El sexo como instancia de disfrute, pero también como herramienta de dominación, es representado por siete dúctiles bailarines en La idea fija, la obra de Pablo Rotemberg que este fin de semana retoma su quinta temporada.
Michel Foucault plantea en su Historia de la Sexualidad que en torno al sexo se dirimen no sólo cuestiones relativas al placer, sino que en su discurso se construyen saberes y verdades. Por otro lado y, a riesgo de pecar de reduccionistas, entendemos que para el filósofo la libertad sexual es en realidad un dispositivo que encubre el control social ejercido sobre nuestro cuerpo y también sobre nuestro deseo. Control que funciona de modo estratégico produciendo un discurso en torno a qué es la sexualidad, por lo que ésta aparecería como correlato de ese discurso. De este modo, se entiende a la sexualidad como una red en la cual se articulan la estimulación del cuerpo, el placer, la producción de conocimiento y su discurso, el control y la resistencia; conformando estrategias de poder.
Quien lee se preguntará a qué viene tanto palabrerío teórico. Pues La idea fija, espectáculo creado por Pablo Rotemberg, ya en su quinta y última temporada (esperemos que esto último no sea cierto), pareciera ilustrar de manera exacta las reflexiones de Foucault en torno a la sexualidad; pero ese no es el mérito que justifica esta reseña; no, aunque vale la mención.
La mayor virtud de la obra es lograr la ilustración de lo mencionado a través del
desempeño de los intérpretes, la puesta de luces y la coreografía. Los tres recursos que en la escena construyen el universo sexual, sensual y racional creado por Rotemberg funcionan del siguiente modo: sujetos que ocupan el espacio en diferentes planos y profundidades, atravesados, circundados y obturados por luces que dotan de una nueva dimensión al cuerpo, que como una máquina orgánica lucha entre el deber ser y la búsqueda del placer, ¿real? Como presos sensuales en un gran panóptico, los vemos reproducir la misma violencia de la que son víctimas, de modo automático, sobre el otro e incluso sobre sí mismos. Cada haz de luz construye un espacio que, sobre una casi inexistente escenografía, aparece como productor de ese discurso que al principio mencionamos. Cuerpos, pudor, miradas, posiciones y direcciones componen la red a través de la cual el poder transita, constituye su esencia, se reproduce y ejerce su dominio.
desempeño de los intérpretes, la puesta de luces y la coreografía. Los tres recursos que en la escena construyen el universo sexual, sensual y racional creado por Rotemberg funcionan del siguiente modo: sujetos que ocupan el espacio en diferentes planos y profundidades, atravesados, circundados y obturados por luces que dotan de una nueva dimensión al cuerpo, que como una máquina orgánica lucha entre el deber ser y la búsqueda del placer, ¿real? Como presos sensuales en un gran panóptico, los vemos reproducir la misma violencia de la que son víctimas, de modo automático, sobre el otro e incluso sobre sí mismos. Cada haz de luz construye un espacio que, sobre una casi inexistente escenografía, aparece como productor de ese discurso que al principio mencionamos. Cuerpos, pudor, miradas, posiciones y direcciones componen la red a través de la cual el poder transita, constituye su esencia, se reproduce y ejerce su dominio.
Cuerpos delimitados, impersonales, atemporales, desprovistos de género, sin orientación sexual precisa, presos de un deseo impuesto, prestado, predeterminado. Cuerpos que ostentan todo lo mencionado a través del magistral desempeño de siete bailarines, entre los que es imposible no resaltar el trabajo de Mariano Mazzei, cuya bella interpretación, precisión de movimientos y organicidad rememora a aquel Lope de Vega de Quien lo probó lo sabe.
La idea fija nos muestra la representación del cuerpo en un espacio atravesado por luces y sombras; como si en esa luz o en su ausencia viajara el poder que, en su invisibilidad, se constituye saber y simula para sus víctimas un encuentro plagado de placer. En síntesis, coacción y coerción en una postal de profunda belleza.
Larisa Rivarola
Ficha técnico-artística:
Elenco: Alfonso Barón, Juan González, Rosaura García, Diego Mauriño y Marina Otero
Participaciones especiales: Dolores Ocampo y Mariano Mazzei
Vestuario: Gabriela A. Fernández
Escenografía: Mirella Hoijman
Iluminación: Fernando Berreta.
Música original: Gastón Taylor
Música: Giogio Moroder, Raffaella Carrá, Goergy Sviriov, Alter Ego y Antonio Vivaldi
Entrenamiento vocal: Claudio Pirotta y Mecu Bello
Entrenamiento actoral: Valeria Grossi
Sonido: Guillermo Juhasz
Asistente de dirección: Julia Gómez
Coreografia y dirección: Pablo Rotemberg
Funciones: los domingos a las 19 en El Portón de Sánchez (Sánchez de Bustamante 1034, CABA)
En las imágenes, escenas de La idea fija. Fotos de Candela Krup.
Publicado el 15-6-2013.