Alejada de los estereotipos genéricos, la cantautora Sofía Viola viene seduciendo con su alegre desparpajo, tanto al crear como al interpretar. Los invitamos a conocerla (o re-descubrirla) en el recital con el que anteayer presentó su tercer álbum solista.
Hay una frescura encantadora en Sofía Viola. Uno nunca sabe con qué va a salir al instante siguiente, ni cuando canta ni cuando hace comentarios entre una canción y otra. Esa espontaneidad deja ver los resultados de influencias múltiples y atípicas. Criada en una casa antigua de Remedios de Escalada, antes de entrar a la primaria ya tocaba la trompeta de su padre (trompetista profesional) y escuchaba la música que su madre (bailarina de salsa) hacía sonar a todo volumen: Celia Cruz, Tito Puente, Héctor Lavoe, Willie Colón, Oscar de León, Miles Davis, Charlie Parker, La Lupe, Little Richard, Chuck Berry, Pérez Prado y Tita Merello, entre otros. Su formación intermitente en violín, canto, guitarra y actuación fue alimentando un recorrido también ecléctico que incluyó el circuito off del tango (donde nació el personaje de Curda, un payaso tanguero malhumorado), un bar-concert de Temperley y hasta el programa "Medios locos" que Gillespi, Adolfo Castelo y Mex Urtizberea conducían a la medianoche por Canal 7 (allí Sofía interpretaba a una supuesta hija de Perón).
Las experiencias en la noche porteña, a las que ella se ocupó de sumar otras en viajes por Bolivia y Perú, redundaron con el tiempo en ocurrencias poéticas que pronto fueron torrenciales. Hasta que, según sus propias palabras, "tuvo que hacerse cargo" de tanta creatividad. En 2009, con la edición de su primer disco artesanal, empezó a plasmar la faceta que hoy nos ocupa: la de una cantautora inclasificable, de letras que pueden ser cáusticas o desmesuradamente románticas, sobre músicas de amplio espectro.
A los 24, Sofía sigue eligiendo ser ella misma, sin artificios. Llega al escenario sin preámbulos, mientras en el CAFF todavía suena la música ambiental y el escenario se mantiene en penumbras. En otra elección de estilo, emprende toda la primera parte de su recital solita con su charango o guitarra. Arranca con una canción minimalista, cuya letra oscila entre el castellano y una lengua inescrutable. Acto seguido, silba. Es la manera que tiene de introducirnos en una canción de amor. Así, con pequeños gestos sonoros, pero de enorme libertad estética, fue como empezó a presentar anteayer su nuevo disco, como los anteriores elaborado de manera artesanal, pero esta vez con la ayuda del también cantautor Ezequiel Borra (como productor y proveedor del estudio donde se grabó). No casualmente, este tercer CD solista se llama Júbilo. "Tardamos casi dos años en terminarlo, porque seguimos nuestro ritmo de trabajo, sin ninguna compañía discográfica apurándonos", comenta con orgullo.
A lo largo de la noche, las canciones "jubilosas" se mezclarán con otras tan o más vitales que Sofía trae de antes en su mochila. Allí hay lugar para el tono tragicómico de Con Gaspar al mar (compuesta en colaboración con su primo Tomás) y dos tangos de nivel dispar: A mí no (basada en el clásico tópico del despecho) y un segundo sobre el nada frecuente asunto de la menstruación. Ella es así. Puede luego retomar con un bolero en el que se pone en la piel de un perro (sí) para armar una analogía de la relación de pareja que le gustaría entablar, o bien volver al romanticismo entre naïf y fascinante con el primer invitado de la noche: el bombisto Camilo Carabajal, integrante del célebre clan familiar oriundo de Santiago del Estero. Antes invita a todos a cerrar los ojos para recibir al abrirlos una sorpresa, la de otro invitado. Es cuando Viola asume un alter ego masculino que, en lo musical, juega con la voz, el idioma y los ritmos. ¿Una máscara apenas para una canción? ¿Por qué no?
En el último tramo de su recital, seguido por un público cómplice y en su mayoría joven, Sofía estará casi siempre acompañada por varios de los músicos que participaron de la grabación de Júbilo. Entre ellos está el versátil Ale Franov, aportando una determinante capa de acordeón. En medio de un entramado que incluye bajo, guitarra eléctrica, caja, percusión y su propia guitarra o charango, la pequeña gran cantautora es capaz de retratar la alegría de una cigarra en guaraní, despotricar contra la comida chatarra o renegar de la cocaína en una ranchera mexicana. Así como antes había reivindicado el derecho de Bolivia a recuperar su salida al mar o celebrar la altura de una media naranja en Tan galáctica y real. Con todo, el tramo más emotivo de la noche fue el que protagonizó a solas con su papá, el trompetista Horacio "Pollo" Viola, al pintar de blues las sensaciones de una salida nocturna en La noche dejó el pañal.
"Ahora voy a cantar algo que mi profesora de canto me recomienda no cantar", dice Sofía al anunciar uno de los segmentos del show. Son varios los pasajes en los que parece sobreexigir su hermosa voz con falsetes o bruscos cambios de altura. El fraseo de los versos tampoco es uniforme. Una cadencia lenta o de medio tempo puede dar paso a un vértigo que llega a complicar la comprensión de las letras. Todo parece conducir a una misma conclusión: ella no calcula, se deja ser. Algo que, en una época de tanta burda fachada, no está nada mal.
Carlos Bevilacqua
Foto tomada del sitio del CAFF, www.caff.com.ar.
Publicado el 25-8-2013.