Reivindicación de la sandía


La frescura de Los Hermanos Butaca sumó lenguajes y se jerarquizó en el tercer disco del dúo, No alcanza una vida. Allí, en el marco de una cuidada producción, el dúo de voz y guitarras logró rodearse de decenas de músicos expertos para que cada canción tuviera un acompañamiento ad hoc.

      Cuentan ellos mismos que mientras iban en auto a una fiesta se enteraron de que era de disfraces y que, para poder cumplir con la inesperada consigna, arrancaron los apoyacabezas de los asientos delanteros, los colocaron de la mejor manera que pudieron sobre sus cabezas y se presentaron como “Los Hermanos Butaca”. La anécdota dice mucho sobre el cantante Germán Dominicé y el guitarrista Carlos Senin, no sólo por el grado de vehemencia e ingenio que los pinta de cuerpo entero sino también porque la ocurrencia terminó dando el nombre y hasta la imagen distintiva a un dúo muy particular.
      Desde 2007 (cuando editaron su primer disco) hasta el año pasado, Los Hermanos Butaca constituyeron un dúo tanguero que no parecía tomarse nada muy en serio. Si bien con evidentes méritos (que incluían la interpretación de repertorio propio en un género muy proclive al "cover"), todo lo bueno que podían alcanzar a nivel artístico se diluía en una exacerbada ironía. Pero así como en aquella fiesta de disfraces Germán y Carlos habían sorprendido tomando parte del auto en que viajaban, a fines de 2013 dieron un volantazo al presentar en sociedad un disco tan rico como inclasificable: No alcanza una vida. Editado por Acqua Records, el tercer CD del dúo reúne 13 canciones propias de índole bien diversa, tanto en ritmos como en instrumentaciones, climas y letras. Sigue presente ese humor ácido que siempre los caracterizó, lo mismo que el tango como un reflejo frecuente en la voz y en las guitarras acústicas, pero ahora son apenas matices de un disco polimorfo.
      No alcanza una vida abre con el tema que da nombre al disco, una especie de oda a un amor correspondido en tiempo de tango, seguida de otra a la sandía, ya en una rítmica más libre. El devenir de las pistas depara metáforas improbables junto a un banjo en clave country, un malambo sermonero para un perdedor con Horacio Fontova como invitado, una atmósfera jazzera para un idilio trunco y un pop desprejuiciado que en sus versos se pregunta por el color de amor. Entrevistados para la gacetilla promocional, Dominicé y Senin explicaron: “El concepto de este disco fue, justamente, no pensarlo como un álbum. Grabamos las mejores canciones que hicimos en los últimos años, sin preocuparnos por la relación que pudiera haber entre ellas. Quisimos experimentar la misma libertad que se permiten algunos compositores de música infantil, como María Elena Walsh, donde en cada disco conviven diferentes estilos sin aparente razón”.
      Esa variedad hace que uno no se pueda ceñir a ninguna tendencia. A una canción de amor con reminiscencias caribeñas que incluye instrumentos de viento puede seguir la escalofriante historia de un asesino que alimenta a sus animales con los cuerpos de las víctimas. A la involuntaria convivencia de dos mejillones en el fondo del mar (Meg&John), puede sucederle un aire klezmer que se va acelerando para un juego de palabras de poco más de un minuto (El cura Lalo). Y a Chubut (una rareza también breve y de corte más bien experimental), Como vino se fue, un gran tango con guitarras acerca de la ruptura de una relación pero sin clichés poéticos.
      En un plan hilarante que no evita el humor negro, No alcanza una vida cierra con una pieza más verbal que musical: el diálogo de una pareja de novios que parecen escapadas de alguna de las peores películas argentinas de los años ’70. Delicioso broche que expone varios contrastes grotescos en pocos segundos.
      Es que más allá de las referencias estilísticas, si algo mantienen Los Hermanos Butaca es el espíritu irreverente. Las temáticas no tienen por qué ser solemnes ni usuales, las metáforas pueden ser bien mundanas; los juegos de palabras, similares a los de algunas bromas coloquiales, en tanto las rimas no se hacen desear. Todo lo cual redunda en un sabor muy criollo y popular.
      Claro que la originalidad de las letras es acompañada y hasta subrayada por la ductilidad de las músicas, compuestas y arregladas casi todas por los Butaca pero plasmadas por un total de 39 músicos de variados “palos”. Entre ellos, Pablo Motta, Tweety González, Tito Losavio, Javier Martínez, Mintcho Garrammone, Américo Belotto, Ariel Rot, Guillermo Fernández, Abel Rogantini, Andy Chango y Mavi Díaz, quien además fue la productora general y directora artística del proyecto. Ellos se turnan para deplegar variados tejidos instrumentales en torno a la voz ligeramente nasal de Dominicé, que si por momentos recuerda a Andrés Calamaro en otros se desmarca con inflexiones tangueras. Detrás, se escuchan a veces coros muy al estilo Viuda e Hijas de Roque Enroll (grupo que Díaz integró en los años '80).
      Como suele pasar con los buenos discos, el arte de tapa no se queda atrás. El interior de la caja guarda un mini-poster desplegable con los rostros de Dominicé y Senin presidiendo la ficha técnica en un diseño típico de afiche cinematográfico, de un lado; y las letras, músicos participantes y agradecimientos, del otro. Fotos y dibujos conviven en una estética surrealista pergeñada por Juan José Olivieri.
      Yo no sabía si abrazarte o si morder / otro pedazo de sandía canta Dominicé en un pasaje del segundo track. La fruta estival, que da título a esa canción, condensa varias claves del dúo: su carácter barrial, accesible a las mayorías y, en el mejor de los casos, su frescura. Justamente la frescura, en tanto espontaneidad o sinceridad, es una de las mayores virtudes de Los Hermanos Butaca, que en este disco consiguieron proyectarla con el desarrollo que sus talentos merecen.

Carlos Bevilacqua

En la imagen, Los Hermanos Butaca. Foto tomada del facebook del dúo.

Publicado el 21-4-2014.