Tango y folclore conviven en El sonido de mi tierra, un espectáculo de la alemana Nicole Nau y el argentino Luis Pereyra que muestra las ventajas y desventajas propias de lo pensado para un público extranjero.
Todo depende del color del cristal con que se mire, dice el refrán. Una verdad alusiva a la subjetividad que incluye no sólo la perspectiva de cada espectador, sino sus objetivos y sus competencias previas, entre otros factores que influyen a la hora de recibir por los ojos, los oídos y el alma un hecho artístico. Por eso mismo, la llegada que puede tener entre los porteños un espectáculo de danza como El sonido de mi tierra, reestrenado el 9 de febrero en Buenos Aires, no es la misma que puede tener en Europa, donde consiguió el interés de programadores de salas de Noruega, Dinamarca, Suecia, Holanda, Rusia, Suiza, Austria y Alemania para una inminente gira.
El dato no es menor para empezar a hablar del trabajo de los bailarines Nicole Nau y Luis Pereyra, porque –visto desde la óptica de un público local y habituado a ver danza– tiene las virtudes y los defectos típicos de las puestas for export. Por un lado, la producción ambiciosa que logra reflejar con eficacia las danzas típicas de la Argentina, un nivel de actividad que nunca decae, diferentes climas a través de ¡26! cuadros, un vestuario co-diseñado entre Nicole e Hilda Curletto (vestuarista del mítico Tango Argentino) y el encanto de la música en vivo. Por otro, un devenir coreográfico previsible, estructurado en escenas sin mayor cohesión o sentido dramático, más concentrado en el efecto visual que en la búsqueda de un estilo propio y con una calidad de movimientos que dista de ser homogénea.
En alrededor de 90 minutos, las coreografías de Nau y Pereyra se despliegan en cantidades generosas sobre el escenario. Ellos mismos asumen el rol de pareja estelar, encabezando un elenco compuesto por otras dos parejas de baile y dos músicos. En ese camino, y sin intervalo alguno, consiguen resultados dispares.
En una primera mitad más tanguera que folclórica, se van turnando para interpretar una serie de clásicos de diferentes épocas como La Mariposa,Taquito militar, Danzarín y Lo que vendrá, con algunos recursos teatrales que funcionan como aglutinantes entre un cuadro y otro. En ese segmento, algunas falencias técnicas de Nau conspiran contra la armonía de las secuencias. La bailarina alemana, radicada desde 1990 en la Argentina, no cumple con algunos parámetros básicos del tango: asume una postura lábil, pisa como pesado y rara vez junta los tobillos al caminar. Como Pereyra sí se mueve con oficio y técnica, la pareja se ve despareja. El contraste se potencia cada vez que aceleran los movimientos con las variaciones de los tangos o con el ritmo vivaz de las milongas, por las que parecen tener cierta inclinación. Por eso, la decisión de protagonizar varios solos al comienzo del show no los favorece. Como en el resto de los cuadros, tanto música como danza tienden a seguir ritmos excesivamente rápidos, quitando matices a las piezas interpretadas.
En la segunda mitad, en cambio, un mayor protagonismo de Pereyra y del resto del elenco redunda en un panorama más grato. La ductilidad de Dabel Zanabria, Eduardo Tévez, Emilse Martínez y Laura Tilve (que ya se habían mostrado solventes con el tango), vuelve a levantar la imagen del grupo con chacareras, zambas, un gato y una vidala que evocan diferentes situaciones vitales. Es también el período en el que Luis logra imponer sus condiciones técnicas y su carisma a través de recursos siempre impactantes, como son el zapateo del malambo y las destrezas con boleadoras. Responsable de la idea original del show, el bailarín santiagueño interviene además como músico en varios pasajes, con el bombo legüero, la guitarra y hasta cantando. A favor de la mitad folclórica, también hay que decir que el repertorio no es para nada obvio, manteniendo ribetes muy atractivos e incluyendo la emotiva chacarera que da nombre al show, escrita entre Luis Pereyra y Sergio Luna.
La idea de los bailarines tocando distingue al espectáculo en general. Todos se suman cada tanto con diferentes tipos de percusiones. Pero la música en vivo, que anima buena parte de las acciones, es en su esencia generada por Leandro Ragusa en bandoneón y Claudio Pereyra en guitarra, percusión y canto. Este último brilla especialmente al interpretar temas como Añatuya (Peteco Carabajal) o Taki Ongoy (Víctor Heredia) con una voz diáfana, expresiva y madura.
El sonido de mi tierra seguirá en cartel todos los sábados de marzo en la Sala Siranush (Armenia 1353, CABA) con entradas entre $100 y $130. Si bien el espectáculo está anunciado para las 21, comienza a las 22, una vez que el salón (dispuesto con mesas para cenar) recibió todos los pedidos de comida y/o bebida. La consumición no es obligatoria.
Carlos Bevilacqua
En la imagen, Nau y Pereyra. Foto gentileza de la agencia Duche-Zárate.
Publicado el 24-2-2013.