La Orquesta Nacional de Jazz de Francia cerró el Festival de Buenos Aires con un homenaje a la mítica cantante estadounidense. Lejos de las versiones conocidas, los dirigidos por Daniel Yvinec rearmaron las estructuras musicales de los temas en formas que oscilaron entre lo ocurrente y lo excéntrico.
La figura de Billie Holiday es una de las más trascendentes de la historia del jazz. Su legado como cantante de extraordinaria capacidad expresiva para canciones sobre amores difíciles la ubica en un lugar de privilegio al que sólo pueden aspirar otras vocalistas fundamentales del género como Ella Fitzgerald o Sarah Vaughan. Fue ese repertorio clásico, asociado a su voz, el que eligió anoche la Orquesta Nacional de Jazz de Francia para presentarse por primera vez en la Argentina en una circunstancia destacada: el cierre del Festival Internacional de Jazz organizado por el gobierno porteño. Sin embargo, quien haya ido a regodearse con los tiempos conocidos de la mítica cantante estadounidense se habrá enfrentado, a poco de andar, con una realidad muy distinta.
Dirigidos por Daniel Yvinec, los 10 músicos de la orquesta fueron abordando temas como Solitude, I’m a fool to want you, Strange fruit o Don’t explain pero reelaborando las melodías, modificando los ritmos e introduciendo solos que bien podían considerarse piezas en sí mismas. En varios tramos las innovaciones alcanzaron también a los timbres de los instrumentos: de una flauta se escuchaba a veces sólo el soplido del intérprete, un saxo alto sonaba como un pato advirtiendo a sus congéneres sobre algún peligro y la pianista intervenía las cuerdas de su instrumento con un tenedor, para obtener luego sonidos heterodoxos al pulsar las teclas.
Pero más allá de esas curiosidades, el desarrollo intelectual de la música no conspiró contra el goce del oído. Tal vez porque las ideas de Yvinec tuvieron intérpretes dúctiles en un baterista que supo llevar el ritmo con variados recursos en diferentes contextos, un tecladista que fue introduciendo algún que otro efecto electrónico para crear climas, una sección de vientos que fue rotando entre una amplia gama de instrumentos y un bajista que ligó diferentes líneas con sus armonías.
Sobre esa marea sonora barrenaron, audaces, los cantantes Ian Siegal y Karen Lanaud. Él, un inglés de voz aguardentosa pero precisa, parecía un personaje escapado de una serie tipo Dr. House: alto, elegante, con un brazo enyesado y un bastón para cuidar el equilibrio. Ella, aunque más dulce y joven, también dueña de un color más bien grave que supo imponer a pesar de un balance de micrófonos que no la favorecía. Por lo general alternándose en las letras, los dos lograron llegarle a un público atento y entusiasta que cubrió en un 80% la capacidad del Teatro Coliseo.
La Orquesta Nacional de Jazz de Francia es una formación estatal financiada por la Secretaría de Cultura del país galo. Fue creada en 1986 y desde entonces ha tenido distintos directores, por períodos que fueron ampliándose de uno a tres años, lo cual habilitó un trabajo más profundo con los músicos. En una breve pero sustanciosa presentación, el periodista Diego Fischerman celebró que en otras latitudes se siga considerando al gasto público en cultura como una buena inversión. La actuación inmediatamente posterior de los artistas pareció avalar esa postura.
Carlos Bevilacqua
Foto: Lanaud y Siegal, los cantantes de la orquesta en un tramo del concierto. Gentileza Festival de Jazz de Buenos Aires.
Publicado el 9-12-2009.