Todo era incógnita. Desde las propuestas musicales de algunos de los grupos programados hasta la respuesta del público ante una programación atractiva pero con entradas que oscilaban entre los 150 y los 280 pesos; desde la funcionalidad de un lugar de común no usado para la música en vivo (el estadio principal del Buenos Aires Lawn Tennis Club) hasta la realización misma del evento, ya que durante toda la semana estuvo anunciada lluvia para la noche del sábado. Claro que algunos riesgos fueron buscados: el espíritu del encuentro, organizado por La Trastienda y la productora Contemporánea, era reunir universos musicales distantes, cuando no exóticos, para un público ávido de sorpresas. Lo cierto es que el saldo artístico del desafío resultó positivo.
Los primeros en brindar su arte fueron los israelíes de Boom Pam. Desde una inusual combinación de guitarra eléctrica, batería y tuba, calentaron el ambiente con melodías ágiles, potentes, en su mayoría cargadas de aires judíos o árabes. Es sabido que las músicas, como los acentos al hablar, no cambian de golpe, como los colores en los mapas políticos.
En una línea más pura, pero dentro de la misma "región cultural", se presentaron a continuación The Klezmatics, sexteto neoyorquino con 24 años de trayectoria en la recreación de la música klezmer. Frecuentes visitantes de la Argentina, se basaron en la tradición judía de Europa del este para fusionarla con otros lenguajes de variados orígenes: árabes, africanos, balcánicos o del gospel estadounidense. Una de las características más llamativas del grupo es que la mayoría de sus integrantes son multiinstrumentistas: el guitarrista puede ser también acordeonista, el trompetista puede ocuparse por momentos del teclado, el bajista tocar con precisión el xilofón y el saxofonista incursionar en el clarinete o en el teclado, según el tramo de la interpretación. Sin embargo, para despedirse dejaron de lado todos los instrumentos que tan bien manejan para interpretar una hermosa canción a capella, como demostrando (por si quedaba alguna duda) de dónde viene la exquisita musicalidad que los caracteriza.
Al Chango Spasiuk le tocó anoche la tarea de movilizar la memoria emotiva argentina, al ser el único artista nacional programado. Como es su costumbre, lo hizo con esas formas personales, elevadas pero accesibles, del chamamé que cultiva paciente como los yerbateros que aparecen explícita o implícitamente en su repertorio. Acompañado por su grupo (tres guitarras, un violín, un cello y una eventual percusión), Spasiuk hizo sonar su acordeón con esa especie de intermitencia concatenada en algunos temas, cedió el protagonismo a uno de sus guitarristas en un par de tramos cantados y dio un aire litoraleño a una inesperada versión de Libertango, el clásico de Ástor Piazzolla. Su llegada al público fue tal que logró despertar remedos de sapukay entre un público porteño ABC1, que parecía reservar todo su fervor sólo para el último número de la noche.
El intervalo que siguió fue amenizado por la Babel Orkesta, un grupo nacional de difícil clasificación, pero con un sonido que, al menos desde ciertas fórmulas, coquetea con el sonido balcánico, que fue como la estrella de la noche. Al menos por lo visto en el breve set de anoche, lo de la Babel es más un fenómeno de repercusión entre cierto público joven deseoso de pasarla bien que un aporte musical rico u original.
Los encantos de Misia
Las comparaciones son odiosas, y sobre todo si enfrentan peras con manzanas. Pero para empeorar la situación relativa del combo anterior, el devenir de la grilla de este primer Festival de Otoño quiso que a continuación se presentara Misia, por lejos la más grata novedad de la noche para el público. La cantante portuguesa es una figura deslumbrante. No sólo porque da su propia lectura del fado (género típico de su país) sino porque es capaz de visitar con increíble solvencia otros estilos musicales afines –y en sus cuerdas vocales, afinados– como la canción napolitana, el flamenco, el blues, el tango, piezas del repertorio tradicional turco o del acervo popular francés. En ese recorrido, claro, debe cantar en diferentes idiomas sin naufragar, capacidad que demostró al menos con el castellano y el inglés. Ella misma representa ese recorrido por diferentes culturas musicales con una puesta teatral que la hace llegar e irse con un tapado, una cámara de fotos y una valija, todos elementos típicos del turista.
Sin embargo, el del fado parece ser el terreno en el que más conviene prestarle atención a esta cantante, resistida por los fadistas más conservadores. Para apreciar sus condiciones, basta con entregarse con cierta concentración a su voz ligeramente grave, siempre entera y expresiva para viajar a la Lisboa poética que canta con los floridos arpegios de su banda, compuesta por un guitarrón, una guitarra clásica de 10 cuerdas, una guitarra portuguesa (de forma más redonda y sonido más agudo) y un violín (activo sólo en algunos pasajes). En el recorrido internacional que ocupó la segunda mitad de su show, se sumó con su guitarra eléctrica el belga Jeffy Berton (habitual ladero de Iggy Pop) para introducir unos distorsionados riffs para generar oportunas atmósferas entre portuarias y oníricas.
