Efecto multiplicador


El coreógrafo Pablo Rotemberg vuelve a impactar en La Wagner con un exigente despliegue físico, a cargo de cuatro bailarinas, para exponer el carácter polisémico del cuerpo femenino. La obra seguirá en escena hasta el 6 de abril en el Centro Cultural San Martín.

      Contrapuntos y leitmotivs caracterizan, a humilde juicio de quien suscribe, los últimos trabajos de Pablo Rotemberg; y La Wagner, el más reciente, no es la excepción.
      Según Oscar Araiz, en la danza "el cuerpo y el espacio tienen un valor particular que no es el común". El creador de La Wagner, con la excusa de diferentes composiciones musicales de Richard Wagner (y en menor medida de Phil Noblock y Armando Trovajoli), logra crear un espacio fuera de lo común pero a la vez reconocible, en tanto los cuerpos que lo atraviesan también son refuncionalizados.
      Como en La idea fija (creación de Rotemberg que ya va por su sexta temporada), aquí también hay cuerpos-objeto. Pero aquel mundo de violenta perfección aquí es un fragmento, una parte femenina que tal vez sea el principio de todo. Cuatro cuerpos completamente expuestos, arrojados al mundo, tal vez en actos y actitudes triviales, pero que en la desnudez, en el recorte que un preciso y bello diseño de iluminación denota, cobran una fuerza y violencia inusitadas. La estructura coreográfica reitera secuencias y movimientos y aunque Rotemberg –parafraseando a Emile Zola– lo confiesa en el programa de mano, sigue sorprendiendo y provocando. Cuatro mujeres se desempeñan con fluidez y dedicación, en interpretaciones de una sintonía casi total; y el "casi" refiere al trabajo sobresaliente de Josefina Gorostiza. La ductilidad exacta, casi matemática, que la propuesta del director y creador requiere implica un trabajo arduo pero que a la vez parece placentero para las intérpretes. Será la belleza de la composición y la correcta interpretación que asemeja la representación a una ejecución sencilla frente a los ojos del espectador; como cuando observamos los saltos perfectos del atleta olímpico y los pliegues de su cuerpo ostentan engañosamente sencillez en la acción.
      Y en esos cuerpos femeninos, plásticos, violentados, carentes y poderosos aparece la relación con Wagner. Tanto nosotras como el compositor, director, poeta y ensayista tenemos una característica que Pablo Rotemberg evidencia maravillosamente, un inmenso poder creador. La Wagner evidencia la capacidad única, la opción vital, la posibilidad de crear (vida). Rotemberg crea, entonces, este espectáculo y nos dice que plantea una reflexión sobre los estereotipos, la sexualidad, la violencia, la femineidad, el erotismo y la pornografía, y por supuesto que sí, que todo aquello es observable y disfrutable, hasta lo más violento, en este hecho artístico.
      Pero La Wagner, a juicio de esta cronista, puede ser un poco más. Puede interpelarnos desde los cuerpos golpeados, desde los rayos de luz que delimitan e increpan, y aunque parece engañarnos con esas cuatro valquirias sexualmente automáticas, en ellas, en sus cuerpos y movimientos aparece entre los compases de Parsifal, Tristán e Isolda, Sigfrido, La valquiria y Lohengrin entre otros, el verdadero poder femenino. Mujer y Wagner fueron (y son), al mismo tiempo, objetos de amor y odio. El músico, por motivos que aquí no son de nuestro especial interés y en los que no nos detendremos (búsquelos el lector por su propia cuenta, sea activo, ¡vamos!); pero ¿ellas?, ¿nosotras? Las intérpretes (Ayelén Clavin, Carla Di Grazia, Carla Rímola y Josefina Gorostiza) sólo calzan zapatillas. Sin vestir, nos descubren el verdadero poder femenino, el del cuerpo, incluso al adoptar actitudes culturalmente masculinas. Es nuestro cuerpo el que La Wagner reivindica, en una puesta en escena cuya riqueza radica en su ascetismo. El vacío es llenado por el sonido de la palma de la mano sobre la piel, esa palmada rápida, por el esfuerzo muscular, la piel transpirada, los golpes, las patadas. Y así, en una escena vacía, sólo cuatro cuerpos femeninos completan el espacio, capaces de elaborar un relato de tal subjetividad como la interpretación que esta cronista ofrece.
      Hace muchos años, Rosa Montero en un artículo en el diario El País nos llamó “hechiceras” de esta manera: "Pocas cosas puede haber en el mundo tan poderosas y tan mágicas como la capacidad de las hembras de construir vida. Quizá fuera eso lo que nos perdió, quizá los hombres se asustaron tanto ante el portento que desarrollaron el machismo para controlar a las hechiceras: a fin de cuentas, sólo se reprime y se sojuzga a aquel que se teme". Y la verdad es que ya sabemos cuál fue la intención de Pablo Rotemberg con La Wagner, pero lo que elogiamos en su bella propuesta es la posibilidad de una nueva interpretación.

Larisa Rivarola

Ficha técnico-artística
Elenco: Ayelén Clavin, Carla Di Grazia, Carla Rímola y Josefina Gorostiza. Vestuario: Martín Churba. Escenografía Mauro Bernardini. Iluminación: Fernando Berreta. Música: Richard Wagner, Phil Noblock y Armando Trovajoli. Edición y arreglos: Jorge Grela. Sonido: Guillermo Juhasz. Fotografía: Hernán Paulos. Producción Ejecutiva: Mariana Markowiecki Asistente de dirección: Lucía Llopis. Video: Francisco Marise. Asistente de Producción: Nicolás Conde. Coreografía: Ayelén Clavin, Carla Di Grazia, Carla Rímola, Josefina Gorostiza y Pablo Rotemberg. Dirección: Pablo Rotemberg. Funciones: miércoles y viernes, a las 21 y sábados y domingos a las 19 en la Sala Alberdi del Centro Cultural General San Martín (Sarmiento 1551, CABA).


Foto cedida por María Laura Monti.

Publicado el 29-3-2014.