Música por la identidad


El 197º aniversario de la Declaración de la Independencia nos invita a reflexionar sobre la naturaleza de nuestras canciones patrias. Aunque creadas con un fin utilitario, tienen evidentes méritos artísticos y tocan una cuerda emocional de la niñez. Paradójicamente, la mayoría de las más usadas fueron compuestas por extranjeros.

       "La patria es la infancia", dijo una vez el poeta Rainer Maria Rilke. Tal vez por ese carácter entrañable que suelen adquirir algunos recuerdos infantiles, las canciones que cantábamos en los actos escolares nos emocionan de una manera particular. Cabe recordar que esa música fue concebida con el objetivo explícito de fomentar el senti- miento patriótico. En la Argentina, el fundamento ideológico de las siete canciones más usadas en las escuelas se forjó en la época del centenario, cuando las autoridades nacionales estaban preocupadas por establecer símbolos patrios firmes ante la llegada masiva de migrantes extranjeros.
      De las tres canciones dedicadas a la bandera, Aurora probablemente sea la más conocida al haber acompañado, durante años, la acción diaria de izar y arriar la enseña albiceleste. La erudición de su vocabulario y esos agudos difíciles de escalar se explican por su origen: es en realidad el aria de una ópera estrenada en 1908. Fue escrita como tema final de una obra teatral encargada por el gobierno nacional al músico italo-argentino Héctor Panizza. Fue tanto lo que gustó Aurora la noche de su estreno que el público obligó al tenor Amadeo Bassi a repetir el aria, que recién en 1945 fue traducida del italiano al castellano para ser incoporada como canción en las rutinas escolares. Su primera frase (alta en el cielo) daría luego un slogan a Aerolíneas Argentinas, no casualmente nuestra aerolínea de bandera.
      Con una energía mucho más animosa, la marcha Mi bandera consiguió siempre más simpatía por parte de los compulsivos coros infantiles. "Aquí está la bandera idolatrada / la enseña que Belgrano nos legó" cantábamos desde el comienzo con una entonación de "popu" a la que sólo le faltaba la manito en alto. La letra, compuesta de cuartetas que siempre empiezan con "Aquí", fue escrita en 1861 por el abogado y militar Juan Chassaing, esta vez por iniciativa propia y como mera poesía. Cuarenta años después, otro Juan (Imbroisi, también militar) le puso música, conformando así la pieza estrenada en 1906.
      Los colores del cielo diurno vuelven a ser motivo de analogías en Saludo a mi bandera, la más breve y menos intepretada de las tres. Una atractiva sencillez distingue a la canción compuesta en letra y música por Leopoldo Corretjer, un destacado músico catalán radicado en la Argentina desde 1887 que también brilló como compositor de tangos y obras para sainete criollo. Paradójicamente, la única complejidad semántica se da en su primera palabra: "salve", expresión de saludo propia del género poético.
      La Marcha de San Lorenzo es, acaso, la preferida de las masas. Ritmo y melodía imprimen un tono épico a la letra que evoca una batalla clave en la guerra de la independencia, librada en las inmediaciones de lo que hoy es la ciudad de Rosario. Los versos escritos por Carlos Benielli en 1907 tienen la virtud de pintar el escenario de los preparativos, el andar arrogante de los realistas, el valor de los criollos y el fragor del choque con un desenlace lleno de elogios para el Sargento Juan Bautista Cabral, quien sacrificó su vida por asistir a José de San Martín. La música había sido escrita seis años antes por Cayetano Silva, un músico negro y uruguayo que vivía en Venado Tuerto (provincia de Santa Fe). En otras latitudes, los aires marciales de Silva fueron banda de sonido para circunstancias bien diversas: desde el cambio de guardia en el Palacio de Buckingham (Inglaterra) hasta celebraciones de los dos bandos en pugna durante la Segunda Guerra Mundial.
      El padre de la patria tiene un homenaje musical digno de sus hazañas en el Himno al Libertador General San Martín, de reminiscencias grandiosas ya desde el comienzo. Yerga el Ande su cumbre más alta / dé la mar el metal de su voz / y entre cielos y nieves eternas / se alce el trono del libertador, arranca entre sones fastuosos y altivos. Esta canción fue la ganadora de un concurso convocado en 1950, año del centenario de la muerte de San Martín. Fue compuesta por el músico italiano radicado en Buenos Aires Arturo Luzzatti y por el poeta Segundo Argañaraz. Luego de pedir honores a su figura, la letra alaba las virtudes del general, celebra su legado y repasa su itinerario hacia Chile y Perú. Más allá de los subjuntivos del comienzo, su léxico no presenta grandes dificultades, a no ser por aquello de “Que tu nombre, honra y prez / de los pueblos del sur”, siendo “prez” un infrecuente sinónimo de “reputación”.
      El otro prócer que consiguió un himno inmortalizado en los patios escolares es Domingo Faustino Sarmiento. Fue la lucha tu vida y tu elemento / la fatiga, tu descanso y calma / La niñez, tu ilusión y tu contento / la que al darle el saber, le diste el alma dice su letra al principio para luego ponderar sus esfuerzos por generalizar la educación pública en el país. El estribillo se limita a exaltar su figura a partir de un supuesto agradecimiento de los niños que, aun beneficiados, no siempre lo cantaron con mucha convicción. De sus estrofas, la palabra enigmática para muchas generaciones fue siempre “loor” (alabanza). El Himno a Sarmiento también fue compuesto por Corretjer, el mismo que el 25 de mayo de 1910 habría dirigido a un coro de 30.000 escolares en la Plaza de los Dos Congresos, según consignan varias biografías.
      La Marcha de las Malvinas, creada en 1939 y difundida con ímpetu recién después de la guerra de 1982, es la única alusiva a una parte de la geografía nacional. Fue seleccionada en un concurso convocado por la Junta de recuperación de las Malvinas a fines de la década de 1930, tras lo cual empezó a ser entonada en las escuelas. La música fue escrita por José Tieri, un pianista y saxofonista de jazz que también compuso un himno a la Antártida. La letra es obra del escritor y docente Carlos Obligado, hijo de Rafael, aquel célebre poeta autor del Santos Vega. Buena parte del texto insiste con la idea de que, no por apartado del continente o usurpado, aquel territorio caerá en el olvido. Es más, explicita: ¡Por ausente, por vencido / bajo extraño pabellón / ningún suelo más querido / de la patria en la extensión! El lenguaje de la Marcha de las Malvinas es bien accesible. Sólo al final sorprende con la palabra “diadema” (collar) para referirse al archipiélago como “la perdida perla austral”. Metáfora que alude a un resabio de colonialismo cada vez más anacrónico.

Carlos Bevilacqua

En la imagen: fachada de la Casa de Tucumán, donde el 9 de julio de 1816 se declaró la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata.


 Publicado el 6-7-2013.