La figura de Osvaldo Berlingieri no suele ser considerada a la hora de las antologías y los homenajes. Las evocaciones de los protago- nistas más destacados de la historia del tango priorizan otros nombres, en general de méritos inobjetables. Pero omiten el de un pianista, compositor, arreglador y director de enorme talento que brilló con estilo propio durante más de seis décadas. Tal vez por su bajo perfil, tal vez porque trabajó mucho en el exterior o en locales porteños pero dirigidos a extranjeros, tal vez porque alternó el liderazgo de sus propias agrupaciones con el acompañamiento de cantantes que –se sabe– suelen copar el cartel.
Como sea, basta escuchar alguna grabación de su orquesta (esa que recuperó para el tango el timbre de la flauta y sumaba el violonchelo), algún registro de sus tríos con Ernesto Baffa y con Leopoldo Federico, o incluso algo de lo que grabó con la Orquesta de Aníbal Troilo, para percibir que lo suyo iba mucho más allá de lo obvio. Un gusto por la experimentación, por el juego, por la sorpresa, se reconoce en cada una de sus intervenciones. Cuánto de esa inclinación puede haberse visto influida o acicateada por sus incursiones en otras músicas es un enigma abierto. Tanto como el devenir siempre cambiante de sus interpretaciones.
El libro Osvaldo Berlingieri. “Yo toco el piano”, del literato y tenaz difusor del tango Rafael Flores Montenegro, viene a reivindicar el peso específico del pianista con una prosa tan rica como ágil. Editado en 2009 por Abrazos, se trata de una documentada biografía que en 147 páginas de papel satinado recorre vida y obra del artista con el conocimiento de quien fuera su productor y director musical durante la década pasada. Es evidente, sin embargo, que el autor no se estacionó en el afecto y admiración que a todas luces lo unen a Berlingieri, sino que indagó a través de entrevistas, recolección de datos y cotejo de información para armar un relato sólido, ilustrado con decenas de fotografías en blanco y negro que no fue fácil conseguir. Es que don Osvaldo, a diferencia del tanguero estereotípico, no es muy amigo de la nostalgia. Fue gracias a la complicidad de Leda (la esposa de Berlingieri) que Flores Montenegro logró hacerse de algunas tomas históricas.
Las imágenes conmueven, sobre todo por lo que ilustran, pero no valen por mil palabras. Al menos no en este libro, donde el refrán parece invertirse, porque son los textos de los 33 capítulos los que dicen mucho. Sobre los trabajos, pero también sobre los días del retratado. La personalidad de Berlingieri, su manera de ser y de pensar, sus valores, su sentido del humor quedan claramente delineados a lo largo del libro, que va acompañando sus aventuras musicales por diferentes ciudades del mundo. Si bien fue en Buenos Aires donde más vivió y donde su corazón siempre residió, durante su juventud eligió vivir un largo período itinerante, en el que se ganó el pan animando con su música ambientes diversos en América Latina, Europa y Medio Oriente. En esa etapa que va de 1948 a 1956, la menos conocida de su trayectoria, Berlingieri se desempeñó como eficaz intérprete de tango, pero también de jazz, boleros y “música ligera”, tal como se definía entonces a lo que imponía la moda.
Antes, el relato describe la familia de origen y se narran sus primeros palotes como pianista en orquestas de tango, tras una incompleta cursada en el conservatorio. Después, la cronología más conocida: sus doce años en la Orquesta de Troilo, los mentados tríos, las agrupaciones propias, las travesuras compartidas con Los Notables del Tango y con Los Modernos, los acompañamientos pianísticos a cantantes como Roberto Goyeneche, Edmundo Rivero, Virginia Luque y Roberto Rufino, entre otros. Más acá en el tiempo, nuevos desafíos que implicaron también nuevos viajes, aunque ya por períodos más breves, porque así como a fines de los ’70 fue el soporte instrumental de la cantante española Nati Mistral en México, a mediados de los ’80 ya brillaba como pianista y director musical de Tango Argentino, el espectáculo de Claudio Segovia y Héctor Orezzoli que fue furor durante nueve años en giras internacionales por todo el planeta. Buena parte del interés que luego generó el tango danza en particular y el tango en general habrían sido provocados por el impacto de aquel show, según coinciden casi todos los historiadores del género. Al arribar al año 2006, la amena cronología cita el reconocimiento de los productores Gustavo Santaolalla y Gustavo Mozzi al incluirlo en la producción audiovisual Café de los Maestros, que reunió en dos discos, un libro y una película a los más grandes exponentes –en ese entonces– vivos del tango en toda su historia.
En el camino, hay capítulos dedicados al Berlingieri compositor (cuya obra más conocida es A mis viejos), su cinematográfico encuentro con Leda Verdini (la joven italiana que sería su compañera de vida), los secretos del buen acompañamiento de las voces cantantes y las convicciones que él nunca estuvo dispuesto a resignar. Todo con oportunos contextos históricos, esenciales para entender las lógicas de cada época.
Hasta aquí, estaríamos ante una buena biografía. Lo cual no es poco. Pero Flores Montenegro (escritor cordobés radicado en Madrid) aporta una serie de valores agregados determinantes en la calidad del todo. Por un lado, una riqueza de vocabulario inusual que, lejos de lucirse vana, se va dosificando en función del relato y como parte de una redacción tan elegante como original. Por otro, las reflexiones que introduce por doquier sobre el hombre y sus circunstancias, llevándonos directo al sentir y el razonamiento del protagonista. Y por último, el conocimiento profundo de lo que Berlingieri significa como artista, no desde lo enciclopédico, sino hablando de música, muchas veces con lenguaje poético y muchas otras con nociones concretas, lo cual –paradójicamente– es poco común en los libros sobre música y músicos.
Carlos Bevilacqua
En la imagen, la portada del libro.
Publicado el 9-7-2014.