Emotivo retrato de un transgresor esencial en "Piazzolla, los años del tiburón"


Con el aporte de material audiovisual que permanecía inédito, la película de Daniel Rosenfeld logra un cálido acercamiento a la figura de un artista que produjo un quiebre en la historia de la música popular de Buenos Aires.

      La vida de Ástor Piazzolla fue intensa. Y desde un principio cambiante, tan llena de curvas y contracurvas, de exigencias impuestas y autoimpuestas, de afanes (logrados o postergados), de viajes y regresos. Al menos en lo estilístico, el objeto de su pasión profesional cambió varias veces de foco. El resultado final fue de tantos matices que su personalidad resulta difícil de definir en pocas palabras. Como su música. Por eso, la tarea de contar su historia es siempre un desafío.
      Más si el formato es audiovisual y si se trata de alguien que vivió su niñez, adolescencia y primera juventud en una etapa previa a la televisión, alguien que (más allá de su trascendencia a largo plazo) vivió la mayor parte de su trayectoria al margen de los medios masivos de comunicación y alguien que nació en un país que no se caracteriza por conservar documentos históricos.
      Para la confección de este documental, las dificultades fueron salvadas con material surgido el propio seno de la familia Piazzolla. Es más: el abordaje elegido por el director Daniel Rosenfeld consistió, en buena medida, en entregarse al relato de uno de los hijos de Ástor, con toda la subjetividad y emotividad implícita.
      En rigor, no fue una decisión sólo estética, sino también estratégica. Daniel Piazzolla (como su padre, músico)  aportó el más valioso material que distingue a Piazzolla, los años del tiburón: una gran cantidad de filmaciones caseras en 8 mm tomadas a partir de los primeros años ’60. En esas imágenes, Ástor está compartiendo momentos con su primera esposa y sus dos hijas, casi siempre al aire libre (sea en la Argentina o en el extranjero), mostrando además una de las facetas de su carácter, que podía ser bromista como el que más.
      El otro eje testimonial sobre el que se monta el film son las grabaciones en audio que la otra hija de Ástor, la escritora Diana Piazzolla, realizó al entrevistar a su padre mientras ella permanecía exiliada en México durante la última dictadura militar argentina. En esos casetes, que también fueron materia prima de una biografía editada en libro, el músico ya mundialmente reconocido repasa su vida durante varias noches, sin apuro y con la soltura que sólo se puede sentir ante un familiar directo.
      En el devenir audiovisual no faltan los hitos de su carrera, desde aquel impensado regalo de su padre cuando él era un niño (un bandoneón que estaba en oferta en una vidriera neoyorquina) hasta el accidente cerebro-vascular que terminaría con su vida en 1992. Pasando –claro– por su primer deslumbramiento con el tango en su segundo período marplatense, el debut en la orquesta de Troilo, su lanzamiento como solista, el abandono del fueye (con el que se reconcilia tras aquella ya famosa lección con la docente Nadia Boulanger en París), el Octeto Buenos Aires, los quintetos, la inspiración que generó Adiós, Nonino, la operita María de Buenos Aires, los viajes al exterior que implicaban trabajo y reconocimiento acá tan esquivos, el revuelo que causó el estreno de Balada para un loco (en asociación con Horacio Ferrer), sus coqueteos con la electrónica ya en formato de noneto…
      Aunque más previsible, el acervo fotográfico de la familia es también muy sabroso, por lo que revela del Ástor público y del privado. Es bueno que así sea, porque ¡hay tanto para decir sobre este bandoneonista, compositor y director musical impar! ¿Qué otro nombre propio encarna como él la vanguardia tanguera? ¿Quién más generó un quiebre tal en la música típica rioplatense?
      Todo es hilvanado con el tono coloquial propio de un hijo refiriéndose a su padre, con la admiración y los rencores que toda relación filial siempre involucra, más allá de lo especial que, claro, fue el progenitor de marras.
      A medida que la cronología avanza en la pantalla, se van mechando también tomas de televisión originadas en diferentes latitudes, que en muchos casos implican contundentes dosis de música piazzolleana. Ástor también aparece en entrevistas televisivas hablando en castellano, en inglés y en francés. Y desde un principio, hay filmaciones de Mar del Plata, Buenos Aires y Nueva York hace 80, 70 o 60 años que, además de oportunas para ambientar determinados tramos, tienen la virtud de ser novedosas hasta para el habitué de los documentales de época.
      No todo es archivo familiar. Las fuentes consultadas fueron muchas y diversas, tal como puede comprobarse a través de los títulos finales. Pero además la selección fue muy criteriosa, al menos para el tono elegido. Entre ese sustrato fundamental y las imágenes creadas ad hoc con Daniel Piazzolla como narrador, Rosenfeld armó un collage lleno de poesía.
      Acaso más datos arruinen el sorpresivo deleite que produce Piazzolla: los años del tiburón, película ya acotada como opción de cartelera a sólo tres salas en todo el país (dos en CABA y una en Mar del Plata) luego de su estreno el 30 de agosto; pero todavía ejerciendo un irresistible magnetismo para cualquier alma sensible a la música.

Carlos Bevilacqua

En el fotograma, Daniel y Ástor Piazzolla caminando por Nueva York. Además imagen promocional del film.

Publicado el 16-9-2018.