¿Lobo estás?


Dos grabaciones argentinas de Pedro y el lobo, aquella fábula sinfónica escrita por el compositor ruso Serguéi Prokófiev, son óptimos recursos para desarrollar el gusto musical y una escucha atenta desde la primera infancia.

      Imagine el lector un long play cuyo arte de tapa presenta lo siguiente: un bosque nevado, dos árboles, uno a izquierda y otro a derecha. El de la derecha de mayor importancia, pues sobre él se ubican nuestros personajes. Cuatro de ellos sentados sobre sus ramas: un pato y un gato ambos en tono blanco y negro, y con ellos un pequeño pajarito y un niño dibujado al estilo de esos cuentos rusos que los papás progres de los ‘80 nos compraban en los stands de Cuba o de la U.R.S.S. en la Feria del Libro. El niño, pelirrojo y sonriente, lleva gorra y casaca en tonos lila y violeta, ostentando una vestimenta típica de Europa oriental. Estos cuatro personajes miran a un quinto que desde abajo del árbol los observa con mirada desconfiada, un lobo. ¿Adivinó el lector? Arriba del árbol, Pedro y sus amigos; debajo, un “enoooorme loooobo”, tal como relata el locutor de esta historia infantil, el eterno Santiago Gómez Cou.
      Si acertó, lo felicitamos; caso contrario, lo anoticiamos. Nos estamos refiriendo al famoso vinilo (luego reeditado en CD pero con locución de Alfredo Alcón) Pedro y el lobo, obra musical de Serguéi Prokófiev en su primera versión nacional narrada por el actor uruguayo fallecido en 1984, aquel de prodigiosa y bella voz llamado Santiago Gómez Cousillas, más conocido como Santiago Gómez Cou. La sinfonía fue compuesta en 1936, inaugurando (sin saberlo) el género "cuento musical para niños", siendo el pionero en la creación de obras didácticas, además de ser uno de los grandes compositores rusos del siglo XX. Ahora bien, más allá de su valiosa formación en el Conservatorio de San Petersburgo (donde tomó clases de piano y composición) y de haber conocido en Londres al famoso coreógrafo de los “Ballets russes”, Serguéi Diaguilev, lo que en esta reseña deseamos valorar –además de las bellas composiciones que produjo– es el modo en que su trabajo demuestra cómo se puede promover y fomentar el gusto musical desde la primera infancia.
      El cuento, basado en una historia popular rusa, podríamos sintetizarlo del siguiente modo: el joven Pedro vive con su abuelo leñador en el bosque. Además de tener un gato, es amigo de un pato y un pajarito que suelen discutir y competir sobre las habilidades de cada uno. Cierto día, Pedro sale de casa, deja abierta la puerta del jardín y parte sólo a jugar al prado. El abuelo reta a Pedro por ello, advirtiéndole que un lobo puede atraparlo si no tiene cuidado. El niño responde risueño que no tiene miedo, que podría él mismo atrapar al lobo. Más tarde, efectivamente, aparece un enorme lobo que atrapa al pato y se lo come. No contaremos el final, sí advertiremos de la valentía de Pedro, de la ayuda de tres cazadores y que el animal no será muerto en un acto de enseñanza final de tintes ecológicos.
      La manera en que Prokófiev construye este relato es el núcleo de nuestra recomendación. El compositor ruso crea un maravilloso universo plástico y musical, asignándole un instrumento a cada personaje; así Pedro será interpretado por instrumentos de cuerda, como violín, violas y violonchelos, el abuelo será el fagot, el pajarito será encarnado por una flauta traversa, en el pato oiremos al oboe, el gato aparece a través del clarinete, el lobo es interpretado por tres tubas y los cazadores son timbales. Y decimos “universo plástico” porque además de la presentación didáctica de los personajes de modo individual y a través de cada sonido, lo cual inicia a los niños en el descubrimiento de cada instrumento, es la interacción entre ellos lo que comienza a nutrir el oído infantil y por qué no del adulto interesado, logrando que la imaginación de quien escucha se dispare con una velocidad y una fuerza inusitadas. Es en esta interacción que ese mundo plástico al que aludimos aparece, porque no sólo logramos identificar a los personajes con cada instrumento sino que los primeros también se distinguen por secuencias rítmicas que en la reiteración promueven también la identificación y la apreciación, acostumbrando al cerebro y por ende al oído a diferentes melodías y texturas musicales.
      Este modo de familiarizar a los niños con los instrumentos de una orquesta sinfónica no sólo garantiza un vínculo cálido y amable entre ellos y la música, sino que obliga, en un sentido positivo, a crear una relación sin intromisiones con aquello que se contempla; para una cabal apreciación de la obra basta estar atento, pero resulta imposible sin esa atención, que no se puede conseguir con celular en mano, juegos, televisión encendida o cualquier otro dispositivo de consumo habitual en niños cada vez más pequeños. Por último, vale destacar el perfecto equilibrio que se da entre el relato oral y la composición musical, cada uno de estos aspectos cumple la función de ir enriqueciendo y contribuyendo al otro en la imaginación de quien escucha.
      Bis para el lector: si bien es elogiable la última versión local, cuya locución –como ya mencionamos– pertenece al maravilloso Alfredo Alcón, sugerimos el esfuerzo de buscar la previa, aquella interpretada por la Orquesta de la Ópera del Estado de Viena (Volksoper) y dirigida por Mario Rossi, con la inconfundible voz de Gómez Cou, no sólo por su bello trabajo sino porque escucharla brinda una grata sensación de sana y feliz nostalgia de aquella infancia, que muy dentro nuestro debemos conservar.

Larisa Rivarola

Arriba, imagen de portada del LP de Pedro y el lobo en su versión nacional.

Publicado el 19-10-2013.