Melografías estuvo en el 43er Festival Nacional de la Música del Litoral, celebrado hace menos de una semana en Posadas. Sus últimas dos jornadas, resumidas en esta crónica, redondearon un amplio panorama de las expresiones típicas de la región.
Las calles de Posadas son pródigas en aromas y colores. La exuberancia vegetal de la provincia se manifiesta indómita en los árboles de las veredas y en las plantas de los jardines, síntomas claros de la humedad y el calor. La vida parece más vida cerca del trópico. En una especie de metáfora sonora de tantos lapachos en flor, el Festival Nacional de la Música del Litoral, que se desarrolló del 22 al 25 de noviembre últimos en la capital misionera, brotó en decenas de shows de variados tonos y tamaños.
Para esta 43ª edición, la organizadora municipalidad local montó en el fondo del escenario una enorme pantalla de alta definición con dos laterales escindidos que mostraban la misma imagen general. El dispositivo agregó un atractivo al de por sí encantador lugar en el que se desarrolla el festival: el anfiteatro Manuel Antonio Ramírez, emplazado en un parque con barranca a orillas del mismísimo Paraná.
Tras las dos primeras jornadas (ver artículo anterior), la del sábado 24 fue una noche de grandes figuras históricas. El tramo culminante lo protagonizó el gran Ramón Ayala, poeta consular de la provincia, quien sorprendió cantando su Cosechero desde lo más alto del auditorio para luego ir bajando lentamente hacia el sutil acompañamiento de percusión y piano que lo esperaba en el escenario. Allí, a sus 85, Ayala recitó algunas de sus odas al paisaje misionero y con su guitarra de diez cuerdas interpretó su Posadeña linda, su Danza del mainumbú (tema instrumental alusivo a un pájaro cosiderado sagrado por los guaraníes) y un gualambao, el ritmo que él mismo inventó con el fin de dotar a la provincia de un género propio. Si bien por momentos carece de suficiente voz, el reverenciado juglar suple esa falencia con mucha mística y un fino sentido del humor.
La sintonía evocativa tuvo un emotivo correlato en el set de las Hermanas Vera. Con una vigencia vocal admirable, Rafaela y Bonifacia deleitaron con esa cadencia chamamecera que tan bien saben coordinar sobre un repertorio muchas veces festivo.
Aquella, a su vez, fue una noche rica en novedades. Entre las más gratas, estuvieron las voces de la correntina Carolina Rojas (afinada y expresiva intérprete de piezas de Teresa Parodi, Antonio Tarragó Ros y Ramón Ayala) y de la misionera María Belén Rupel (de apenas 19 años, intérprete de un repertorio tradicional desde un registro más bien agudo). Al menos para los oídos porteños, también resultó una agradable sorpresa el show entre cómico y musical de Los Mitá, grupo misionero que parece ideal para animar cualquier fiesta. Su cantante, dueño de un particular carisma, es capaz de cantar, tocar la guitarra, bromear o zapatear, todo en parejo nivel.
La última noche estuvo signada por la actuación de Soledad, quien convocó a buena parte de la multitud que colmó el auditorio. Recién a las 2:42 AM, la cantante de Arequito inició un recital en el que mechó clásicos de su repertorio con piezas litoraleñas sin ahorrar entrega, a pesar de su avanzado embarazo.
Pero esa jornada, que cerró con el chamamé tradicional y comprometido de Los de Imaguaré, dejó mucha más tela para cortar. Arrancó al atardecer, con la gracia del Ballet Esencia de mi tierra, de Eldorado (Misiones), artífice de cuadros grupales de cautivante belleza. Con esas secuencias, desplegadas sobre músicas diversas, habían ganado el concurso pre-festival. Más tarde, el domingo también caló hondo con la propuesta tradicional y bailable del veterano Moni Encina, las poesías del padre Julián Zini (recitadas y cantadas por él mismo al frente de su grupo Neike chamigo) y la creatividad del cantautor Joselo Schuap, esta vez acompañado por gigantescas marionetas al abordar parte del material de sus ocho discos.
Por otro lado, el festival fundamentó esa noche su carácter adicional de "5° del Mercosur" con las actuaciones del brasileño Grupo Minuano (34 años cultivando folclore gaúcho de carácter bailable) y del paraguayo Rigoberto Arévalo con su Trío de siempre (dedicado a lo más romántico del folclore de su país).
Asimismo, las dos extensas jornadas (se prolongaron por alrededor de ocho horas cada una) volvieron a albergar los espectáculos Sin fronteras y El Museo que el Ballet Oficial de la Fiesta ya había ofrecido las dos primeras noches.
Entre los saldos de la edición 2012 del festival quedaron los merecidos premios otorgados a Julián Zini (Mensú de Oro) y a Los Mitá (Consagración). Las 3.000 personas que en promedio poblaron cada noche las gradas del Ramírez se llevaron hermosas experiencias que supieron agradecer con aplausos, bailes improvisados y, claro, gritos sapukay.
Carlos Bevilacqua
En la imagen, una pareja del Ballet Oficial del Festival. Foto de Eduardo Fisicaro.
Publicado el 2-12-2012.