Yo la toco y yo la canto


No son muchos los artistas que logran destacarse cantando y tocando un instrumento. En su séptimo disco, el rosarino Leandro Lovato brilla en ambos frentes con una música en su mayoría enrolada en la tradición santiagueña.

      "Violinisto" no es una palabra que figure en el diccionario. Sin embargo, tiene un significado claramente deducible, además de portar una connotación telúrica similar a la de bombisto, otro término común en Santiago del Estero. Según don Sixto Palavecino, referente fundamental del violín folclórico, en la cosmovisión santiagueña un "violinisto" es quien tiene por oficio tocar el violín para disfrute de la gente. No en vano es el término que eligió el joven instrumentista Leandro Lovato para bautizar a su séptimo disco, recientemente editado por el sello Marka. 
En sintonía con aquella definición, Lovato hace gozar al oyente con unos ensambles sonoros de corte tradicional, aunque ricos en matices propios. Él mismo cautiva con el virtuosismo de su violín, protagonista central del disco, pero además pone la voz a todos los temas cantados (la mayoría) y toca el charango y la guitarra en la mitad del repertorio. Siempre en función de un sonido muy santiagueño, tanto por ritmos como por las temáticas de las letras. Una vitalidad contagiosa atraviesa las 16 pistas, en su mayoría bien bailables. Leandro denota formación académica, pero simultáneamente algo de los músicos aficionados del monte se siente en su estilo, refinado y a la vez enérgico.
Y no es que Leandro se haya limitado a un repertorio canónico: la mitad de los temas del disco fueron escritos por él. Una apuesta de la que sale más que airoso con resultados como la chacarera Madera del monte (también compuesta por Juan Carlos Carabajal) o la zamba Rosario de mi niñez, evocativa de Granadero Baigarria, de donde es oriundo. Entre las creaciones que el violinista tiene para mostrar figura la chacarera La Tamara, emotivo homenaje a Tamara Castro, la cantante folclórica fallecida en 2006 en un accidente automovilístico y con quien Leandro actuó varios años.
 Lo cual no le impide lucirse como intérprete y arreglador en clásicos de la música de raíz. Su violín dibuja los rodeos de La siete de abril (zamba de Andrés Chazarreta), juega con los vericuetos del Gatito de Tchaicovsky (esa insólita ocurrencia de Adolfo Ábalos) y con los de La vieja (chacarera trunca de los Hermanos Díaz). Es más: incursiona en el folclore urbano al armar una bellísima versión del tango Por una cabeza (Gardel - Lepera) junto al talentoso pianista santafesino Joel Tortul, aunque todavía muy joven ya algo más que una mera promesa.
Verdad es, también, que Leandro no está solo. Una serie de músicos invitados completan lo que podría denominarse la banda estable del disco. La integran Federico Ramonda en bajo, Cristian Guzman en guitarra de cuerdas de nylon, Diego Lahoz en batería y bombo legüero, Ariel Burgos en bandolín, guitarra eléctrica y de cuerdas de nylon, y Alejandro Bandeo en teclado.
 A ese equipo, muy eficaz, se agregan figuras de la cultura popular en diferentes pasajes de la placa. El gran “Peteco” Carabajal y Tortul confluyen en el gato Pa’ don Sixto, en homenaje a Sixto Palavecino, padrino artístico de Leandro. Al promediar el disco, el humorista Luis Landriscina se pone serio para recitar un poema de su autoría, luego de explicar –relato mediante, según su especialidad– cuánto tiene que ver con su idiosincrasia el apellido Lovato. Más adelante, el autor santafesino Miguel Ángel Morelli canta algunas estrofas de La gente pobre, cuyos versos, de fuerte compromiso social, rompen con el tono por lo general evocativo o romántico que impera en el trabajo. A continuación, el acordeonista Monchito Merlo acompaña a Leandro en el pasodoble El quitapenas, una sorpresa ya que si bien ese ritmo de origen español aparecía en los bailes populares hasta los años ’50, hoy cayó en desuso.
Como cantante, Lovato no desentona. Ni respecto de su fabulosa performance violinística, ni respecto de la media de los mejores cantores populares. Tiene una voz abaritonada (ni muy grave ni muy aguda) que sabe administrar en función de las inflexiones que sugiere el repertorio, netamente criollo, que interpreta. 
      Nacido en la periferia de Rosario hace 35 años, Leandro pertencece a una familia de artistas. Por influencia de sus padres, abrazó la profesión de músico popular. Junto a ellos y sus hermanos tuvo sus primeras experiencias sobre escenarios de todo el país. Ya como solista, en poco más de diez años de carrera, logró importantes reconocimientos en una decena de festivales folclóricos.
      En los próximos días, Leandro tendrá dos oportunidades de mostrar en vivo sus virtudes. El viernes 24-8, a las 23, en la peña platense La Salamanca (60, esquina 10) y al día siguiente, a las 23:30, en el Teatro del Viejo Mercado (Lavalle 3177, CABA).

Carlos Bevilacqua

En la imagen, la tapa del disco.

Publicado el 19-8-2012.