Jazzología, el ciclo decano del Centro Cultural General San Martín, festeja este mes 30 años de sincopada vida. Charlamos con su mentor, Carlos Inzillo, sobre el espíritu de los conciertos gratuitos que se mantuvieron durante once gestiones municipales.
El rito se viene repitiendo desde el 4 de septiembre de 1984: Carlos Inzillo ingresa parsimoniosamente al escenario, agradece los aplausos con un gesto módico, presenta brevemente al solista o grupo de la noche y deja paso a la música en vivo, que se extiende sin interrupciones durante algo más de una hora. Un convite que desde entonces el público disfruta gratuitamente, todos los martes, en algún escenario del Centro Cultural San Martín. Contando varias reuniones extraordinarias de los primeros años, las sesiones de Jazzología ya suman 1988.
Si el número de por sí es impresionante, no lo es menos el hecho de que se haya logrado con una continuidad que atravesó once administraciones municipales de cuatro colores políticos bien diferentes. “¿Cómo sobrevivimos tanto tiempo? –repite nuestra pregunta el periodista y productor Carlos Inzillo, ideólogo del ciclo–. No lo sé exactamente. Me consta que hubo gente que quiso bajarnos, acaso porque yo fui durante muchos años también jefe de Prensa del Centro Cultural San Martín, un cargo muy apetecido por lo que representa. Pero nunca tuve un padrinazgo político. Supongo que ha pesado mucho la fidelidad del público y los músicos”.
La idea de Jazzología se fue incubando en los años ’60 y ’70, cuando Inzillo era un activo miembro del Círculo de Amigos del Jazz. En un clima de cálida complicidad, las reuniones semanales incluían la música en vivo de algún artista, la escucha de un disco aportado rotativamente por algún socio y, eventualmente, una charla sobre determinada temática, a veces ilustrada por diapositivos. “Todo con un afán desinteresado y meramente didáctico”, apunta el señero difusor. “Los únicos días que los músicos profesionales tenían libres eran los lunes y los martes –recuerda Inzillo– . Esos días podían venir a tocar con mayor libertad que en teatros, bailes, radios o televisión, y sin competir por el público con esas instancias más formales. Cuando empezamos con Jazzología también tuvimos en cuenta eso, y como los lunes los trabajadores del San Martín tenían franco quedó por descarte el mismo día de las reuniones del Círculo”.
Paralelamente, el joven estudiante de arquitectura que después se volcó por el periodismo, venía desarrollando una fuerte admiración por los grandes productores estadounidenses del jazz, como John Hammond (alma máter del primer concierto que integró a músicos blancos y negros en el Carnegie Hall de Nueva York, allá por 1938) o Norman Granz (promotor de toda una troupe de celebridades a través de su sello Jazz at the Philarmonic). “Cuando a uno le gusta mucho algo quiere compartirlo”, argumenta al justificarlos y justificarse en los esfuerzos por difundir la música sincopada. “Y para mí el jazz fue como una gran canción de cuna. Me crié escuchando los discos de Ellington, de Armstrong, de Ella Fitzgerald, de Oscar Alemán... tanto en la casa de mis viejos como en las de mis tíos. En la adolescencia y primera juventud ese gusto se fortificó y de ahí en más fue como un camino de ida”, cuenta, rodeado por una impresionante cantidad de discos y libros relacionados con el jazz que cubren las paredes del living y de otros dos ambientes de su casa.
El pluralismo de los estantes se reflejó durante tres décadas sobre el escenario de Jazzología, más allá de cierto predominio del swing como atributo. “Siempre mantuvimos el espíritu de abarcar todas las épocas del género. Y debo decir que nadie me condicionó a la hora de elegir qué programar, lo cual es difícil porque hace ya años que es mucha la gente talentosa que hay. Duele dejar a algunos artistas afuera, pero los conciertos son sólo unos 40 por año”, explica el entrevistado, quien antaño supo trabajar como periodista para decenas de radios y diarios, siempre como especialista en jazz.
Claro que para que haya rito, además de sacerdotes y gurúes, debe haber devotos. Y Jazzología vaya si los tiene en un grupo de habitués que en algunos casos datan de los comienzos del ciclo. “Debemos tener unos 300 o 400 espectadores recurrentes –estima Inzillo–, que van rotando según el estilo de los artistas programados. Pero además se van incorporando nuevos seguidores cada vez. Hoy nuestro público se diversificó mucho: además de los históricos, hay mucha gente joven, pibas solas, turistas”.
Todos presencian el peculiar aderezo que desde hace unos años constituye la lectura que Inzillo hace al comienzo de cada sesión, como a disgusto, de una carta llena de picardía futbolera, escrita por “Liberace” (en rigor, Gustavo Martínez, productor todoterreno del ciclo). A él y a Florencia Sampedro menciona Carlos a la hora de reconocer los pilares sobre los que sostiene su trabajo.
Recién entonces está cumplida la introducción para que la magia sea. Porque en el ranking de las músicas que se potencian durante la interpretación en vivo, el jazz pica en punta. Tal como dijo Jean Paul Sartre en una definición que Inzillo cita oportuno: "El jazz es como las bananas, debe consumirse en el lugar en que se produce".