Cuando los talentos confluyen


El periodista Pablo Gorlero presentó esta semana su Historia del teatro musical en Buenos Aires con una antología de cuadros pertenencientes a obras estrenadas entre 1980 y 2013. La idea se concretó en fascinantes resultados.

      No es frecuente que alguien logre presentar una Historia del teatro musical en Buenos Aires, narrando más de cien años de desarrollo y en un total de 1500 páginas. Tampoco es común que la presentación de un trabajo tan vasto sea tan amena como la del trabajo de Pablo Gorlero, periodista especializado en la materia. La obra, publicada por Editorial Emergentes con el apoyo del Ministerio de Cultura porteño, está dividida en tres tomos: el primero abarca desde los comienzos del género hasta 1979, un segundo cubre el período que va de 1980 hasta nuestros días y un tercero aporta una cronología con datos duros de los últimos 33 años. Según contó el autor, los textos de los tomos 1 y 2 no siguen un orden cronológico sino que giran en torno a determinadas temáticas, lo cual permite una lectura aleatoria.
      Lejos de la formalidad, la reunión del 23 de septiembre en el Teatro Astral de Buenos Aires fue un emotivo homenaje al musical en general. Con buen tino, Gorlero convocó a decenas de artistas del género para que reprodujeran fragmentos de veintiún trabajos significativos de las últimas tres décadas. Los fue presentando en breves intervenciones con ayuda del actor Omar Calicchio, quien protagonizó buena parte de la historia respresentada. A ellos se sumaba cada tanto Gustavo Monje como un mozo que importunaba más de lo que servía.
      El desfile de gratas evocaciones arrancó con Calle 42, tema del musical homónimo estrenado en 1989, interpretado por Daniela Fernández y Diego Jaraz (cantantes de aquella versión) junto al numeroso Ballet de Jimena Olivari. Siguió con la niña Emma Longhi cantando Mañana de la obra Annie (1982) en una deslucida intervención, la única que desentonó con el alto talento promedio de la noche. Acto seguido, Vicky Buchino y Sebastián Holz asumieron los roles que en 1991 tenían Chico Novarro y Andrea Tenuta en Arráncame la vida para interpretar a dúo el tema que daba nombre a aquel romántico espectáculo. Gorlero lo contextualizó como uno de los tantos musicales armados a partir de canciones preexistentes, como lo fueron también Gotán y El Romance del Romeo y la Julieta. El protagonista de este último, Guillermo Fernández, apareció inmediatamente después en el escenario para interpretar el Tango de la muerte de Lo que me costó el amor de Laura, el fabuloso trabajo de Alejandro Dolina que también quedó plasmado en un disco.
      La metafísica dejó lugar a la metáfora futbolera que, a fines de los ’90, implicó Once corazones. Fue entonces cuando Juan “Pollo” Raffo acompañó desde el piano a Laura Manzini en la canción Goles son amores, escrita por el gran Miguel Cantilo. A continuación, Calicchio y Monje ganaron el centro del escenario con un fragmento de Stan y Oliver, el musical que en 1997 retrató a Stan Laurel y Oliver Hardy (más conocidos como El Gordo y el Flaco). En un gracioso juego interpretaron Sombrero por sombrero, cuya letra fue escrita por Hugo Midón, prócer del género homenajeado también por Gorlero y Ricky Pashkus al establecer el nombre de premios Hugo a los únicos dedicados exclusivamente al musical. La siguiente obra evocada fue, justamente, una de las grandes ganadoras de la última entrega de los Hugo: Manzi, la vida en orsai, que estuvo representada por una impactante performance de Julia Calvo, en la piel de Nelly Omar cantándole Parece mentira a un tácito Homero Manzi.
