Los cinco integrantes de Curepas se revelan como inspirados compositores e intérpretes de música folclórica en el primer disco de la agrupación, De soles y veredas. Te invitamos a conocerlo haciendo un recorrido pista por pista.
No es novedad que andan por ahí muchos músicos jóvenes demostrando un enorme talento para la música folclórica. Es más, se suelen repetir algunos rasgos: formaciones relativamente numerosas, más de una voz, timbres y recursos de la música académica conviviendo con otros tradicionales del folclore, presentación de repertorio propio... Pero pocos lograron resultados discográficos tan sólidos como el del quinteto Curepas en De soles y veredas, un CD delicioso que, todavía fresquito, presentarán con un recital el próximo jueves 23-4 en Hasta Trilce (Maza 177, CABA).
Así como a lo largo de 16 pistas cumplen con el prototipo descripto, Nicolás Lapine (guitarra y voz), Pablo Brie (contrabajo y voz), Sebastián Medina (violonchelo y voz), Matías Wilson (piano y bandoneón) y Santiago Brie (percusión) también consiguen delinear un lenguaje original. Letras profundas, llenas de belleza poética y semiológica, pueblan canciones enraizadas en un amplio rango geográfico, más allá de que predominen las del noroeste argentino. Las instrumentaciones, también muy variables entre sí, se basan en ideas claras, probablemente muy influidas por el lápiz del experimentado pianista y compositor Popi Spatocco, quien colaboró con el grupo en los arreglos y la producción artística. Tampoco estuvieron solos para armar los entramados sonoros: un total de 13 músicos invitados (varios de renombre) aportaron sus pericias en diferentes tramos. En el plano de lo tímbrico, el violonchelo tiñe con su particular color buena parte de las interpretaciones. Y las voces, más allá de su rol cantante clásico, son también vehículo para tarareos y hasta para colchones armónicos que remedan los juegos de los grupos vocales de fines de los años ’60 y principios de los ’70.
¿Cuál sería la hoja de ruta del disco? Te proponemos recorrer De soles y veredas en una especie de picada musical. Como si tuviésemos delante un vaso de aperitivo con muchos platitos con ingredientes o, tal vez más acorde por lo telúrico, un mate con una docena de facturas surtidas.
Vidala de la copla. Un arranque bien arriba con el clásico del Chango Rodríguez en voces nítidas, que se turnan y se despliegan en breves cánones. Una ralentización del ritmo corona el final.
Mirar. Primera pieza propia que anuncia el idealismo y la introspección de Lapine (su autor), con las tumbadoras invitadas de Facundo Guevara y un piano muy protagonista.
Soy distancia. Bajamos un cambio, en ritmo, volumen y clima, pero no para aburrirnos, sino para el sugerente ejercicio de ponernos en el lugar del espacio entre un punto y otro. ¿Qué diría la distancia si hablara y tuviese onda? He aquí una posible respuesta, acompañada por guitarra (a cargo de Carlos Moscardini), percusión, piano y cuerdas en sutiles proporciones.
La consecuente. Una chacarera "casi doble, falsa nunca" para homenajear a Raúl Carnota, citar brevemente al swing más escénico y de paso reflexionar sobre lo esencial de nuestras naturalezas, eso que todos tenemos en común.
Crecer. El candor, el idealismo y la ternura de esta letra, enmarcada en un juego de cuerdas por demás seductor, es un buen resumen del espíritu del disco todo. Como guitarra invitada, se escucha la de Gerardo Villar. Cualquier parecido de algún tramo de la letra de Sueño de barrilete (de Eladia Blázquez) ¿es mera coincidencia?
Temático lunar. Un recitado prologa la originalidad intrínseca de música y letra, otra vez en clave de romántica poesía.
Tonada del cabrestero. Una excursión a Venezuela gracias a esta versión de la pieza de Simón Díaz. Y oportunidad de lucimiento para los invitados Facundo Guevara (donno y tumbadoras) y Gastón Carbajal, (bombo). Pero también para las voces del grupo que se van superponiendo en gratos juegos de interacción.
Zamba del chaguanco. Otro recitado, esta vez de Liliana Herrero, nos introduce en la historia de este trabajador de un aserradero, cantada por la propia invitada en compañía de los cantantes del grupo. El piano vuelve a ser clave en el todo. Una frase de la letra de Antonio Nella Castro resuena como crudo sustrato: "Para vivir como vives / mejor no morir de viejo".
Eh, gato. La vivacidad típica de este ritmo es acá un tramo meramente instrumental que, ya desde el título (inquietante forma vocativa de la calle), tiene mucho de juego. Acaso por el protagonismo del piano, está dedicado a Andrés Pilar, pianista de la generación de los Curepas e integrante del prestigioso grupo de Creadores e Intérpretes de Música Argentina para Piano (CIMAP).
La que no es lo que parece. Una medida cuota de disonancias en torno al piano invitado de Hernán Ríos, así como una gran metáfora a partir del comportamiento de las hormigas.
Buscando. Acá son los vientos los que dan un color distintivo a una fábula sobre los lugares de confort, esos que de una u otra manera nos desvelan. Ideas felizmente ejecutadas por Eugenia Sanjurjo (flauta), Santiago Pedernera (clarinete) y Agustín Uzal (fagot).
Maestras de Jujuy. Letra de León Gieco con música de Luis Gurevich (viejos socios de la canción) que es una especie de oda al sacrificio del docente rural en el extremo norte del país, siempre tan lleno de montaña, luz y soledad.
El pensamiento. Bellísimo instrumental que por sus reminiscencias evoca algunas piezas del Chango Spasiuk. Hay lugar para el lucimiento solista de cada uno de los miembros de Curepas.
Sólo un día. Ahora la consigna invita a ponerse en el lugar del agua fluvial. Las cuerdas que aportan Ramiro Gallo (violín solista), Laura Grandellis, Augusto Sourigues (violines) y Florencia Rangugni (viola) dan al todo un dejo de música clásica que muy bien le sienta al imaginario curso de un río. Poesía en estado puro.
Tío Humberto. Retrato de un hombre sabio y generoso en honor a Humberto Baldasarre en un contexto instrumental hecho de valiosas sutilezas.
Una vieja tonada. Despedida minimalista, otra vez con el piano invitado de Hernán Ríos, para la genealogía de una forma folclórica algo descuida por los folcloristas no cuyanos. Una pieza pletórica de romanticismo, en el amplio sentido de la palabra.
La gran mayoría de los temas propios son obra de Nicolás Lapine (guitarrista y una de las voces de la agrupación) en letra y música. En un caso comparte la autoría con Sebastián Medina, en tanto este último, lo mismo que Matías Wilson y Pablo Brie también tienen sus segmentos como autores.
La grata imagen que el grupo deja en su debut discográfico se completa con una hermosa edición, financiada por un premio del Fondo Nacional de las Artes y que incluye las letras de las canciones junto a sugerentes fotos tomadas por Ana Wahren. Un carácter original que alcanza al nombre mismo de la agrupación: “curepas” es un término de uso común en Paraguay para referirse a los argentinos.
Como nos pasa cada vez que nos encontramos ante trabajos tan logrados, también nos asalta la dolorosa pregunta: ¿cómo harán estos músicos para encontrar los escenarios y los públicos que merecen? Pero ese, claro, es otro asunto.
Carlos Bevilacqua
En la imagen, los integrantes de Curepas. Foto de Pontempié.
Publicado el 19-4-2015.