Sergio Pujol vincula diversas expresiones musicales con sus contextos socio-políticos en Cien años de música argentina, desde 1910 a nuestros días, libro recientemente publicado por Editorial Biblos y Fundación OSDE como parte de una colección sobre la historia de las artes en nuestro país desde el centenario. Por contenido y forma, el panorama que entrega es fascinante.
¿Cómo dar cuenta de todo lo que ocurrió en un territorio, a nivel musical, durante 102 años? La tarea no es sencilla, sobre todo tratándose de un país extenso y de enorme riqueza sonora como la Argentina y en un período que incluye el nacimiento y acelerada expansión del mercado de la música como fenómeno de masas. Son muchos los planos a considerar: los periplos de los diferentes géneros, sus estilos, sus genealogías y proyecciones, las obras y los protagonistas más significativos, los artistas inclasificables, el peso relativo de lo cantado y de lo meramente instrumental, las tensiones entre lo clásico y lo popular, la influencia de las realidades socio-políticas de cada época... Pero cuando la Editorial Biblos y la Fundación OSDE convocaron a Sergio Pujol para escribir una historia de la música producida en nuestro país entre 1910 y 2012 dieron con la persona justa. Nadie como él es capaz de sintetizar con rigor y amenidad un devenir sonoro con sus tendencias claras pero también con mucho de caleidoscopio. Historiador, escritor y docente, Pujol llevaba publicados ya siete libros sobre música popular argentina del siglo XX. Además es un eficaz divulgador, en tanto frecuente conferencista y apasionado difusor (desde hace más de 30 años conduce un programa semanal por Radio Universidad de La Plata, entre otras tareas). Tras cumplir con este nuevo desafío, su ensayo pasó a integrar una colección que se completa con un volumen similar sobre las artes visuales (a cargo de María José Herrera), otro sobre el cine (escrito por Fernando Martín Peña) y un cuarto sobre teatro (obra de Jorge Dubatti).
Publicado en mayo último, Cien años de música argentina, desde 1910 a nuestros días está organizado en siete capítulos determinados por fases de la historia política argentina que, no casualmente, tienen un correlato en los acontecimientos de nuestra música. Ya en las primeras líneas de la introducción, el autor cita al crítico Alex Ross postulando: "No debemos esperar que la historia nos resuelva definitivamente el problema del significado musical –de por sí vago y mutable– pero es lícito esperar que la música nos ayude a entender un poco mejor la historia".
Las dificultades que las autoridades nacionales tuvieron para elegir una música que nos representara ante el mundo durante los festejos del Centenario, en 1910, son tomadas por Pujol como punto de partida para el primer período, que finaliza en 1930, con el derrocamiento de Hipólito Yrigoyen y la crisis económica mundial. Allí aparecen los primeros intentos de generar una música de identidad nativa desde lo académico (con Alberto Williams y Julián Aguirre a la cabeza) y la consolidación del tango como un género aceptado por todas las clases sociales, con sus grandes hitos: la formación de la orquesta típica, su veloz evolución hacia diferentes estilos, la figura de Carlos Gardel como principal artífice del tango-canción y sus primeros grandes letristas.
El siguiente período, que abarca toda la llamada década infame y los primeros años '40 hasta la irrupción del peronismo, narra el crecimiento del nacionalismo musical que alcanzaría sus logros más notorios con Alberto Ginastera, el vanguardismo disonante de Juan Carlos Paz, el aporte de músicos europeos desterrados (entre ellos el español Manuel De Falla) y, en el ámbito de la música popular, la reconversión del tango en una música eminentemente bailable (con sus más famosas orquestas), por un lado; y la emergencia del folclore como práctica profesional (ya con un joven Atahualpa Yupanqui como figura más consecuente), por otro.
El impulso institucional que el primer peronismo dio a los géneros típicos argentinos, así como al acceso de la población a las expresiones musicales en general, marcan los textos englobados en el capítulo "1946-1955". La migración interna hacia Buenos Aires, la proliferación de bailes populares, el aumento de los porcentajes de música nacional emitida por las radios y el disco transformado en mercancía de consumo masivo definen a una etapa en la que también surgen los primeros intérpretes de un jazz de autor made in Argentina, como Oscar Alemán o Enrique Villegas.
