Historias con aplausos
Rubén Blades, uno de los artistas más influyentes de América Latina toda, cautivó el miércoles último con su espectáculo Cantos y cuentos urbanos junto una poderosa banda de 12 músicos, en el Teatro Gran Rex de Buenos Aires. Estuvimos ahí, compartiendo la devoción del público porteño.
Blades sale al escenario unos quince minutos después del horario anunciado. Eso podría considerarse excesiva puntualidad para un público acostumbrado a esperar hasta la impaciencia. Pero el multifacético artista panameño no lo permite. O sí: la cancelación del show programado para la primavera de 2013 le dio a este colmado Gran Rex el sabor de una dulce revancha. Porque si hubo que esperar seis meses, el recital de tres horas y media con canciones de toda su carrera que el auditorio porteño disfrutó el miércoles último fue una opípara porción de música, consistente en contenido y forma. El espectáculo que presentó junto a la orquesta de Roberto Delgado, Cantos y cuentos urbanos, gira en torno a una misma idea, simple y esencial: la reivindicación de las raíces y la búsqueda de coherencia entre el origen y el presente, entre lo que se es y lo que se hace, entre la palabra y la acción. Valores que Blades viene sosteniendo a lo largo de cuatro décadas de trayectoria.
En este reencuentro con el público argentino, el afamado cantautor podría haber comenzado con alguno de los clásicos de su vasto repertorio. En cambio, eligió La Rosa de los vientos, una canción que homenajea a su patria, de letra optimista y un ritmo que invita al baile. Después, sí, en la pantalla gigante del fondo del escenario apareció la imagen de una bola de espejos y la orquesta arrancó con el hit Plástico, coreado por toda la sala. Una repercusión similar consiguió con Decisiones.
En una apelación a la memoria (tópico caro a la letrística de Blades), entregó más tarde una seguidilla de canciones particularmente testimoniales: Plantación adentro, Ojos de perro azul (en homenaje a Gabriel García Márquez), El padre Antonio y el monaguillo Andrés y Desapariciones, ilustrada por fotos de desapare- cidos argentinos proyectadas sobre el fondo del escenario. De alto impacto emotivo para el público, el segmento evocativo pareció coronarse con Prohibido olvidar.
Su creación más célebre, Pedro Navaja, llegó esta vez precedida por una ocurrente introducción, hecha de los primeros acordes de Thriller (el hit de Michael Jackson) por la orquesta y de Mack the knife (el tema que popularizara Louis Armstrong) en boca de Blades, quien luego sí abordó ese clásico inoxidable que narra la historia de una especie de malevo neoyorquino, y que su autor parece potenciar con diferentes matices de interpretación cada vez.
En la larga noche del juglar y su público hubo tiempo para casi todo. Se dio el gusto de apelar a la emoción con su Patria, evocó el curioso oficio de un recluso panameño en El cazanguero y hasta advirtió sobre las adicciones con La caína. Todos vuelven, tema que diera nombre a una de sus útimas giras, trajo la evocación de Mercedes Sosa, Luis Alberto Spinetta, Cheo Feliciano, Héctor Lavoe y Gabriel García Marquez, cuyas imágenes se fueron proyectando sobre la pantalla.
De sus clásicos, el único ausente fue Pablo Pueblo. No faltó, en cambio, El cantante en homenaje a Héctor Lavoe, su colega portorriqueño y uno de los máximos exponentes de la salsa. Con todo, el mayor homenaje que Blades podía hacer a Lavoe, la salsa y la música en general fue lo que hizo a lo largo del show: seducir con una voz que nunca desafina, un carisma irresistible y ese delicado equilibrio entre el guión (evidente en la progresión de los temas) y la improvisación, que habilita tanto los comentarios entre canciones como los “pregones”, esas frases que los cantantes de salsa suelen agregar durante el estribillo.
La energía del Gran Rex quedó bien arriba con las dos canciones que este panameño universal eligió para despedirse: Ligia Elena y Muévete, con letra de Blades sobre una música del recientemente fallecido Juan Formell (alma máter de Los Van Van). Ambas, fieles exponentes de su línea estética, esa que conjuga los ritmos bailables con la denuncia de injusticias en los versos, en estos casos alusivos al racismo. Fue el último eslabón de una cadena de bises que el público acompañó fervoroso hasta el final.
En el camino, entre una canción y otra, Blades relató vivencias personales sobre asuntos bien diversos: su madre cubana, su padre basquetbolista, su abuela (quien lo introdujo en la lectura), sus años de estudiante universitario, sus inicios en la compañía Fania y hasta su candidatura a presidente de Panamá en 1994. Actúa, baila, bromea, arenga y sabe explotar su personaje al máximo (bombín incluido). Pero nada parece forzado. Ni su gusto por recorrer el escenario, ni su libre asociación de ideas al hablar. En todo caso, es muy conciente de su rol social. Es que hay un Blades músico, excepcional vocalista, autor y compositor, ganador de ocho premios Grammy; pero también un actor que supo participar de 35 películas de Hollywood y un abogado comprometido con la política de su país, que lo tuvo como ministro de Turismo entre 2004 y 2009.
A cada paso, Blades estuvo respaldado por una banda arrolladora, compuesta por doce músicos panameños de una efectividad impactante. Comandados por el bajista Roberto Delgado, lucieron precisos y virtuosos en versiones que, al menos en los temas más conocidos, sonaban muy similares a las de los discos. Una de las pocas diferencias se dio –por lógica– en los solos, otrora interpretados por la banda Seis del Solar y ahora en manos de otros instrumentistas.
Este capítulo 2014 del idilio de Blades con el público argentino no terminó en el centro porteño. Tras presentarse ayer en Neuquén y hoy en Bahía Blanca, el histriónico cantautor actuará el 9 de mayo en Espacio Quality (Córdoba capital) y dos días después en el Teatro El Círculo, de Rosario.
Foto de Eduardo Fisicaro.
Publicado el 3-5-2014.