El hechizo de una voz


La Bruja Salguero armó el jueves pasado una fiesta chayera en pleno centro porteño. Así fue como siguió presentando su último disco, festejó un nuevo aniversario de la ciudad de La Rioja y adelantó material de su próximo CD.

      No parece un dato más la cantidad de artistas que la acompañaron sobre el escenario del ND Teatro la noche del jueves pasado, una de las más frías del año. La confluencia de tantas figuras del folklore en torno a la voz de María de los Ángeles (alias La Bruja) Salguero habla de su voluntad por compartir, de sus muchos vínculos y, claro, de cuánto la quieren sus colegas. Una capacidad de convocatoria que también es buena muestra del eclecticismo que la caracteriza; de su recital participaron desde Ramón Navarro (prócer de la música típica riojana) hasta Josho González (otro cantautor comprovinciano, pero mucho más joven), pasando por referentes de otras regiones o géneros como el bajista Daniel Maza, el pianista Popi Spatocco, el dúo Tonolec y Carabajales, entre otros.
      Apenas copa el aire con su canto, La Bruja explica mucho. No sólo por qué es tan valorada en el ambiente, también la misteriosa alquimia entre nostalgia y esperanza de las chayas (canciones folclóricas típicas de La Rioja) y hasta su apodo, que si bien data de su adolescencia, ella dice que no sabe a qué se debe. Quien la escucha, aun rodeada de una masa instrumental a veces demasiado estridente, se siente envuelto por la magia de una voz privilegiada, habituada desde niña a los modos folclóricos de sus pagos. Tales virtudes son sazonadas por una simpatía y un sentido del humor que brotan en los comentarios que desliza entre una canción y otra.
      A poco de andar, la cantante riojana empezó a abrir el juego a otros cantantes. Había presentado credenciales ante un público escaso pero fervoroso con Tinkunako, Lucero cantor (de Ramiro González) y Esa mujer (de Naya Ledesma), cuando convocó al marplatense Pablo Olmedo, cantor de registro grave que la acompañó en una zamba de Raúl Carnota llamada El otro camino. Volvió a ser protagonista excluyente gracias a una “chuntunqui-chaya-vidala” de otro comprovinciano, Pancho Cabral y a La Atardecida (la famosa zamba de Falú y Castilla), en un clima intimista. Desde entonces, el desfile de invitados sería casi incesante.
      Con el dúctil Popi Spatocco al piano, Salguero conmovió interpretando Dorotea la cautiva, obra perteneciente a Mujeres argentinas (disco conceptual con músicas de Ariel Ramírez y letras de Félix Luna) y que formó parte de su primer casete, grabado allá por 1995, según contó. Esa milonga campera fue a su vez marco para la fugaz danza de Victoria Matta y Lucía Sánchez, también riojanas.
      Los comprovincianos siguieron luciéndose. Primero, a través de dos artistas emergentes: Josho González, cantautor que acaba de editar su primer disco y Daniel Argañaraz, con quien La Bruja cantó la chaya El medio enharinao. Después, con el venerable Ramón Navarro, quien apenas accedió al escenario se despachó con una serie de elogios tan poéticos que sonaron como recitados de un texto previamente escrito. “Esta mujer buscó la hondura y le crecieron alas”, la definió. Con ella cantó a dúo sus Coplas del valle y, ya junto a los demás artistas que hasta entonces habían participado, Las madres aborígenes, fragmento de La Cantata Riojana, que Navarro escribiera con Héctor Gatica en los años ‘80.
      Hermosas fotos tomadas por Patricia Avallay iban sumando estética y metamen- sajes desde una pantalla colgada contra el fondo del escenario. De la puesta sólo hubo que lamentar la saturación que por momentos producían los sonidos más graves del bombo y el bajo, un problema recurrente de la música en vivo.
      Los adelantos de su próximo disco determinaron el repertorio del siguiente tramo. Las virtudes de la cantora riojana se volcaron entonces sobre Soy (un chuntunqui de Josho González), la bellísima canción Cuando llueve por mi pueblo, de Pancho Cabral y Guanaqueando, de Ricardo Vilca. “La idea es rescatar algunos clásicos contemporá- neos”, los catalogó ella misma. El segmento de novedades se cerró con la llegada de Daniel Maza y su descomunal talento para el bajo de cinco cuerdas. Tras entregar una deslumbrante versión de The chicken (el emblemático tema funk), el uruguayo la acompañó en El grito santiagueño, zamba de Raúl Carnota.
     Con Ángela Irene y Mónica Abraham. sus ex-compañeras del espectáculo Cantoras del alto sol, Salguero interpretó luego Madre tierra. Con el dúo Tonolec, una canción infantil en lengua toba llamada So caayolec (Mi caballito) y Baila, baila, parte en qom, parte en castellano. Con el quinteto Carabajales (Peteco incluido), No sé qué tiene la chaya y la chacarera Borrando fronteras en salomónica ecuación. Hasta llegar a una despedida colectiva con tantos invitados entonando El enharinao.
      Con buen criterio, La Bruja destinó un último tema para la presentación destacada de su banda, integrada por Sebastián Henríquez (guitarra), Pablo Fraguela (piano), Lucas Homer (bajo), Víctor Carrión (flauta y quena) y Facundo Guevara (percusión).
      Para el bis, una reprise de Lucero cantor, Salguero ya había ofrecido una abundante ración de muy buena música durante más de dos horas ininterrumpidas, con mensajes profundos, cantidad de matices instrumentales y vocales, en compañía de una veintena de talentosos músicos. El alma, pipona, estaba más que preparada para volver a enfrentar el frío de aquella noche.

Carlos Bevilacqua

En la imagen: Salguero durante el recital del jueves. Foto de Luis Brizuela.

Publicado el 19-5-2013.