El punto de partida fue el monumento de Pedro de Mendoza que está en la esquina de Brasil y Defensa, sobre uno de los senderos peatonales. Ahí se desarrolló una versión de Jujuy, el montaje de Ana Garat que se estrenó hace ya dos años en una sala alternativa. La obra original de 50 minutos fue sintetizada en 15 por los bailarines Rosaura García y Emanuel Ludueña. El espacio fue teñido por la textura musical de un melancólico violín que acompañó los movimientos de los intérpretes que se buscaban, encontraban y separaban a través del juego y la experimentación.
En otro sector del enorme parque la programación siguió con la fusión entre el tango y la danza contemporánea de Lazos, la obra de Cecilia Troncoso; tres parejas desplegaron un baile de abrazos sobre partituras electrónicas, mientras, para generar una frecuencia lúdica y sensible, se entrelazaban con telas azules atadas sobre la baranda de una de las barrancas del paisaje.
Con la invitación de uno los asistentes del festival que llevaba sobre sus manos en alto un cartel de Ciudanza, el público accedió luego a una explanada de cemento rodeada de escalinatas en la que se exhibió el pequeño montaje resultante de un taller llevado a cabo ahí mismo durante doce días bajo la supervisión de la coreógrafa Luciana Acuña. El grupo de diez bailarines corrió y bailó por el lugar sin conexión aparente, entre sí y, cada tanto, uno de ellos salía del marco establecido por el playón para tomar un micrófono y contar, por ejemplo, los imprevistos que tuvieron los ensayos en el lugar, como el de Walter, que el primer día se abrió el tobillo cinco centímetros y tuvo que ser derivado para que lo cosieran en un hospital.
Luego, desarrollaron la consigna de bailar como si los cuerpos no fueran suyos, sino de otras personas (sin técnica para la danza) como para torcer el rumbo del movimiento. También tomaron la voz un encargado de seguridad y el sonidista porque una de las consignas del taller, según explicó Acuña, fue que “el arte de bailar también son esas situaciones íntimas y no son solamente esas formas espectaculares, sino que hay elementos más sutiles y frágiles que deben ser contados”.
Sobre el final en el mismo sitio, se desplegó la obra Loop imperfecto de La Voraz, con música en vivo de la cantante y performer Eloísa López, que estaba vestida de forma futurista (de su frente salía un disco a modo de sombrero) y que manejó las consolas al mejor estilo DJ. De una de las calles laterales del parque, irrumpió un grupo de sujetos vestidos de oficina (los hombres de traje y corbata) y todos con las cabezas cubiertas con telas blancas.
Fue lo más curioso de la jornada, porque, además, ese inicio fue sobre la vereda y se podía apreciar la cara de asombro de los automovilistas que detenían su marcha ante el señuelo que deparaba la propuesta, mientras Eloisa desde su bandeja disparaba sonidos de embotellamiento (bocinazos, gritos, etc.) que componían la teatralidad de la escena, con una propuesta performática nutrida, además, de elementos propios del videoarte. Así el grupo se fue moviendo hasta llegar a una de las escalinatas para hacernos zigzaguear con claridad entre urbe y naturaleza (de los parlantes salían cantares de pájaros que se sumaban a los naturales de esos animales, que se desprendían de los árboles para cruzar el cielo abierto, y que se escucharon durante toda la tarde) mientras los bailarines fingían hablar por celular para acrecentar la hiperrealidad de la imagen y así potenciar el mensaje sobre la idea de alienación.
Como Ciudanza en general, Loop imperfecto apuntó a despertar algo, a eso que queda laburando en el subconsciente. Supo plantar bien esa semilla que lleva a conectarnos con nuestro interior, y para eso apeló a casi todo lo que tuvo a su alcance.
Guillermo Chulak
En la imagen, un pasaje de Loop imperfecto. Gentileza de Festivales de Buenos Aires.
Publicado el 2-4-2012.