El fenómeno Bregovic
Para el cierre quedó la estrella que la mayoría de los concurrentes habían ido a escuchar: el serbio Goran Bregovic, respaldado por el estridente sonido de su Wedding and Funeral Band. Llegado este punto, el cronista debe admitir su perplejidad ante la adhesión que Bregovic genera con una fórmula más bien sencilla, cuando no primitiva. De hecho, la música del guitarrista, compositor y director balcánico parece conectarse con algo muy básico del ser humano: su deseo de bailar, disfrutar y desahogarse. Y tal vez allí resida una virtud de su propuesta, basada en esos explosivos ritmos balcánicos que muchos habrán conocido a través de las películas de Emir Kusturica.
Estruendosos, los ritmos bailables llegan desde un bombo de batería liberado del resto de sus habituales piezas y de cinco instrumentos de bronce que se hacen oír al unísono. El vértigo rítmico da algunas treguas. Es entonces cuando se lucen dos cantantes vestidas con trajes típicos balcánicos, quienes aportan agradables coros en un idioma presumiblemente balcánico, tan impenetrable como la mayoría de las letras que canta el baterista. Nada de eso afecta la fuerte conexión con el público, que en un buen porcentaje se entrega al pogo o al baile alocado sin que haya ni una gota de alcohol de por medio. Lo cual es más fácil de entender si se tiene en cuenta que se trata de un público cautivo, de ese que se sabe los estribillos de algunas canciones y las reconoce apenas suenan los primeros acordes.
A Goran (tal como, con cierta confianza lo ovaciona la gente sobre el final) hay que reconocerle su gratitud hacia la audiencia, así como los gestos de ofrenda que incluyó en su repertorio: un tango dedicado a Cesaria Evora y dos canciones en castellano cuya poesía no dista mucho de lo que se puede escuchar en Sábados Tropicales. El ánimo de pasarla bien no se detiene en esas nimiedades. Por eso, basta que Bregovic inaugure un tema con uno de sus gritos de guerra para que la multitud entre en trance bailable. Lejos de cansar, la sucesión de sonidos “festivos” parece retroalimentar en la gente el deseo de más, en un show que luego de dos horas consecutivas parece infinito.
"El mejor público del mundo"
El público de esta primera jornada del festival constituyó una rareza en sí mismo. Atento y respetuoso, como muy abierto a lo novedoso, estaba compuesto en su mayoría por jóvenes de alto poder adquisitivo. A ellos estaban apuntados los puestos de sushi y conos de pizza que tentaban con sus olores a un costado del escenario. Para decirlo de una vez: el snobismo era una sombra latente. Por el precio de las entradas, la amenaza de lluvia o las dificultades de convocatoria de un festival de esta índole que además hacía sus primeros palotes, el público cubrió sólo un 50% de la capacidad del estadio.
La primera jornada del Festival de Otoño, la más fuerte de todas en cuanto a programación, transcurrió en una atmósfera muy tranquila, a tono con el clima de una noche fresca y húmeda, pero agradable. Mucho tuvo que ver la eficaz organización que logró una relativa puntualidad en el comienzo del primer show y poco tiempo de espera entre un set y otro. Así y todo, la jornada se extendió durante casi 8 horas, pero en la dimensión paralela que crean los bosques de Palermo de un lado (algo intervenidos a esa hora por los travestis) y el tren conteniendo los edificios de Libertador, del otro.
El rótulo de “Músicas del Mundo” que define la temática de este festival es demasiado amplio. Le quedará siempre grande a cualquier convocatoria de artistas. Por amplio que sea el espectro, siempre hay un recorte. El de anoche tuvo cierta preferencia por ese sonido festivo de múltiples influencias, que representan Goran Bregovic, The Klezmatics, la Babel Orkesta y, aunque en menor medida, también Boom Pam. Una decisión acertada si se considera las probadas reacciones participativas que genera ese tipo de música entre cierto público porteño. Pero ese recorte no deja de ser tan caprichoso (y válido) como otros posibles, más claramente heterogéneos, como la línea que podría trazarse entre las otras dos propuestas de anoche (la del Chango Spasiuk y la de Misia) junto a las otras que darán continuidad al Festival de Otoño hasta el 29 de abril con la cantante francesa Zaza Fournier, el murguista uruguayo Tabaré Cardozo, los franceses de Tryo, los portugueses María Joao y Mário Laginha, la compañía irlandesa Celtic Legends y el cantaor flamenco Diego El Cigala.
Carlos Bevilacqua
Nota: Para más información sobre el Festival de Otoño, http://www.festivaldeotonobue.com/.
Publicado el 18-4-2010.