Cuando usted trabaja a partir de una idea original, sin texto previo, ¿de qué modo lo hace? ¿Desde la improvisación grupal o tal vez tiene una idea previa que plantea a los intérpretes?
Si bien yo no trabajo con improvisaciones, en muchos de mis trabajos hay zonas para improvisar pero pautadas. Siempre hay una estructura sobre la que se trabaja. Porque ¿a qué se llama improvisación? ¿Si no hay una pauta es una liberación? No hay por qué tenerle miedo a las estructuras, pues brindan un esqueleto que sostiene. Una pauta para una improvisación es la razón de existencia de esa improvisación. Ahora bien, en general a mí me gusta trabajar solo, analizar, hacer mi propia película, y cuando llevo la idea a la sala y trabajo con los intérpretes acepto que esa idea sea modificada completamente. La propuesta es recibida, devuelta y tomada por mí para nuevamente devolverla; así empieza un diálogo que es lo fascinante del trabajo. Eso es componer.
Se compone dialogando con el otro porque se trabaja con el cuerpo del otro en un espacio que ocupa ese otro.
Claro. Porque el otro establece una marca con su cuerpo, y además lo impregna de su personalidad. Si bien he trabajado con textos, me gusta mucho trabajar sobre música compuesta. Me resulta mucho más cómodo tomar por ejemplo a Ravel, escucharlo, descubrir su estructura, cómo está formada, cómo el caos se sintetiza y cambia. Cuando descubro esa estructura, la analizo y a la vez aparecen emociones; ese es mi primer enfoque.
¿En la UNSAM disocia su actividad pedagógica de la coreográfica?
Sí, son dos cosas diferentes, si bien están relacionadas porque el área es la misma. El espacio de la universidad es el de creación de un programa de vida, de trabajo y de preparación de instrumentos afinados.
¿Y no posibilita, además, una mayor inserción social? Pensando en la danza como una disciplina no tan popular en tanto su público no varía mucho.
Yo no estoy muy seguro de esa no popularidad, porque ¿qué significa la palabra “público”? Pienso que para dar cuenta de él tendríamos que realizar una sumatoria de diferentes capas sociales, mentales, intelectuales, históricas, así que no me dice nada la palabra “público”. Es más, es raro que alguien no me diga: “¡Ay, me hubiera gustado ser bailarín!”. Entonces si eso no es popularidad... Creo que no hay que juzgar al público sólo por quienes van a ver ballet clásico al Colón o al Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín.
En ese sentido, lo interesante de la UNSAM es que genera un polo fuera del centro de la ciudad de Buenos Aires, descentralizando la oferta de espacios y cumpliendo una función social.
Sí, totalmente. Bueno, ese es un objetivo de la universidad que se cumple muy lentamente. Allí tenemos un rector, el Dr. Carlos Ruta, un poeta con una gran formación intelectual, humanística y científica; y muchos estamos ahí por su apoyo, porque da un espacio para soñar, desear y plasmar. Son procesos lentos, pero de una profundidad y una proyección muy grandes; y, aunque falta muchísimo, tenemos lo básico: el deseo y la permisividad de pensar que es posible.
Teniendo en cuenta su rol en los inicios del Ballet del Teatro San Martín, ¿qué significación tiene hoy ese espacio para usted?
Primero. recordemos que el movimiento de danza contemporánea es anterior al San Martín. El San Martín lo que consolida es el respaldo oficial –que es relativo, porque cuando cambia la línea política cambian las políticas–, hacia una compañía de danza contemporánea que tuvo la posibilidad de perdurar en el tiempo y así investigar y evolucionar. Eso se produce primero con la creación del Ballet del San Martín durante un corto tiempo, cuatro años, después hubo un silencio y luego Ana María Stekelman crea el grupo de Danza Contemporánea que más tarde se llamó Ballet Contemporáneo y que felizmente continúa hasta hoy. Si bien hay un hueco entre los dos momentos, hay vasos comunicantes.
Es importante que el precedente que se sienta con la creación del espacio hace que luego ese lugar, cuando es atacado por políticas adversas, pueda ser defendido con fuerza.
Respecto de eso, fue fundamental la Asociación Argentina Amigos de la Danza (AAAD), que existió desde que se inauguró el Teatro San Martín. Esa asociación unió por primera y única vez a grandes maestros de diferentes estilos; se juntaron, se creó una comisión de trabajo ad honorem y el Teatro San Martín les cedió el primer lunes de cada mes para realizar una función. Esa asociación dio vida a muchos coreógrafos, bailarines y músicos, y fue gracias a ella que se creó el Ballet del San Martín, ese fue el antecedente. Fue un paso previo de amplitud de mirada porque "Amigos de la danza" era una sociedad generosa, inclusiva, comprometida y desinteresada a la que muchos le debemos tanto. La comisión estaba formada por Ekaterina de Galantha, Roberto Giachero, Renate Schottelius, entre otros grandes maestros, verdaderos padres de la danza.
¿Cómo se formó la asociación?
Entre profesionales que un día se autoconvocaron y se propusieron trabajar. Hicieron una convocatoria, y fue pura vocación y pasión. Ahí estrené La consagración de la primavera, mi primera obra. Yo recién empezaba, así que tuve que dar mucho examen, fue una obra muy significativa personalmente.
Alguna vez dijo que la pasión también se enseña. Entiendo que se refiere a lo que un maestro o guía se propone pero ¿podría profundizarlo?
Quise decir que lo que produce emoción es algo que uno transpira para conseguir, y se aprehende pensando, calculando, con disciplina. Por otro lado, no me gusta que me digan “maestro” pues me siento más como un gestor o promotor, mi función es la de estimular.
Pienso en un "facilitador", alguien que trata de extraer del otro aquello que cree que puede dar.
Claro, de lo cual también uno aprende y puede nutrirse permanentemente.
Larisa Rivarola
En las fotos: arriba una escena de Rapsodia (obra creada por Araiz) en una interpretación del Ballet Mediterráneo de Niza (Francia) en 2013; debajo, Oscar Araiz fotografiado por Uri Gordon.
Publicado el 5-10-2013.