Negocio redondo


Con descuentos y shows en vivo, la Noche de las Disquerías atrajo anteayer a una multitud de melómanos que abarrotó los principales locales de Buenos Aires. Estuvimos en el epicentro de la voracidad musical.

      Ante tanta descarga virtual, hablar de discos ya empieza a sonar anacrónico. Sin embargo, algunas escenas de la V Noche de las Disquerías, celebrada anteayer en Buenos Aires, pueden –ya que no refutar– al menos atenuar esa sensación. Melómanos voraces bucean por doquier en busca de ese CD tan deseado, otros ya se hicieron de su pequeño botín y esperan en la extensa cola que los separa de la caja. La mayoría lleva más de una unidad, algunos (pocos) rastrean los LPs de ediciones limitadas que en los últimos años entregó el rock y el jazz. Hasta hay quien apela a una canastita (sí, como las del supermercado) para llevar toda su frondosa cosecha. Es que hay que aprovechar los descuentos del evento organizado por la Cámara Argentina de Productores de Fonogramas y Videogramas (CAPIF), que reúne a los sellos discográficos más grandes, con apoyo del ministerio de Cultura porteño.
      Si bien la convocatoria también incluyó, como en las anteriores ediciones, mucha música en vivo, el grueso de la atención se volcó sobre las bateas. Y en esa interacción entre la música envasada y el público había mucho para observar. En principio, el perfil sociológico de quienes buscaban asegurarse futuros buenos momentos, muy probablemente en el hogar, imaginando acaso también un espacio, un horario, una compañía (o no) y hasta alguna bebida (alcohólica o no) para potenciar el disfrute. Al menos en el epicentro que constituyó la esquina de Corrientes y Callao, los exploradores eran en su gran mayoría jóvenes, residentes en el área metropolitana y de una evidente clase media o alta. Acaso por el constante ir y venir de gente entre un mega-local y otro, los perfiles no variaban demasiado entre la distinción de Zivals y el "mainstream" de Musimundo. De hecho, en uno y otro las regiones más pobladas fueron las mismas: los rótulos de rock y pop extranjero, así como los de rock nacional atraían mucha más gente que los de tango, folclore y jazz. Los demás despertaban todavía menos interés.
      A propósito de géneros, el criterio de Musimundo para agrupar su mercadería es por lo menos curioso. Están allí los discos “Internacionales”, los de “Rock en castellano” y los de “Intérpretes en castellano”. Cabe preguntarse si los rockeros argentinos no son también intérpretes en castellano, qué quiere decir “internacionales” (¿que van de un país a otro o que son extranjeros?) y, de ser correcto esto último, si los rockeros españoles, mexicanos o chilenos no son también “internacionales”. Por otra parte, ¿cuántos géneros caben en “internacionales” o en “intérpretes en castellano”? Nobleza obliga: sí es posible encontrar por sus carteles los discos de “Tango” y los de “Folcklore” (sic). Pero si el lector buscase a Miles Davis lo encontrará sólo bajo la vaga noción de “Música - Varios”. Como si los demás discos fuesen de danza, cine o teatro...
      Es verdad que, desde hace tiempo, Musimundo se dedica también a vender electrodomésticos de todo tipo. También por eso su local céntrico es tan grande. Lo que no se explica por ese lado es la intensidad del aire acondicionado ni la machacante música dance que sus administradores eligieron anteayer como sonido ambiente. Lo cierto es que la excitación de la multitud hizo eclosión cuando los fans de Hilda Lizarazu terminaron derribando un escaparate lleno de CDs durante el mini-show que la cantante ofreció al frente de Man Ray, aquella banda pop-rock de cierto suceso en los ’90.
      En Zivals todo fue más “cool”, aunque no por eso menos fervoroso. A pocos metros de la entrada, de cara a la calle, la música en vivo empezó a oírse desde las 18 y casi hasta las 22. Primero con el pop edulcorado de Fabián Manuk, quien ante sus admiradoras adolescentes se jactó de ser el telonero del inminente show de Justin Bieber en River. Más tarde, con el luminoso romanticismo de Sol Mihanovich. La sobrina de Sandra (quien la acompañó en un pasaje) sedujo con letras sencillas en compañía de dos guitarras y una panza de avanzado embarazo. Ya con mayor grado de sofisticación en lo instrumental, pero con similar llaneza en las letras, se mostró luego el cantautor Rubén Goldín, referente de la llamada trova rosarina en los años ’80. Un aire de blues se respiró en las canciones de Goldín, agrupadas en Nadar, su primer CD en diez años. El cierre llegó con el peculiar estilo de Me darás mil hijos, un quinteto de jóvenes que muestra influencias diversas (country, klezmer, tango, entre otras), a partir de guitarras, una voz, un cavaquinho, un contrabajo, un cajón peruano y acordeón.
      También con mini-shows de no más de seis temas, en otras disquerías de la ciudad se presentaron Antonio Birabent, Francisco Bochatón, Omar Mollo, Juan Villarreal y Diego Frenkel, entre otros. Nada de todo eso distrajo mucho a los buceadores de bateas, que parecían sostener con hechos algunas estadísticas que los directivos de CAPIF difundieron con motivo del evento. Según consignan, la venta de música en sus diferentes soportes físicos vivió en la Argentina un aumento del 12 por ciento durante 2012, en tanto a nivel global los ingresos subieron apenas un 0,3%. Lo cual no deja de ser una buena noticia teniendo en cuenta que fue el primer año de crecimiento desde 1999.

Carlos Bevilacqua 

En la imagen, clientes de Zivals durante la Noche de las Disquerías 2013.

Publicado el 9-11-2013.