El de Sergio Pujol en el libro Canciones argentinas 1910-2010 es un trabajo fenomenal. De manera rigurosa y a la vez amena disecciona 140 obras escritas durante el segundo siglo de la patria, no casualmente ese en el que la música llegó a ser un asunto masivo. La recopilación, tan abarcativa como polémica, fue una buena excusa para charlar con él sobre esas misteriosas confluencias entre letra y música.
La materia es de por sí fascinante, por los múltiples universos que abarca y por todo lo que moviliza a nivel emocional. Las canciones socialmente más trascendentes de la Argentina moderna constituyen uno de los tópicos más entrañables que puedan imaginarse. A tono con esas vastas dimensiones, Sergio Pujol logró reflejar la naturaleza de 140 de esas mágicas combinaciones de letra y música en Canciones argentinas 1910-2010, volumen editado hace dos años por Planeta. A cada una le dedica entre dos y cuatro páginas en las que indaga con agudeza en las particularidades de sus versos y sus partituras, menciona las versiones más felices, incluye datos biográficos de los autores y nos ubica en los contextos históricos en que fueron creadas. Todo con un estilo ameno, rico en vocabulario, citas sociológicas, comparaciones y observaciones que echan luz sobre aristas no siempre percibidas.
Las canciones son presentadas, por orden cronológico, en cinco períodos según los medios tecnológicos por los que más llegaron al público. Así, hay una primera parte con “Canciones en la victrola (1910-1934)”, una segunda dedicada a “Lo que cantaba la radio (1935-1956)”, una tercera abarcando “Los años del Wincofón (1957-1970)”, una cuarta alusiva a las “Piezas de un álbum (1971-1987)” y una quinta titulada “Canciones a la vista (1988-2010)”.
Por su rango y profundidad, es una obra que –se intuye– será clave para cualquiera más o menos interesado en conocer la historia de la música popular argentina, ahora o en el futuro. Más allá de ese valor, el de Pujol es un libro para disfrutar, recordando, reflexionando, cantando y, en la medida de lo posible, con las grabaciones a mano, como para ir escuchando cada canción después de haber leído su correspondiente reseña.
Simultáneamente, por el carácter a la vez subjetivo y masivo de su contenido, el de Canciones argentinas 1910-2010 es un texto inevitablemente polémico. No están las canciones más famosas, ni las más grabadas, ni las más difundidas. Tampoco las más prestigiosas en el cenáculo de los académicos. Están las que el autor considera las mejores en cuanto a cualidades artísticas y a lo que él llama “representatividad histórica”. Para coincidir o para disentir, ahí está su magnífico trabajo, producto de una hermosa idea que supo concretar con diversas herramientas.
Historiador especializado en música popular, ensayista, periodista y docente en ámbitos terciarios, Pujol es autor de once libros. A sus 53 años, lleva publicados, entre otros títulos, Jazz al sur, Discépolo, una biografía argentina, Historia del baile, Rock y dictadura. Crónica de una generación (1976-1983) y En nombre del folclore. Biografía de Atahualpa Yupanqui. Por encima (o por debajo) de esos logros, es desde chico un melómano voraz. Acaso tan sensible, analítico y cordial como se mostró en la charla que a continuación se resume.
¿Cuánto tiempo de trabajo te demandó Canciones argentinas?
Un año, desde mediados de 2009 a mediados de 2010. La idea fue hacer un libro de bicentenario. Por supuesto que hay un trabajo previo que es mi vínculo emocional con las canciones, con la discografía y con las temáticas de música popular. El material es totalmente original, no hay nada editado en otros trabajos. Me senté a escribir una canción por día con un método de trabajo netamente periodístico. En ese sentido, me ayudó mucho mi experiencia en periodismo cultural, una segunda profesión que nunca abandono del todo. Yo empecé a escribir en el diario El Día de La Plata en 1980, a los 19 años. Tenía una columna semanal de música popular. Y trabajé como 20 años de periodista. Después, en los ‘90 escribí mucho en el suplemento Cultura y Nación de Clarín. Además siempre estuve haciendo algo de radio.
¿Cuál fue el criterio de selección de las canciones?
La selección me llevó bastante tiempo y fue ardua. No es una selección que responda a métodos científicos. Uno de los requisitos que debían cumplir las canciones fue que tuvieran representatividad histórica, o sea que me permitieran tratar algún aspecto de la época en que fueron creadas. Sin extenderme demasiado en eso, porque es un libro de crítica musical más que de historia. Las canciones están presentadas en orden cronológico por la fecha de su primera grabación y considerando un balance entre los períodos y los géneros. Lo que más hay es tango, pero no supera el 45% de las canciones, hay también mucho de rock, bastante de folclore y un poco de otros géneros. El más flaco es el último período porque es difícil evaluar canciones demasiado recientes. Por eso, el último capítulo tiene mucho de apuesta personal, porque me permito decir: “A mí me parece que estas canciones son importantes, que tienen algo que las va a hacer trascender en el futuro”.
¿Cuánto pueden haber influido tu edad, tu condición de platense y tu extracción social?
