Tarde, pero inseguro, llega nuestro homenaje a los bichos con motivo del Día del Animal: la evocación de dos canciones de principios de los ’70 que tuvieron la particularidad de asumir la voz de nuestros compañeros de planeta. Veamos qué dicen las hermosas letras de El Oso, de Moris y Carta de un león a otro, de Chico Novarro.
Son muchas las canciones de diferentes géneros que tienen títulos alusivos a animales o que se refieren a ellos en las letras, pero pocas las que hablan desde una naturaleza animal en primera persona. En la discografía nacional, hay al menos dos que lo hacen con temáticas e ideologías llamativamente similares: El Oso y Carta de un león a otro.
En la primera, escrita por Moris en 1970, un oso lamenta la pérdida de su libertad para después alegrarnos con la noticia de que logró recuperarla. Dice la letra en el comienzo: “Yo vivía en el bosque muy contento / caminaba, caminaba sin cesar / las mañanas y las tardes eran mías / por la noche me tiraba a descansar / Pero un día vino el hombre con sus jaulas / me encerró y me llevó a la ciudad”. Cuando todo parece indicar que el cautiverio en el zoológico se prolongará hasta su muerte, el oso tantas veces mentado en fogones nocturnos, nos informa: “Ahora piso yo el suelo de mi bosque / otra vez el verde de la libertad / estoy viejo, pero las tardes son mías / vuelvo al bosque / estoy contento de verdad”, en ese final en que todos desafinamos con ganas, entonando una repetida “a”. Y cierra con una explicación de su fuga: “En un pueblito alejado / alguien no cerró el candado / era una noche sin luna / y yo dejé la ciudad”. ¡Bravo por el oso! Todos simpatizamos con ese mamífero que logró zafar de la crueldad humana.
Así como simpatizamos con el león que, encerrado en un zoológico le envía una carta a otro que está también prisionero, pero de un circo en gira. Los versos de Chico Novarro, grabados por primera vez en 1972, dicen al promediar la canción: “Tú tienes que entender, hermano / que el alma tienen de villano / al no poder mandar a quien quisieran / descargan su poder sobre las fieras / Muchos humanos son importantes / silla mediante, látigo en mano”. Siguiendo con su crítica a nuestra conducta, advierte luego este león intelectual: “Sus ojos han perdido algún destello / como si fueran ellos los cautivos / yo sé lo que te digo / apuesta lo que quieras / que afuera tienen miles de problemas”.
En ambos casos se puede leer una clara crítica a la explotación de los animales, un cuestionamiento del estilo de vida urbano y una reivindicación de la naturaleza como hábitat ideal para cualquier forma de vida, a tono con los postulados hippies en boga por aquellos años. Otros niveles de análisis podrían encontrar metáforas sobre el hombre como lobo del hombre (valga la analogía animal) o una apología de la libertad en general, entre otros metamensajes. Pero como la semiología no es lo nuestro, preferimos quedarnos con el sentido explícito de frases como las del vaticinio con que se despide la filosa pluma del león: “Volver a la naturaleza / sería su mayor riqueza / allí podrán amarse libremente / y no hay ningún zoológico de gente / Cuídate, hermano / yo no sé cuándo / pero ese día ¡viene llegando!”.
En la foto: la plana mayor del Sindicato Argentino de Peluches.
En la primera, escrita por Moris en 1970, un oso lamenta la pérdida de su libertad para después alegrarnos con la noticia de que logró recuperarla. Dice la letra en el comienzo: “Yo vivía en el bosque muy contento / caminaba, caminaba sin cesar / las mañanas y las tardes eran mías / por la noche me tiraba a descansar / Pero un día vino el hombre con sus jaulas / me encerró y me llevó a la ciudad”. Cuando todo parece indicar que el cautiverio en el zoológico se prolongará hasta su muerte, el oso tantas veces mentado en fogones nocturnos, nos informa: “Ahora piso yo el suelo de mi bosque / otra vez el verde de la libertad / estoy viejo, pero las tardes son mías / vuelvo al bosque / estoy contento de verdad”, en ese final en que todos desafinamos con ganas, entonando una repetida “a”. Y cierra con una explicación de su fuga: “En un pueblito alejado / alguien no cerró el candado / era una noche sin luna / y yo dejé la ciudad”. ¡Bravo por el oso! Todos simpatizamos con ese mamífero que logró zafar de la crueldad humana.
Así como simpatizamos con el león que, encerrado en un zoológico le envía una carta a otro que está también prisionero, pero de un circo en gira. Los versos de Chico Novarro, grabados por primera vez en 1972, dicen al promediar la canción: “Tú tienes que entender, hermano / que el alma tienen de villano / al no poder mandar a quien quisieran / descargan su poder sobre las fieras / Muchos humanos son importantes / silla mediante, látigo en mano”. Siguiendo con su crítica a nuestra conducta, advierte luego este león intelectual: “Sus ojos han perdido algún destello / como si fueran ellos los cautivos / yo sé lo que te digo / apuesta lo que quieras / que afuera tienen miles de problemas”.
En ambos casos se puede leer una clara crítica a la explotación de los animales, un cuestionamiento del estilo de vida urbano y una reivindicación de la naturaleza como hábitat ideal para cualquier forma de vida, a tono con los postulados hippies en boga por aquellos años. Otros niveles de análisis podrían encontrar metáforas sobre el hombre como lobo del hombre (valga la analogía animal) o una apología de la libertad en general, entre otros metamensajes. Pero como la semiología no es lo nuestro, preferimos quedarnos con el sentido explícito de frases como las del vaticinio con que se despide la filosa pluma del león: “Volver a la naturaleza / sería su mayor riqueza / allí podrán amarse libremente / y no hay ningún zoológico de gente / Cuídate, hermano / yo no sé cuándo / pero ese día ¡viene llegando!”.
Carlos Bevilacqua
En la foto: la plana mayor del Sindicato Argentino de Peluches.
Publicado el 30-4-2010.