradas de Miguel Ángel Zotto, en la continuidad de Tango x 2 sin Milena Plebs.
Tanto esos espectáculos como los festivales internacionales que proliferan en todo el mundo están animados por decenas de brillantes bailarines de no más de 40 años que lograron imponer sus nombres en el decenio reseñado. Listarlos, además de tedioso, sería inevitablemente injusto con algunos.
Paralelamente, se consolidó la costumbre de programar una exhibición de baile como parte de los atractivos que ofrecen las milongas porteñas. En algunas fechas, hasta se llegan a presentar pequeñas obras coreográficas, como extractos de otros shows más extensos o como puestas especialmente diseñadas para la ocasión, considerando tanto los cuatro frentes que presenta la pista de baile como la necesidad de un formato necesariamente breve para no interrumpir demasiado el baile social.
Carlos Bevilacqua
En las imágenes: arriba, la milonga del club Sunderland, un viernes a la noche (foto de Carlos Bevilacqua); a continuación, Gustavo Naveira y Giselle Anne en una "colgada" (foto cedida por Gustavo Naveira); más abajo, una imagen parcial de la Práctica X uno de tantos martes (foto de Carlos Bevilacqua); más abajo, Kyoko y Hiroshi Yamao , campeones mundiales de tango salón 2009 (foto gentileza del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires) y, por último, Claudio González y Melina Brufman en uno de los Episodios cifrados en tango (foto gentileza de Tango Pulenta).
Publicado el 6-4-2010.
Publicado el 6-4-2010.