Lejos de lo partidista, pero con una fuerte reivindicación de las culturas originarias del noreste argentino, el dúo Tonolec viene generando discos de singular brillo. Cada vez que actúa en vivo suma encantos a través de una cuidada puesta en escena, tal como volvió a ocurrir el jueves último en Sala Siranush.
(...) la lengua (quichua) no tiene conjugación propiamente dicha, como abstracción del movimiento, sino que esta se hace adjudicando cualidades a un sustantivo. Esta es la clave de la mentalidad indígena (...). No hay verbos que designen conceptos abstractos, sino que sólo señalan una adjudicación pasajera de cualidades a un sujeto pasivo. El sujeto no se altera en la acción sino que cambia de tonalidad o de colorido según la cualidad que lo tiña.
(Rodolfo Kusch en América profunda)
Siguiendo a Kusch, pero ahora con nuestras palabras, la gravidez que soportaba el originario le da a su cultura cierta condición de "yecto" entre fuerzas opuestas, y es en ese sentido que sus estructuras sociales tienen como objetivo administrar las diversas energías que lo circundan. De ese mismo modo fue que Tonolec brindó su último concierto, el jueves pasado, en la elegante sala Siranush. La energía que propuso el grupo al presentar su último disco doble, Cantos de la Tierra sin mal (2014), sumergió a su público en la experiencia terrenal de sonidos ancestrales como si fueran un ritual del encuentro con nuestros orígenes. Charo Bogarín y Diego Pérez se presentaron esta vez en formato de octeto, acompañados por Lucas Helguero en percusión, Pablo Belmes en semillas y cajón peruano, Nuria Martínez en vientos andinos y flauta traversa, Emiliano Khayat en piano y acordeón, Lorena Rojas en coros y sikus, y Taty Calá en contrabajo. La articulación entre el dúo y sus nuevos compañeros fue orgánica y brindó un espectáculo superlativo en términos de ejecución e interpretación. Así quedó demostrada la necesidad de búsqueda y natural evolución de un proyecto que excede la expresión musical.
Tonolec ha desarrollado, desde la edición de su primer disco (Tonolec, 2007), una intensa recuperación de las raíces originarias que son piedra fundamental de nuestra identidad. Así, la noche del jueves se inició con una bienvenida en la cálida voz de Charo, invitando a su público a adentrarse en la selva litoraleña. La invitación provenía desde el escenario a través de una propuesta de gran pregnancia visual, diseñada por Gastón Alvarado y Lucas Riso. La luz resaltaba en verde y azul sencillos fondos de hojas que rememoraban los caminos que bordean los ríos Paraná, Uruguay, Bermejo, Pilcomayo y que acercan sus brazos a la tierra guaraní. Y fue hacia esos dominios de tono rojizo y anaranjado que nos sumió el primer canto tradicional mbya guaraní que Charo nos regaló: Oremba'e. Como esa energía que el hombre natural vive, la voz femenina se colaba por la sala y se hermanaba con el bello chamamé El camalotal, de autoría del dúo. El ritmo natural tiñó la noche de baile y aplauso.
Las luces en rojo y fucsia, la manta de aguayo, las flores en el micrófono de Charo y el bombo legüero que ella misma tocó en Tierra quebrada (dedicada a Madres y Abuelas de Plaza de Mayo) y en Mujer, cántaro, niño (cantada en castellano y qom aludiendo a la salud de la madre y el niño y haciendo justa mención al Día de la Mujer que se aproximaba) ofrecieron una perfecta continuidad entre la postura política que implica la recuperación de nuestra cultura original y la música que los intérpretes ofrecían.
