La canción patria por excelencia tiene una parte que cantamos en cada ceremonia y otra por lo general desconocida. A pocas horas del bicentenario y con la emoción a flor de piel, repasamos la letra escrita en 1812 por Vicente López y Planes para pensar cuánto nos sigue representando.
¿Qué tienen en común los tediosos actos escolares con la expectativa de los minutos previos a un partido de la selección? ¿Y un acto peronista con el bip radial de la medianoche? ¡Cooorecto!, ¡el himno nacional argentino!
Más allá del rito y el respeto reverencial que le dedicamos (por convicción, convención o emulación), ¿entendemos bien qué es lo que cantamos?, ¿podemos identificarnos con la letra? ¿Hay sólo una barrera de forma o después de 198 años podemos llegar a afirmar que parte del contenido caducó definitivamente? Señores: de pie, por favor.
Oíd mortales el grito sagrado: libertad, libertad, libertad. Ya el trato de “vosotros” suena anacrónico. Los argentinos del siglo XX y XXI no usamos “tú” ni “vosotros”, sino “vos” y “ustedes”. Pero que la primera idea-fuerza sea la de la libertad es, claro, auspicioso. Oíd el ruido de rotas cadenas. En la misma dirección, metáfora sobre el fin de la opresión colonial. Ved en trono a la noble igualdad. Igualdad, valor de la trilogía (liberté, egalité, fraternité) de la Revolución Francesa, ¿pero en un trono? Parece que la monarquía seguía pegando, ¿no? Ya su trono dignísimo abrieron las provincias unidas del sur. Provincias que no estarían tan unidas por unos 60 años inauguraron un trono, (¡y dale con los reyes!) De república ni hablar, por el momento. ¿Y la fantasía sanmartiniana del rey inca? Y los libres del mundo responden: “¡Al gran pueblo argentino, salud! Brindis internacional de estados extranjeros que, ya borrachos, repiten Y los libres del mundo responden: “¡Al gran pueblo argentino, salud! "Pueblo hermano, ¡cómo te quiero!", dicen tambaleantes, vaso de tinto en mano. Y los libres del mundo responden: “¡Al gran pueblo argentino, salud! Al menos en la etapa escolar, no siempre tenemos del todo claro cuántas veces hay que repetir esa frase. ¿Quién no se quedó más de una vez cantando en offside?
A continuación, interludio instrumental en el que la música toma onda (era hora). Suenen trompetas imaginarias.
Sean eternos los laureles, que supimos conseguir, que supimos conseguir. Cuánto cumplimos con la consigna es una cuestión subjetiva que nunca está de más plantearse. Es probable que en algunos tramos nos hayamos dormido en esos laureles, que como colchones no suenan muy cómodos. Y esto explicaría las pesadillas que sufrimos. Lo que es seguro es que no fueron eternos. Coronados de gloria vivamos. O juremos con gloria morir. O juremos con gloria morir. (Nótese que en la versión de cancha se repite esta última oración por lo menos dos veces más, sin que quede claro si el sujeto tácito nosotros corresponde a “los argentinos” o a la parcialidad de Chacarita Juniors, por caso). Aunque de resonancias bélicas y de un heroísmo del que carezco, este final siempre me emociona. Tiene aquello de morir con dignidad. De “que se rompa pero que no se doble”, que los radicales siguieron tan fielmente después de Alem...
Esa cara B del himno
Pero hay otro himno. Un himno que no cantamos porque por un decreto presidencial del año 1900 se empezaron a omitir en todo acto oficial una serie de estrofas para evitar herir la sensibilidad española, en una época en la que la Argentina recibía miles de inmigrantes de esa nacionalidad. La versión original del hit de Vicente López y Planes (letra) y Blas Parera (música) incluye tramos ligeramente encendidos, tales como El valiente argentino a las armas / corre ardiendo con brío y valor / El clarín de la guerra cual trueno / en los campos del Sud resonó / Buenos Aires se pone a la frente / de los pueblos de la ínclita Unión / Y con brazos robustos desgarran / al ibérico altivo León.
En otra parte de la letra nuestros soldados son descriptos con premonitorias metáforas futboleras: De los nuevos campeones los rostros / Marte mismo parece animar / La grandeza se anida en sus pechos / A su marcha todo hacen temblar / Se conmueven del Inca las tumbas / y en sus huesos revive el ardor. Pero ojo que ellos también juegan: En los fieros tiranos / la envidia escupió su pestífera hiel / su estandarte sangriento levantan / provocando a la lid más cruel. Ya lo canta Jaime Roos: “Qué sucios, hermano, qué sucios son / ponen la plancha en el pecho / y en el corazón”.
Es curiosa y amena la cita de lugares donde se rearmaba la resistencia española: ¿No veis sobre México y Quito / arrojarse con saña tenaz / y cual lloran bañados en sangre / Potosí, Cochabamba y La Paz? / ¿No los veis sobre el triste Caracas / luto, llanto y muerte esparcir? / ¿No los veis / devorando cual fieras / todo pueblo que logran rendir?
Pero los más conocidos de los versos no cantados son los iniciales Se levanta a la faz de la tierra / una nueva y gloriosa nación / coronada su sien de laureles / y a su planta rendida un león, frase que reformulada popularizó el escritor Osvaldo Soriano con el título de una novela.
Cuando en la era Duhalde se impuso a las radios la obligación de propalar el himno a la medianoche (como ya se venía haciendo en México, por ejemplo), varias emisoras optaron por la versión 1990 de Charly García (mucho más cercana a la emoción de un argentino de esta época que la clásica). Otras prefirieron la de Jairo en El grito sagrado, CD con canciones patrias grabadas por cantantes famosos en el ’98. Hoy hay muchas más opciones, como la de Juanjo Domínguez en guitarra, la de Franco Luciani en armónica o la de Mercedes Sosa, acompañada por una decena de artistas. Todos loables intentos por aggiornar una canción que en su lenguaje suena algo ajena, lejana, como anticuada. Su contenido esencial, en cambio, sigue adquiriendo nuevos significados.
Carlos Bevilacqua
Publicado el 21-5-2010.
Nota: este artículo es una versión corregida de otro publicado originalmente en el boletín electrónico Argentruchos en 2003 y por el mismo autor.