La metamorfosis


En su libro Tango danza, el origen de la especie, el bailarín Hugo Mastrolorenzo postula una teoría propia para explicar cómo una serie de danzas de origen europeo, afectadas por la realidad social de la Argentina, habrían derivado a fines del siglo XIX en el baile típico porteño.

      ¿Cómo surgió el tango? Para deducir su nacimiento como música contamos con algunos documentos, como grabaciones y partituras, si no del período 1870-1890 (cuando se supone que el tango adquirió sus rasgos constitutivos), al menos de principios del siglo XX. Pero para acercarnos a los inicios del tango como danza tenemos sólo referencias vagas, anecdóticas o superficiales. No hay filmaciones que atestigüen cómo se bailaba hace 130 años, ni testimonios de bailarines de la época, ni textos periodísticos que describan las coreografías de manera más o menos rigurosa. Lo cual abonó el desarrollo de teorías más replicadas que fundamentadas.
      El libro Tango danza, el origen de la especie, escrito por el bailarín Hugo Mastrolorenzo y editado este año por Dunken, refuta esas teorías con argumentaciones lógicas para luego exponer una hipótesis propia que, basada en datos históricos, concatena algunas de las inferencias previas en un proceso de evolución similar al propuesto por Charles Darwin para las especies animales.
      En su primera mitad, el texto ofrece una síntesis de los conceptos vertidos en diferentes trabajos por Ventura Robustiano Lynch, Vicente Rossi, Héctor y Luis Bates, Carlos Vega, Rodolfo Dinzel, Héctor Aricó, Ricardo Rodríguez Molas, Francisco García Jiménez, Julio Mafud, Blas Matamoro y José Gobello. Tras exponer las ideas fundamentales de cada uno, el bailarín cuestiona a Lynch al señalar la distancia que hay entre el candombe y el tango, sopesa los movimientos del compadrito en función de sus posibles aportes, aclara que durante algunos años la palabra "tango" denominó diferentes cuestiones e indaga en el significado de las expresiones "corte" y "quebrada", rasgos que según varios autores terminaron de configurar la nueva danza.
      Al plantear su propia propia hipótesis sobre el origen del tango, Mastrolorenzo postula que una serie de danzas enlazadas atravesaron por un proceso de selección natural, que no sólo preservó algunas y eliminó otras, sino que modificó a las sobrevivientes. Así, el vals, la habanera, el chotis, la polca y la mazurca –provenientes de Europa– se habrían empezado a bailar en la segunda mitad del siglo XIX sin una coreografía definida, según los usos y costumbres del Río de la Plata, en lo que el autor denomina "aclimatación". Lo cual derivó en variantes, híbridos y nuevas "especies". En ese sentido, la masiva inmigración que recibió la Argentina en esa época es presentada por el autor como clave para entender la proliferación de variantes de esas danzas. Como consecuencia del "todo vale", habría empezado a darse un tipo de baile improvisado, que a la reelaboración de figuras de las danzas conocidas le sumó nuevos movimientos, la marca corporal y un abrazo más estrecho.
      Según Mastrolorenzo, el tango termina de adquirir su naturaleza distintiva cuando sus movimientos adquieren un tono melancólico que él atribuye al sentimiento de desarraigo de los inmigrantes europeos y de los campesinos desplazados por el alambrado de los campos en la llanura pampeana.
      De las muchas consideraciones que jalonan el camino a esas conclusiones, resultan muy interesantes las referidas a cómo habrían influido algunos movimientos internalizados por la población. Por un lado, el autor suscribe a la probable influencia de los compadritos, particularmente en el carácter pícaro y desafiante del tango. Pero además sostiene que buena parte de los movimientos provienen de los oficios que entonces ejercían matarifes, cuarteadores, obreros industriales, marineros, militares, peones, bolseros y proxenetas, todos integrantes del "pueblo genitor del tango".
      También resulta muy sugerente la explicación que da al meteórico desarrollo de la coreografía tanguera. Según él, junto con el carácter competitivo del compadrito, también habría ayudado mucho a su evolución la necesidad de practicar, ensayar y aprender para poder hacer un buen papel en una danza de improvisación.
      En sintonía con otros autores, Mastrolorenzo opina que primero fue el baile y después la música. Es más: postula que los músicos empezaron a tocar en función de la nueva danza. ¿Qué tocaban en un principio? Según se dice en el libro, una música en ritmo de 2/4 que se llamó "milonga" y que con el tiempo derivaría en lo que hoy conocemos como música de tango.
      Más allá de algunos errores de edición y del carácter redundante de algunos pasajes, la prosa de Mastrolorenzo es ágil, amena y profunda. Revela, además, un gran trabajo de investigación y reflexión, algo excepcional en un bailarín joven como él. En todo caso, lo que podría reprocharse es que la suya tampoco es una teoría científica; se basa en numerosos datos y en sesudas deducciones, pero –por las mentadas limitaciones– no en pruebas objetivas. Aun así, consigue una genealogía mucho más verosímil que las anteriores, en parte porque supo considerar las hipótesis antecesoras separando la paja del trigo y en parte porque conoce el tango desde adentro, como bailarín profesional, coreógrafo y docente. Es que, salvo excepciones, el enigmático origen del tango danza había sido abordado por investigadores ajenos a su práctica y/o al pasar, como un asunto más en estudios enfocados en otras materias.

Carlos Bevilacqua

Publicado el 18-11-2012.