Si bien sabemos que el contexto socio-político actual favorece expresiones culturales como las que Tonolec representa, no ha sido ni es fácil luchar cotidianamente contra el pensamiento eurocentrista sobre el que se fundó nuestra república moderna. Recuperar los valores de nuestras culturas ancestrales, sus lenguas, sus costumbres, sus tradiciones y promoverlos, sentir orgullo por pertenecer a esta tierra, es parte del trabajo que Tonolec viene reafirmando disco tras disco. Trabajo que más allá del talento musical que su proyecto evidencia y de la calidad artística con que lo llevan adelante sus creadores, ostenta una necesaria y valiosa lucha, no sólo por defender lo propio sino por restituirlo a su lugar original, el de ser el centro de nuestra identidad, tanto nacional como regional. En ese sentido, la belleza amorosa del canto dedicado a un amor que se está yendo y a otro que llega en De mis orillas a vos y la brillante interpretación de El río y el cambé (música de Peteco Carabajal, letra de Charo Bogarín) descubren cómo lo ancestral tiñe lo nuevo en una comunión sensible y armónica.
Cantos de la Tierra sin mal recupera las diversas expresiones de la cultura guaraní. Muestra de ellas son los cantos mbya guaraní de Misiones donde –según consigna Charo– los ancianos guaraníes cuentan a sus hijos sobre un edén terrenal donde no existen las fronteras. Ese pequeño relato introduce Caminemos juntos y reafirma otro dicho de la cantora, en el que refiere al tránsito de Tonolec como difusor de la cultura argentina y latinoamericana. Así suman una sentida versión del chamamé Pedro canoero (Teresa Parodi) y Toke mita, canto tradicional mbya guaraní (en el disco con coros de niños) que nos demuestra otras formas de acunar, así como La espina que baña la escena de un azul con fondo de flauta en el cual recibimos y agradecemos el corazón entero de cada uno de los intérpretes.
La noche de Palermo Viejo continuó con Que he sacado con quererte (Violeta Parra), editada en el poderoso disco de Tonolec Los pasos labrados (2010), Cacique Catán (en lengua mocoví) y una nueva dedicatoria a lxs enamoradxs con Ay corazoncito, casi como un cariño al alma de un público que agradecía entre fervoroso y conmovido; y que encontró su clímax cuando en una inteligente selección se mezclaron exitosamente dos títulos de nuestro cancionero latinoamericano: La pollera amarilla del compatriota venezolano Tulio Enrique León, popularizada en Argentina por nuestra Gladys, "La bomba tucumana" (la misma que actualmente pone su voz al servicio de la canción de Juana Azurduy en el canal Paka Paka), y El pescador de otro compatriota, el colombiano José Barros*.
Párrafo aparte merecen Duerme negrito (popular canción de cuna original de Colombia y Venezuela) e Indio toba (de Félix Luna y Ariel Ramírez). La primera por la precisión de sus arreglos, en los que se percibía el espíritu ancestral de aquel que está en el mundo percibiendo, recibiéndolo, sin necesidad de agredirlo. Las voces del coro, la de Charo, el sikus y el chasquido de los dedos (recuperando las manos como valiosos instrumentos) fueron responsables de transmitir la profundidad del sentir del intérprete. La segunda, pintó el escenario de azul y blanco (excelente el diseño de Alejandro Arteta) y tuvo su maestría en un coro a dos voces, un eco, una pausa en la que la respiración parecía devolver el aliento a los alguna vez vencidos, en tanto revalorizaba el lugar del silencio como presencia, tal vez allí estuvimos todos "yectos" en el mundo nuevamente.
En su más profunda expresión, Tonolec nos dice que la música puede promover la reflexión sobre nuestra historia reciente y sus consecuencias pero, a la vez, esta relevancia histórica y política del trabajo no es condición suficiente para llevarlo adelante. No hay justificación alguna para renunciar a la calidad artística. Tonolec ha demostrado en estudio y en vivo que Cantos de la Tierra si mal es el modo en que la agrupación elige luchar por la revalorización de nuestra identidad, pero sabiendo que la lucha de y en el campo artístico no debe olvidar que su arma es, ante todo, una obra de arte.
Larisa Rivarola
* La autora maneja el concepto de patria grande, en tanto América Latina. Idea con la que el editor simpatiza.
Foto gentileza de Eduardo Cesario (www.rockimagery.com)
Publicado el 10-3-2015.