      Una figura histórica del music hall, Alberto Favero, ocupó luego el piano para dar sustento instrumental a Aníbal Silveyra en su notable interpretación de Vestirlos bien, canción que formara parte de la versión musical que en 1993 tuvo El beso de la mujer araña, la novela de Manuel Puig. En la presentación previa, Gorlero lo puso como ejemplo de lo que llamó “musicales calcados”, que en los años ’90 adaptaron grandes producciones de Broadway, como Cats y Los miserables. La novela de Víctor Hugo también fue un musical en Buenos Aires, tal como testimonió Laura Silva al cantar Soñé un sueño, canción adaptada por Mariano Detry en el año 2000.
      Antes se había evocado a una dupla que marcó un antes y un después en el musical argentino, la de “Pepe” Cibrián-Ángel Mahler. Primero a través de Soñar hasta enloquecer de Drácula en una conmovedora interpretación de Cecilia Milone. Y a continuación, con un fragmento de El jorobado de París en la voz de Nacho Mintz. Respecto del primer trabajo, Calicchio contó que el éxito de taquilla fue tal que Tito Lectoure (el dueño del Luna Park) saludaba a los artistas antes de salir a escena indicándoles con los dedos de la mano cuántos miles de tickets se habían vendido en cada función. Gorlero acotó que el único día flojo era el martes, cuando recibían “apenas” 4.000 personas. También habían conmovido los quince bailarines-actores-cantantes de la inminente versión de El loco de Asís en el Teatro Margarita Xirgu, que reeditarán un éxito del lejano 1984. Como prólogo al cuadro (un popurrí de las canciones escritas ad hoc por Manuel González Gil y Martín Bianchedi), Pablo recordó que en su momento la obra había despertado alarma en la iglesia católica pero que finalmente fue aprobada gracias a la opinión favorable de un sacerdote franciscano hoy famoso a nivel mundial: Francisco Bergoglio. Otro cuadro grupal que despertó admiración fue el leit motiv de Cuando callan los patos, musical del grupo Pim pum pam presentado por Gorlero como ejemplo de los “rupturistas”, en tanto muestran una estética propia, ajena a los moldes.
      No faltaron dúos. Espalda contra espalda, Melania Lenoir y Alejandra Perlusky compartieron el protagonismo de Clase, canción del musical internacional Chicago en la que se lamenta la falta de urbanidad que campea hoy entre mucha gente. Más tarde, Florencia Otero y Germán Tripel cantaron la felicidad de sus personajes en un pasaje de Rent, la obra de Jonathan Larson estrenada en 2008 en Ciudad Cultural Konex.
      Los unipersonales que quedaron para el final no fueron menos fuertes. Raúl Lavié fue el Quijote de El hombre de la mancha al declararle su amor a Dulcinea, tras contar una sabrosa anécdota personal y protagonizar un breve paso de comedia con Omar Calicchio. Fabián Núñez, a su turno, cantó Estoy vivo de Camila, nuestra historia de amor, trabajo estrenado este año como resultado de un gran esfuerzo de una compañía independiente. En otro caso de estrenos recientes, Carla Liguori se manifestó Perdida al interpretar la canción de 2012 ¿y si fueran tus últimos días? Más tarde, Fernando Samartín fue –como en Sandro, el musical de América– la más genuina reencarnación del Gitano al interpretar Así con todos sus modismos. Todavía faltaba el solo de Karina K, demostrando su impresionante talento como Eva Duarte en Si yo fuera como ellas del musical Eva, estrenado en los '80 con Nacha Guevara en el papel protagónico. En su presentación, Gorlero deslizó una dura crítica al enfoque ahistórico del musical más conocido internacionalmente sobre Evita: aquel de Andrew Lloyd Webber y Tim Rice que tanta polémica despertó en su versión cinematográfica de 1996.
      El broche final lo puso Víctor Laplace, reeditando al frente de otro numeroso ballet el Lambeth walk de Yo y mi chica en un homenaje a Julio Gallo, el propietario del Teatro Astral, donde se estrenó aquella puesta en 1989 y donde el lunes pasado una multitud de artistas, productores, periodistas e invitados especiales celebraron una historia que ahora tiene quien la cuente.

Carlos Bevilacqua

En la imagen, Monje y Calicchio en la reedición de un cuadro de Stan y Laurel.
Publicado el 28-9-2013.