Mi condición de platense, muy poco, al menos de manera conciente. Mi edad sí, no tanto porque haya volcado experiencias personales sino por el modo de escuchar música. Creo que hay una manera de apreciar y de analizar la música a través del disco que es muy de mi generación. Para mi hijo, por ejemplo, el álbum no tiene ninguna importancia. Él escucha la música de manera fragmentaria por la computadora, elige qué canciones quiere escuchar y se hace su propia selección. Ahí me parece que hay no sólo un cambio de formato y de modo de comercialización, sino también de una manera de escuchar la música. Mi edad también puede haber influido por la fuerte experiencia que para mí significaron el jazz rock y el rock progresivo. En cuanto a mi condición social, ya lo dijo Bourdieu: es imposible escapar de eso. Creo que se nota especialmente cuando me acerco a los productos más “populares” y trato de hacerlo despojado de los prejuicios de clase pero sin paternalismo. Ese esfuerzo que hago por incorporar una canción de Gilda o una de La Mona Jiménez delata una distancia, una dificultad.
¿Qué reproches recibiste?
Una de las críticas es que hay poco chamamé, lo cual es verdad. Aunque están los grandes, como Tránsito Cocomarola, no aparecen todos los chamamés que desearía un correntino. También hay poca canción cuyana. Lo que pasó fue que, si bien contemplé que estuvieran presentes todos los géneros, las épocas y que hubiese mujeres, no trabajé con las regiones, que hubiese sido meterme específicamente en el mundo del folclore. Porque el folclore no es uno, son varios, por regiones. No podía dar cuenta de todas las especies regionales. Pero me parece que están todas las canciones folclóricas que trascendieron a nivel nacional.
¿No debería haber más cumbias a partir de 1990?
Sí, puede ser. Lo que pasa es que yo creo que la cumbia funciona de una manera mucho más aceitada en el universo del baile que en el de la canción. Es verdad que yo no soy oyente habitual de cumbia y no pienso como Jorge Panesi que se puedan decir muchas cosas sobre las letras de cumbia. No quise ser demágógico, usé un criterio de selección artística. Por eso mismo, tampoco puse todas las canciones que me gustan. Todas las canciones que están en el libro me gustan, pero hay canciones que me gustan que no están porque no tienen tantas posibilidades de indagación histórica. Por ejemplo, Ella tal vez, de Spinetta, me encanta, pero no tiene los recursos para un ensayo histórico como Los libros de la buena memoria, que no está, o El anillo del capitán Beto, que sí está.
Esa selección te debe haber planteado varios dilemas.
Sí, fue muy dificil. El nudo más complicado del libro fue justificar ciertos argumentos objetivos en un trabajo que, desde el vamos, tiene un cariz subjetivo. La selección la hice haciendo primero un relevamiento de todas las antologías, que en general son de letras. Después hice una pequeña encuesta entre amigos y periodistas conocidos. Entonces, más allá de mis recuerdos y mis gustos, escuché a mucha gente. Pero no contraté a Mora y Araujo para que hiciera una encuesta en Corrientes y Callao. Si lo hubiese hecho, el resultado de esa encuesta hubiese sido insatisfactorio para mí, porque la gente me hubiese nombrado cuatro o cinco canciones. Hay canciones que son muy importantes en la historia argentina y muchos de nosotros no somos muy concientes de eso. Por ejemplo, una canción como La pulpera de Santa Lucía, ¿cuánta gente del común la mencionaría? Sin embargo, es una canción que tiene un peso específico histórico innegable.
¿Tomaste los géneros como ejes?
En buena medida. A mí me cuesta mucho pensar la música fuera de los géneros. Creo que los géneros tienen marcas y códigos fuertes. Cuando decimos que la música es un vector de identidad para algunos sectores de la población, en general, estamos hablando de géneros. El género es una marca del mercado musical pero además hay elementos objetivos, formales, que hacen que los géneros existan y tengan su historia, sus medios, sus defensores y sus críticos.
Pero hay muchas canciones importantes que no pertenecen a un género.
Sí, claro. No soy de aquí ni soy de allá, de Facundo Cabral, ¿a qué género pertenece? Las de María Elena Walsh, ¿a qué genero pertenecen? De hecho, una de las razones por las que esas canciones trascendieron es que fueron remisas a quedar encuadradas en un género. En muchos casos, no las contempla un género pero sí la época. Fijate que las canciones más notables de María Elena Walsh son todas de mediados de la década del ’60, una época de mucha reivindicación de la canción popular pero a la vez de fuerte cuestionamiento a los géneros tradicionales.
En los cien años analizados hay una primera mitad dominada por el tango y una segunda dominada por el rock. ¿Son los dos géneros más trascendentes de la música popular argentina?
Me parece que por el hecho de que se conforman en la ciudad de Buenos Aires, donde están todas las industrias culturales, donde se da la mayor concentración de población y por nuestra cultura unitaria, tanto el tango como el rock ocupan lugares hegemónicos. El primero hasta la década del ’50, que es cuando se produce una transición que el folclore aprovecha para meterse, a partir de la llegada de Los Chalchaleros a Buenos Aires y demás. Fijate que la época de mayor trascendencia del folclore es toda la década del ’50 y la primera mitad de los ’60, que son justamente los años de decadencia del tango en los que todavía no se ha conformado una canción joven a través del rock. Si bien el folclore nunca tuvo esa presencia hegemónica y mediática que han tenido el tango y el rock, está presente de alguna u otra forma a lo largo de toda esta historia.
Carlos Bevilacqua
Imágenes: arriba y abajo, Sergio Pujol en el bar porteño en el que transcurrió la entrevista. En el medio, la portada del libro.
Leé la segunda y última parte de esta entrevista clickeando aquí.