Fuerzabruta, la compañía teatral que viene conmoviendo a públicos de todo el planeta con una apelación directa a los sentidos, sigue presentándose en el Centro Cultural Recoleta. Estuvimos ahí para tratar de entender el fenómeno.
El concepto empezó a imponerse con De la Guarda, aquella compañía que sorprendió con una desmesurada apelación a los sentidos. El vuelo de los intérpretes por encima del auditorio, la interacción directa con el público, la posibilidad de recibir un inesperado chapuzón, el clima onírico... todo aquello se expandió en 2003, cuando uno de los fundadores de la compañía, el coreógrafo Diqui James, decidió proseguir bajo otro nombre profético: Fuerzabruta. Desde entonces, y particularmente en el último lustro, la nueva compañía logró éxitos de taquilla en buena parte del mundo con espectáculos que fueron incorporando cada vez más tecnología. El último, estrenado originalmente en el Luna Park en 2011, se titula Wayra tour, en una exótica combinación del quechua (wayra = viento) y el inglés (tour = viaje, en un sentido figurado que pronto se concretó en una extensa gira internacional).
Lo cierto es que nadie va virgen de expectativas a ver a Fuerzabruta. Ya sea por referencias de conocidos, por conocimiento de sus éxitos internacionales o por la notoriedad que el grupo adquirió tras protagonizar los mega-festejos del bicentenario, el espectador que ingresa a la sala Villa Villa del Centro Cultural Recoleta está predispuesto a vivir algo especial, atípico. La adrenalina se respira en el enorme ambiente que se extiende más hacia lo alto que a lo largo o ancho. Y la verdad es que los dirigidos por Diqui James no defraudan, al menos a los que esperan sensaciones fuertes a través de la vista, el oído y hasta el tacto.
Ya la disposición espacial del público y de los hechos artísticos es inusual. Distribuidos de pie en un gran rectángulo, los espectadores deberán movilizarse cada tanto para dejar lugar a las acciones, a veces ejecutadas sobre dispositivos móviles. Eso no es todo: deberán mirar más para arriba que para los costados: se sabe que los actores-bailarines de Fuerzabruta tienen el don de volar, arnés mediante. Sobre un lado del rectángulo hay un escenario clásico que cada tanto aporta números artísticos, pero sólo como bisagras entre los platos fuertes.
"Ustedes serán parte del show", dice una voz en off como parte de las recomendaciones previas al inicio de las acciones. Si bien la frase puede sonar a slogan publicitario, es verdad que los espectadores por momentos tienen contacto con los intérpretes (hasta pueden acompañarlos en sus vuelos, si así lo admiten antes del comienzo de la función) e interactúan con los bailarines aéreos cada vez que éstos aterrizan entre el público. Antes vivirán emociones diversas que parecen aludir a la tensión entre el hombre y los ritmos que impone la gran ciudad. La lucha de un personaje por mantenerse en carrera sobre una cinta que le va inerponiendo dificultades, en contraposición a los sueños que emergen de su inconciente una vez que consigue descansar, hablan de un contraste traumático. Algo similar puede leerse en el estallido de un grupo de seres hacinados en un espacio demasiado pequeño, que termina con una celebrada catarsis, un rato más tarde.
Más allá de estas lecturas, cuesta encontrar un sentido dramático a las demás escenas, que sí se distinguen a veces por una poética belleza y, sobre todo, por el sacudón que ejercen sobre los sentidos. Es más: la percepción se altera en cada número aéreo, no sólo por la suspensión parcial de la ley de gravedad sino también por la interacción de los artistas con planos verticales o en diferentes grados de inclinación. El uso de telas brillantes que reflejan la luz en múltiples direcciones es otro recurso que coadyuva a cierta psicodelia. Todo ocurre en un marco sonoro de alto volumen, basado en música especialmente compuesta por Gaby Kerpel, a tono con el formato espectacular, impactante, de grandes dimensiones que caracteriza a Fuerza Bruta
Sin embargo, sería un error dejarse llevar sólo por lo que sugiere el nombre de la compañía y pensar que en Wayra tour no hay lugar para las sutilezas. A tal fin, basta entregarse a los juegos con agua que tejen las cuatro bailarinas que protagonizan uno de los tramos más sugerentes dentro una enorme pileta móvil. O detenerse en las imágenes de varios cuerpos enlazados, columpiándose en lo alto del salón. Pero incluso en esos tramos, el foco apunta a un golpe de efecto, siguiendo un paradigma que privilegia la forma al contenido, tal como ocurre con tantos espectáculos de danza minimalistas, después de todo. Por eso, al show no lo favorece la comparación con las plataformas que desfilaron por las calles céntricas de Buenos Aires el 25 de mayo de 2010, tan elocuentes en sus referencias a diferentes episiodios de la historia argentina.
El cable a tierra que cada tanto implica el escenario no llega a apagar el vértigo del show. Porque así como una poderosa percusión sostiene desde allí el leit motiv de Wayra tour, en otros pasajes contagia vitalidad con una danza en buena medida tributaria de la murga porteña. Esos movimientos exultantes abonan el terreno para el espíritu festivo que los intérpretes buscan generar en la sala, ya sobre el epílogo, ora mezclándose con el público, ora arengando desde el escenario o desde la cabina de un poseído DJ.
Este nuevo ciclo porteño de Wayra tour arrancó el 22 de mayo último. Desde entonces, viene ofreciendo ocho funciones semanales con una sostenida demanda de entradas (que oscilan entre los $120 y los $160). Más allá de todo lo que pueda traccionar la campaña publicitaria que promociona el show, resulta llamativo constatar cómo el hecho teatral sigue atrayendo a las generaciones más jóvenes, en una época plagada de estímulos virtuales. Ni siquiera el cine, que también ocupa todo el campo visual del receptor, seduce tanto como la performance en vivo a la hora de buscar emociones fuertes. Al fin de cuentas, algunos sortilegios –aunque reformulados– mantienen su eficacia.
Carlos Bevilacqua
En la imagen, una escena de Wayra tour. Foto tomada del facebook de la compañía.
Publicado el 7-9-2013.