Sí, porque así como se va muy fuerte al piso con los pies,
simultáneamente se va muy arriba con el cuerpo. Es una danza
absolutamente catártica, que también es producto de un sincretismo,
porque se habrían ido sumando movimientos de diferentes orígenes. Es
claro que es muy diferente a lo que se baila durante el carnaval en
Uruguay, en Corrientes, o en Brasil, así como es muy diferente la música
que se toca en esos carnavales. Si vos escuchás candombe, te lleva a una
manera de moverte; si escuchás samba, lo mismo. El ritmo de la murga
porteña también incita de manera natural a los movimientos que hoy vemos
en los corsos.
En
general, fueron las de mayor arraigo del carnaval en el pueblo. El
festejo del carnaval fue muy fuerte en los ’40 y hasta el duelo de Evita (1952).
Después volvió en los ’60, con los festejos de carnaval en Avenida de
Mayo y en clubes como Comunicaciones, donde había murgas, comparsas y
grupos musicales de todo tipo. Aquel era un carnaval muy diferente al
que conocemos hoy. Era multitudinario, por lo menos en Avenida de Mayo,
pero no estaba tan descentralizado como ahora. Pasaban cosas en los
barrios, pero el corso de Avenida de Mayo era algo super-preparado y
sin apoyo oficial. La municipalidad lo único que daba era un permiso.
Con el Proceso la movida carnavalera se reduce mucho. Es la época en la
que se quitan los feriados de carnaval. Y empieza a pasar lo que está
pasando ahora recién a finales de los ’90. Desde entonces, las murgas se
multiplicaron sin parar. Y se volvieron a arraigar mucho en los jóvenes
y en los niños. Hay jóvenes que están creando sus propias murgas
después de haber crecido desde chicos en una murga.
¿Cuánto influyeron los talleres en el desarrollo durante los últimos años?
Muchísimo. Los talleres permitieron que la murga renaciera y que
llegara adonde todavía no había llegado. Había mucha gente que
desconocía qué era una murga. No era fácil enterarse de su existencia
porque habían quedado muy pocos corsos, que en su mayoría estaban en el
Gran Buenos Aires.
En el '89, con su primer taller de murga en el Rojas, “Coco” (Romero) tuvo
una visión muy inteligente. Supo ver en la murga vitalidad. Y una vitalidad muy nutricia,
porque implica acercar a la gente al arte, al trabajo comunitario y a
un desarrollo personal. La murga prendió porque tiene lugar para todos.
Por eso la semilla se fue diseminando tan rápido por todo el
país. Hoy hay murgas en Ushuaia y en La Quiaca. Uno se pregunta: ¿en
Jujuy, con el carnaval hermoso que tienen, para qué una murga? Pero los
pibes quisieron armar una murga y la armaron... Cuando empezamos a
trabajar con Coco, a principios de los ’90, había 10 murgas en la ciudad
de Buenos Aires, hoy hay más de 150.
¿Qué sectores sociales se interesan por la murga?
En
general, los medios y los bajos. En Recoleta nunca logramos meter un
corso. No sé por qué pasa eso. Si vas a dar un taller a un country, la
gente participa, pero no lo toman. Tal vez es que no lo sienten como
propio, tal vez tiene que ver con el carácter callejero de la murga...
No sé.
¿Y qué encuentran en la murga esos sectores que sí se interesan?
Diversión
para todo el verano, identidad, amistad y participación de toda la
familia, porque el que no sale está tejiendo lentejuelas, o
consiguiendo los sánguches para el viaje o pidiéndole a
Fulano que venga con el camión porque no entra todo en el
micro. También prende mucho por la posibilidad de desarrollarte
artísticamente. La murga es un canal de salida para la veta expresiva
que todos tenemos.
¿Cómo ves el apoyo del Estado a los corsos de febrero?
También es verdad que este grado de apoyo estatal no existía antes del ’97.
Es
verdad. Está genial que pase, y ojalá siga pasando siempre. Lo que pasa
es que todo resulta siempre muy cuesta arriba. Muchas veces el Gobierno
de la Ciudad nos escatimó el presupuesto o no nos daban los cortes de
calles. Es evidente que no es una actividad querida por los gobiernos,
tal vez porque cortamos la calle, juntamos mucha gente y los obligamos a
organizar todo eso. También es verdad que generamos muchos decibeles y
que cortamos el tránsito por toda la ciudad. Sin embargo, en todos estos
años no supe de nada grave que haya pasado durante un corso.
¿Por qué no hay más espectáculos murgueros el resto del año?
Yo
creo que hay muchos. Apenas termina el carnaval, varias murgas empiezan
a juntarse y a presentarse en diferentes lugares. Un
viernes por mes Los Descarrilados de Parque Avellaneda organizan un
ciclo con cuatro murgas más y un grupo de música con influencia murguera, en el antiguo tambo del barrio. Los Desconocidos de Siempre también hacen encuentros murgueros
todos los domingos en Parque Centenario, a partir de agosto. En el club
Sin Rumbo, de Villa Pueyrredón, también actúan dos o tres murgas con
una determinada frecuencia. Los Descontrolados de
Barracas, con las obras de (Ricardo) Talento, también están en actividad durante el año, ahora en el Centro Metropolitano de Diseño. Los Habitués
hacen música murguera cada vez que cantan en Café Vinilo. El grupo
Catalinas Sur usa la murga como recurso narrativo para sus obras de
teatro. Y además hay muchos grupos musicales que hacen fusiones de murga
con rock o folclore.
Y más allá de estos espectáculos, ¿qué hacen las demás murgas los once meses que no hay carnaval?
Algunas
nada. Otras siguen ensayando y se presentan en diversos lugares. Con
menos frecuencia que en carnaval, por supuesto. Es imposible sostener lo
que hacemos en carnaval durante todo el año. Porque más allá de los
corsos oficiales, hay otras presentaciones. Hay murgas que tienen tres
actuaciones por noche. Por eso, hasta por una cuestión de salud resulta
imposible sostenerlo durante el resto del año. Carnaval es carnaval.
Tiene una intensidad única.
Publicado el 10-2-2013.
Carlos Bevilacqua
Publicado el 10-2-2013.