Estrenado la semana pasada, Por amor a Sandro, el musical de América es un digno homenaje a una de las figuras más trascendentes de la música popular argentina. La puesta dirigida por Ariel Del Mastro recorre la trayectoria musical del cantante y retrata la devoción de sus fans en una megaproducción de calidad, aunque demasiado larga.
Sandro. El cantante de comienzos rockeros que pronto viró hacia la canción romántica. El del carisma irresistible, el de la sensualidad natural y la exacerbada por sus movimientos sobre el escenario. Y, sobre todo, el mito. Ese que cobró una dimensión paralela en miles de hogares argentinos desde la década del 60, cuando empezó a cautivar a las damas de diferentes edades en un idilio que se extendería hasta su muerte, hace apenas dos años. Todo el fenómeno musical-sociológico que implicó Roberto Sánchez es el eje de Por amor a Sandro, el musical de América, una producción de Héctor Cavallero, Gabriel Rosenzvit y Sergio Collica, sobre una idea y guión de Daniel Dátola, que fue estrenada el viernes pasado en el Teatro Broadway de Buenos Aires.
La excusa para recorrer nada menos que 24 canciones del repertorio del "Gitano" es la historia de Alicia, una de las tantas fans que mantuvo su pasión por el ídolo desde adolescente y hasta bien entrada la madurez. Interpretado por Natalia Cociuffo, el personaje de Alicia conjuga como puede su vida diaria (un matrimonio, una hija, las tareas hogareñas) con un desaforado deseo de estar en contacto con Sandro, ya sea a través de la televisión, las revistas, los recitales o en las visitas rituales a la casona de Banfield donde mora el artista. Todo sea por sentir esa emoción que transmite “Sandro de América”, acá interpretado por Fernando Samartín, un joven y eficaz imitador de su arte, tanto en lo estrictamente vocal como en todo lo gestual.
La obra resulta una muy buena manera de vibrar con esas baladas de letras barrocas, de exacerbado romanticismo, que son marca registrada de Sandro. Si bien la mayoría de esas piezas son cantadas por Samartín, otras cobran vida en versiones de Cociuffo, de Christian Giménez (en el papel de esposo de Alicia) y de Leo Bosio, quien hace las veces de un fan-imitador.
Las canciones suenan renovadas por arreglos de Julián Vat y Pablo Duchovny que cumplen con la estética de un musical pero al mismo tiempo mantienen clara la esencia de cada pieza. El propio Vat encabeza un grupo que toca en vivo las últimas canciones del show. Para el especial brillo que adquieren creaciones como Quiero llenarme de ti, Rosa Rosa y Dame fuego, resulta fundamental el despliegue de una docena de bailarines que siguen oportunas coreografías de Gustavo Carrizo. Por lo demás, tanto el sonido como las luces, la escenografía y algunas proyecciones sobre telas suman atractivos con el nivel técnico propio de un musical fuerte, pretencioso.
Más allá de algunos tramos de actuación poco convincentes, nadie desentona en cuanto a canto y baile, a pesar de las variadas exigencias a que son sometidos los intérpretes a lo largo de la obra. La dramaturgia en sí es sencilla y está muy atada a las canciones a recrear. Canciones que tal vez son demasiadas. Porque más allá de los esperables hits del tipo de Así, Mi amigo el puma y Guitarras al viento, se escuchan muchas otras menos conocidas, que sumadas a los cuadros meramente teatrales suman casi tres horas de función. Una extensión acaso sólo apta para las “nenas”, tal como Sandro llamaba a sus seguidoras más fieles.
El Teatro Broadway está ubicado el Av. Corrientes 1155, CABA. Las entradas oscilan entre los 100 y los 230 pesos.
Carlos Bevilacqua
Foto: imagen promocional, tomada por Maxi Bort.
Publicado el 24-1-2012.