El género carnavalero tiene en Buenos Aires algunos rasgos particulares. Acá indagamos sobre ellos con una especialista: la productora y docente Luciana Vainer, autora del libro Miralá que linda viene: la murga porteña.
Estamos en días de Momo. El personaje mitológico vive en el espíritu festivo de todos los que sienten el carnaval como un espacio de liberación y alegría. En la ciudad de Buenos Aires, el rito celebrado cuarenta días antes de Semana Santa se manifiesta en agrupaciones musicales y coreográficas de códigos propios.
Una de las personas que más conocen ese fenómeno es Luciana Vainer, una productora artística de 40 años que forma parte de la murga Los Quitapenas desde 1990, apenas un año después de haber empezado a cursar en el primer taller de murga que dio “Coco” Romero en el Centro Cultural Rojas de la UBA. Con el tiempo, Luciana fue sumando conocimientos no sólo sobre el pavimento urbano sino también a través de lecturas específicas, la docencia del arte murguero, la dirección de espectáculos que tuvieron a la murga como lenguaje y de las entrevistas que reunió para el libro de marras, que recorre los carnavales porteños desde 1970 hasta 2004. Hoy sigue disfrutando de practicar y describir un género inclusivo por antonomasia, tal como lo hizo con Melografías en un barcito contiguo al Parque Saavedra.
¿Cuáles son los rasgos distintivos de la murga porteña?
La murga porteña es de índole fundamentalmente barrial y espontánea. La gente se reúne por sus ganas de estar, de participar, por amistad y por un sentimiento de identificación. En cuanto a lo musical, el corazón de la murga es el bombo con platillo, un instrumento que aparentemente es de origen árabe y que habría llegado a la Argentina con los españoles. Por otro lado, la murga porteña tiene una rítmica muy particular, cuyas raíces se remontan en parte a la milonga y en parte a la música que tocaban los negros traídos por la fuerza al Río de la Plata. Esos ritmos son diferentes a los de las murgas uruguayas, que tienen otras formas musicales, como la marcha camión, además de otros instrumentos.
Otra característica de nuestra murga es el desfile por la calle, ese baile con desplazamiento que se organiza por grupos. Lo tradicional es que aparezcan primero los nenes (las mascotas), después las mujeres, los hombres, la percusión y, por último, las fantasías, que son las banderas, los abanicos y las sombrillas. Por lo demás, están los disfrazados, que andan por cualquier lugar.
Al hablar de rasgos de identidad, también es muy importante la ropa: ese traje llamado “levita” y la galera, los dos con los colores distintivos de la murga. Eso también viene de los negros. Cuenta la leyenda que heredaban esas prendas de sus amos y que por diversión las adornaban con espejitos y apósitos de colores.
¿Y es un hecho artístico más de desfile que de escenario?
No, lo que pasa sobre el escenario también es muy importante. El escenario es el momento de decir y la palabra es fundamental, por contenido y por poética. La murga cuenta de dónde viene, para qué vino y tiene sus momentos de crítica social. En general, se usa el humor para hablar de la vida cotidiana. Después, muchas veces se incluye un homenaje, que puede ser un reconocimiento a una personalidad del barrio, del país o del mundo, o a un lugar significativo para la murga. Para el final quedan las glosas y la retirada.
¿Cuándo nació la murga porteña?
Tiene sus orígenes en la época colonial y de nuestra independencia. Por eso manejamos estos ritmos. Los festejos del carnaval tuvieron después mucho impulso en la época de Rosas, quien tenía muy buena llegada a la población negra. Y desde entonces se fueron sumando elementos de muchas tradiciones. En ese sentido, es una mixtura, como nosotros mismos. Porque hay mucho de los negros, pero también mucho de los españoles (de hecho, la palabra “murga” viene de España), y también mucho de los italianos, por ejemplo en el baile. No sé cuándo las agrupaciones de carnaval empiezan a ser conocidas como murgas, pero a fines del siglo XIX y principios del XX ya hay agrupaciones chicas (de 15 o 20 personas), compuestas por blancos, que se presentan como murgas.
¿En esa época fue cuando se empezó a cocinar este caldo que hoy conocemos, con tantos ingredientes expresivos y gente tan diversa?
En esa época las murgas eran grupos sólo masculinos, que salían a las esquinas a cantar. Todavía no desfilaban, pero ya tenían algún instrumento melódico y percusión. La formación que hoy conocemos, así como el tipo de actuación, surge recién en la década de 1940. Por aquellos años se consolida también ese acento rítmico típico de la murga porteña que uno siente como pesado y que es tributario del tango. Hoy esa marcación rítmica la conservan algunas murgas, porque otras tocan más rápido, siguiendo ritmos de cumbia o de reggaetón. Es interesante ver cómo los ritmos de cada época se van colando en la murga.