Como esos yuyitos que se las arreglan para crecer entre las baldosas, la creatividad de bailarines y coreógrafos siempre encuentra algún cauce para expresarse. En este resumen de lo ocurrido el año pasado, se enumeran algunos de los resultados más alentadores en el ámbito de la CABA.
Tal como viene ocurriendo hace tiempo, en 2012 las condiciones de trabajo para bailarines y coreógrafos fueron complejas. Al menos en la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores, se da una desproporción fabulosa entre el talento de los artistas y sus posibilidades laborales sobre un escenario. En parte por eso, muchos viven de la docencia y hasta de otros empleos no relacionados con el baile. Una cultura poco afín al lenguaje del cuerpo se traduce en una afluencia relativamente pobre de público a las funciones de danza, fenómeno que se refleja y a la vez se potencia en el magro espacio que le dedican los medios.
Aun así, son muchos los artistas que logran plasmar sobre el escenario creaciones valiosas. En abril Mora Godoy estrenó en el Teatro Alvear Chantecler tango, una lograda producción con 29 artistas en escena que narra intrigantes cruces amorosos en el mítico cabaret céntrico donde tocaban las orquestas más importantes de los años ’40. Sin relatos, proyecciones, ni escenografías, Alejandra Armenti y Daniel Juárez volvieron a deslumbrar como ideólogos y protagonistas de Vibraciones del alma, un espectáculo estrenado originalmente en 2008 y que luego de su reposición (en el Centro Cultural Borges, a principios de noviembre) mantiene su encanto a pura técnica, ingenio y musicalidad. Para los mismos días, la compañía de Juan Pablo Ledo (primer bailarín del Teatro Colón) presentó en Parque Centenario, primero, y en el Espacio Cultural Carlos Gardel, después, Taco, punta y traspié, un show que combina coreografías del tango y la danza clásica.
Como trabajos más teatrales y dentro de lo que se conoce como “obras”, el tango también fue pródigo. A lo largo del año se pudieron ver Chaucito, historias de milonga, escrita y dirigida por Ramiro Gigliotti, una reposición de la siempre atractiva Anoche (creación de Camila Villamil y Laura Falcoff sobre las vicisitudes que se viven en un baile) y dos piezas de Andrea Castelli: Fabulandia (adaptación de la estrenada en 2010 al intrincado espacio de La Botica del Ángel) y Eva, un recorrido (intervención coreográfica del Museo Evita que acompañó el itinerario de los visitantes por un edificio lleno de connotaciones políticas y sociológicas).
En materia de danzas folclóricas, las puestas relevantes a las que tuvimos acceso fueron tres. Por un lado, el debut de Omar Fiordelmondo al frente del Ballet Folklórico Nacional, la numerosa formación dependiente de la Secretaría de Cultura de la Nación, con Noche de carnaval, una miscelánea que combinó cuadros antiguos y nuevos (entre los que se incluyó una coreografía del talentoso Leonardo Cuello). Por otro, el estreno de un nuevo espectáculo de los hermanos Koki y Pajarín Saavedra, quienes al frente de su compañía Nuevo Arte Nativo lanzaron sus Flechas de la tribu, otra vez a cargo de dúctiles intérpretes que, además de bailar, saben generar música. Por último, el grado de elaboración y expresión que demostró la Compañía de las Trincheras en las funciones de Flores del alma y Besos robados, ofrecidas en el Auditorio de la UOCRA, bajo la dirección de Rubén Suares.
Integrando recursos de la acrobacia, el teatro negro y la danza, Mariana Sánchez reestrenó en julio su Mamushka en el Club de Trapecistas del Centenario. También dentro del campo de la fusión de lenguajes, resultó meritoria la trama urdida por Juan Pablo Sierra para narrar variadas peripecias humanas a través de una confluencia de danza, música en vivo, títeres, teatro de sombras y dibujos con arena en Bambolenat, ofrecida durante varios meses en la sala Siranush.
Como ciclos, se destacaron los que ofrecieron La Arena (la compañía de Gerardo Hochman) con seis funciones semanales de dos de sus más recientes obras, Travelling y Leonardo TP Nº1, en el Centro Cultural San Martín; el cuarteto femenino Chakatá (a través de sus “tap sessions” mensuales con diversos artistas invitados cada vez) y el más irregular en el tiempo del Taller de Danza Contemporánea del Teatro San Martín, en diferentes espacios del Gobierno de la Ciudad.
Del exterior nos visitaron Celtic Legends y Riverdance, dos mega-compañías irlandesas de esas que deslumbran por motricidad fina y coordinación grupal en el marco de dimensiones fastuosas.
Esa concentración de actividades interesantes que suelen ser los festivales también dejó el año último mucha tela para cortar. A nivel estatal, el Gobierno de la Ciudad volvió a organizar en mayo el Buenos Aires Polo Circo, en octubre el Festival Buenos Aires Danza Contemporánea y en agosto el Campeonato Mundial de Tango, que esta vez coronó a los argentinos Facundo Gómez Palavecino y Paola Sanz, en la categoría Salón, y a la pareja argentino-uruguaya Cristian Sosa - Noel Sciuto, en Escenario.
Las iniciativas particulares también dieron frutos sabrosos, como el primer Swingin’ Festival (dedicado al swing, el lindy hop y el tap, con la participación de bailarines estadounidenses), el Festival Internacional de Danza Independiente que cada dos años organiza la agrupación CoCoA-Datei y el II Encuentro Internacional de Danza Contemporánea, Integrada y Comunitaria, en Azul (provincia de Buenos Aires) con la participación de Iñaki Urlezaga, María Fux y tres miembros de la compañía alemana de danza-teatro fundada por Pina Bausch, entre otros. El tango, por su parte, se reunió en los festivales Inspiración (organizado por la revista El Tangauta), Cambalache (con expresiones que lo fusionan con la danza contemporánea y el teatro) y Estilo Parque Patricios (más focalizado en el estilo de salón).
Asimismo, hubo al menos tres eventos que resultaron atractivos. En febrero las murgas porteñas volvieron a llenar la ciudad de energía y color gracias a los corsos oficiales; en abril las intervenciones coreográficas de Ciudanza (también propiciadas por el Gobierno de la Ciudad) acercaron ideas no convencionales a varios parques; y en agosto la Secretaría de Cultura de la Nación reivindicó el componente negro de nuestros bailes al concretar en la Biblioteca Nacional el primer Encuentro Nacional de Danzas de Matriz Africana.
Otro sustrato valioso del 2012 fue el libro Tango danza, el origen de la especie, en el que el bailarín Hugo Mastrolorenzo rastrea con abundantes referencias históricas y sentido lógico los dudosos inicios del baile típico porteño.
Entre las pérdidas que inevitablemente deja cada año, hubo una que conmovió al ambiente tanguero: la muerte de la bailarina Andrea Missé (con 34 años) en un accidente vial ocurrido en la ruta nacional 152, cerca de la ciudad pampeana de General Acha. Tragedia familiar (una de tantas) que nos recuerda una problemática social.
Del plano mediático, la única novedad relevante llegó por el lado del canal Encuentro, que en noviembre estrenó “En danza”, un documental sobre los bailes folclóricos argentinos conducido por Maximiliano Guerra. Demasiado poco para un rubro que sigue figurando para la disciplina como una asignatura pendiente.
Carlos Bevilacqua
Publicado el 5-1-2013.
En la imagen, una escena de Vibraciones del Alma. Foto de Nicolás Foong.