La voz de la experiencia


Más de 40 años de trabajo como guitarrista de grandes figuras avalan las palabras de Raúl Luzzi, que en esta entrevista deja ver el sustrato de su atípica carrera como acompañante y habla con orgullo de su reciente proyección solista, basada en una fusión de ritmos urbanos de todo el planeta.

      Pocos músicos se acercan tanto a la tipología del “tocó con todos” como Raúl Luzzi. Su currículum abarca trabajos con Osvaldo Berlingieri, Fito Páez, Ginamaría Hidalgo, Chick Corea, Luis Miguel, Ástor Piazzolla, Roberto Carlos y Lolita Torres, entre muchos otros, y ámbitos que van del estudio de grabación hasta los más diversos “vivos”, desde ignotos boliches del interior hasta el Carnegie Hall de Nueva York, pasando por los estudios de la vieja Radio Argentina. Sólo un guitarrista particularmente versátil podía cumplir con tantos desafíos.
      Por las más de cuatro décadas que acredita como sesionista, uno podría imaginarse a un señor mayor, sentado más o menos cómodo sobre sus logros. Nada de eso. Luzzi no aparenta ni por asomo la edad que tiene, no sólo por su aspecto físico, sino también por su vitalidad, que tiene un síntoma no menor en su afán por dejar también una huella solista. Tras grabar un primer disco propio de tango “for export” (así lo rotula él mismo con cierto desdén), en 2007 empezó a mostrar obra propia en el disco Tiempo virtual. Al año siguiente, sus osados arreglos fueron el vehículo para que canciones del poeta Mario Dobry quedaran plasmadas en Un sueño de horizonte. Pero recién este año concretó la más acabada muestra de lo que él llama “ruba” (ritmos urbanos): el CD Órbitas urbanas, compilado de piezas escritas por Luzzi con lenguajes atípicos, tributarios de originales fusiones, muy diferentes entre sí. Allí sus ideas, de bríos sinfónicos pero que suelen asumir la forma de baladas, son ejecutadas por músicos de diferentes generaciones y especialidades. Entre ellos figuran el pianista Mario Parmisano (otrora integrante del grupo de Al Di Meola), su colega Sebastián Giunta (en teclados), Nicolás Guerschberg (también pianista de amplio espectro), el veterano aerofonista Arturo Schneider (flautista de Ástor Piazzolla, entre otros laureles), el bajista Daniel Nakamurakare (“un amigo del alma”, lo define) y el baterista José Luis Colzani (“un todoterreno, porque pudo tocar con Sergio Denis y con Lalo Schiffrin”).
      Ese flamante trabajo, editado hace tres meses por Epsa Music, motiva el comienzo de una charla distendida en un bar del barrio porteño de Belgrano, donde hoy reside Raúl, tras haberlo hecho en varias ciudades del extranjero.

      ¿Qué te propusiste con Órbitas urbanas?
      Grabar obras propias con esta concepción de la música, que con Dobry hemos dado en llamar “ruba”, que es algo así como una afluencia de todos los géneros del mundo, pero siempre con creaciones nuevas. Queremos que el “ruba” se transforme en un movimiento que cobije a todas las artes, aunque suene un poco pretencioso. La idea surgió de nuestra propia dificultad para definir lo que habíamos hecho en mi disco anterior. A Órbitas urbanas en algunas disquerías lo ubicaron en la batea de jazz, EPSA lo catalogó también como “latin” y en la venta virtual se dan curiosidades: en los sitios de Estados Unidos figura como rock, pero en los de Japón como pop. Ahora hay una categoría llamada "Músicas del mundo", por ahí también podría andar. En fin... el tipo que busca diversidad ahí la va a encontrar. 
      Las cinco primeras pistas forman parte de una Suite Ciudades. ¿A qué urbes aludís ahí?
      El primer tema, Preludio número 1, es el Buenos Aires ajetreado de hoy. Algunos me dicen: "Por momentos parece música de Piazzolla y en otros rock sinfónico pero el solo de guitarra es típico de la música clásica". Rubason, el segundo, tiene que ver con el son cubano, pero también tiene mucho del Río de la Plata, por el lado de la milonga y el candombe. Los Ángeles trata de reflejar la ciudad de Estados Unidos en su enorme dimensión. En todos los casos, son ciudades donde yo viví. Parabéns, que tiene mucho de samba y de bossa, no está dedicado a una ciudad en particular sino a todo Brasil, país del que me enamoré por su carácter eminentemente musical. Yo viví en San Pablo, pero recorrí buena parte del país. Y Kaabandaluz es una combinación de música árabe con el flamenco. El "kaaba" es un lugar sagrado en Arabia Saudita y, si bien viví en Madrid, siempre tuve fascinación por la música típica de Andalucía.
      En Órbitas urbanas también debe haber mucho del sesionista...
      Sí, claro. Empecé a tocar la viola para otros a los 15 años, mientras estudiaba en el Conservatorio Manuel de Falla. Mi viejo, que trabajaba como guitarrista en un programa de radio llamado "La peña del transportista", un día me dice: "Ya sos grande, ya estudiaste bastante, estás bien con la guitarra, ¿por qué no me hacés los cambios?" Ahí empiezo a aprender a los tumbos, acompañando a cantores de tango y folclore con los que no teníamos ningún ensayo previo. Me ayudaron mucho mis compañeros, un bandoneonista y otro guitarrista. Tocábamos todo "a la parrilla". Llegaba un tipo, para nosotros un completo desconocido, y decía "Malena en fa", por ejemplo. A partir de eso, me empezaron a llamar para otros laburos, como el de tocar en cantinas para los cantantes. Trabajé con cantantes gloriosos de tango que andaban desperdigados por ahí, porque las orquestas ya no funcionaban. Hablo de comienzos de los años '70. Paralelamente, en la radio apareció un programa que quería prolongar lo que fue el Club del Clan. Ahí empecé a aprender otros ritmos y me gustó mucho la apertura, porque en el conservatorio no me permitían pensar en otra música que no fuera la clásica. Me dije: "Tengo que escudriñar otras cosas". Entonces, me fui a estudiar jazz con Oscar Alemán. Después empecé a trabajar en lugares donde te pedían todo tipo de música, como un cabaret para turistas o en las orquestas estables de los canales de televisión. También trabajé mucho en grabaciones. Estuve un tiempo estable en Odeón con un trío de guitarras disponible sólo para cantantes folclóricos. Uno de mis compañeros de aquellos tiempos era Norberto Gurvich, luego más conocido como el Paz Martínez, incluso antes de integrar el trío San Javier.