Con la revolucionaria década del '60 como eje temporal, el siguiente período analizado (1956-1975) empieza a configurar la diversidad que hoy conocemos en el panorama musical argentino. Es una época en la que el tango pierde popularidad, aunque engendra a un hijo en principio no reconocido por sus audaces innovaciones: Ástor Piazzolla. Y antes de que el rock atraiga a la mayor parte de la juventud, se produce lo que se conoce como el “boom” del folclore, fenómeno vinculado con la generalización de guitarreadas y peñas, la irrupción de duplas compositivas antológicas e intérpretes de la envergadura de Mercedes Sosa, el auge de los grupos vocales y una fuerte politización de los repertorios, a tono con el pulso de aquellos años. El jazz no se queda atrás (con figuras como Lalo Schiffrin y “Gato” Barbieri en un contexto de estilos múltiples) y hasta surge un tipo de canción de autor equidistante de los géneros tradicionales, cuya figura hoy más vigente es María Elena Walsh.
Paradójicamente, el período más lúgubre de la historia argentina terminó dando un impulso extraordinario al rock nacional. Fue a partir de una derivación fortuita: una vez desatada la Guerra de Malvinas, en 1982, el gobierno de facto prohibió la emisión de música en inglés, que por entonces dominaba el aire de las emisoras. Así, el rock vernáculo, hasta entonces relegado, pasó a gozar de los beneficios de la difusión masiva. Durante la última dictadura militar también se dieron creaciones trascendentes en los ámbitos de la música "culta" y se delineó un campo de intersecciones en lo que con el tiempo se llamó música de fusión, según destaca el libro.
El regreso de la democracia es tomado por Pujol como inicio del período más extenso, ya que culmina con la crisis de 2001. El rock, ya con una fuerte identidad nacional, reinará como amo y señor de la cultura de masas. Pero también es la etapa de recuperación del tango (otra vez a partir del baile social como motor fundamental), del crecimiento de la cumbia en una versión local muy identificada con los sectores más pobres y –en cuanto a música clásica– del eclecticismo de Gerardo Gandini, entre otros nombres de peso.
Los últimos diez años reseñados se caracterizan por la diversidad con que nos encontró el Bicentenario. El mosaico de músicas que hoy nos definen es variopinto: aunque con porciones desiguales del mercado, convive casi todo lo mencionado con novedades como la emergencia de un jazz de rasgos autóctonos y lo que el autor llama un segundo “boom” del folclore, que en algunos casos amplía su cobertura a las músicas típicas de otros países latinoamericanos. Del universo clásico y contemporáneo, se destacan en el volumen las búsquedas emprendidas por referentes como Mauricio Kagel y Osvaldo Golijov.
Todas las épocas son inventariadas en sintonía con los públicos que fueron legitimando las diferentes tendencias. En derredor, y lo largo de las 295 páginas, interaccionan los cambios demográficos, los marcos institucionales (tanto públicos como privados) y los cada vez más poderosos medios de comunicación. Otro mérito del libro es el foco que pone sobre las grabaciones discográficas como registros históricos, más allá de las obras y sus ejecuciones en vivo. En el camino aparecen esos nombres que todos queremos escuchar, ya sea por gusto o curiosidad. Compositores, letristas, intérpretes, canciones y temas instrumentales paradigmáticos tienen su espacio, pero como parte de una historia que siempre es social. Pero más allá de lo descriptivo, Pujol sabe formularse preguntas oportunas, barajar sus posibles respuestas y reflexionar sobre teorías ajenas.
Sólo cabe reprochar la ausencia relativa de la música electrónica dentro del ámbito de lo popular (particularmente por su desarrollo en los últimos quince años), del pop (considerando el volumen de producción que alcanzó en las últimas décadas) y de la balada o “canción romántica”. En todo caso, zonas semidesérticas a completar, pero insignificantes en la vastedad de un trabajo que el propio autor define como “un mapa” de formas arborescentes. Si bien esa imagen es atinada, en tanto permite ubicar en contexto a músicos, obras y tendencias, Cien años de música argentina es además una obra momumental, por sus pretensiones y sus logros: permite aprender, pensar y al mismo tiempo disfrutar, es atractiva para melómanos y neófitos, y así como entusiasma en una primera lectura, puede servir como material de consulta. No muchos libros cumplen con tantos requisitos.
Carlos Bevilacqua
Imágenes: arriba, portadas de LPs de tres músicos paradigmáticos del siglo XX: Alberto Ginastera, Carlos Gardel y Atahualpa Yupanqui. Abajo, portada del libro.
Publicado el 18-8-2013.