Con una charla tan amena como didáctica, que tuvo algo de performance multimedia y de programa de radio, el coleccionista e historiador Gabriel Soria nos permitió acercarnos a la experiencia de la música tal como la vivían nuestros ancestros en la intimidad de sus hogares. Con ustedes, un extracto de lo vivido el martes último en un colonial ámbito del barrio porteño de Monserrat.
“Magia y secretos del sonido grabado”. El título de la charla podía dar lugar a temer una árida disertación sobre la tecnología que anima los mecanismos de grabación y reproducción de la música. Si bien cada tanto dosificó algunas nociones técnicas básicas, lo que hizo Gabriel Soria el 26 de mayo fue algo mucho más cálido, accesible y grato. En poco más de dos horas y a través de recursos relativamente simples, el prestigioso coleccionista, historiador y difusor logró acercarnos a la experiencia que para los porteños implicaba escuchar un disco en la primera mitad del siglo XX.
Una vez que toda la puesta tecnológica está lista, con el público ya ubicado en una de las salas del Espacio Virrey Liniers, Soria llega desde la calle en una secuencia que primero lo muestra sólo en video y después continúa con él en persona ingresando al ámbito de estilo colonial. Sin prólogos, va a los bifes. De una gran mesa llena de discos, saca de su caja uno de pasta, lo pone sobre la bandeja de un wincofón, acciona el aparato y la magia ocurre: desde los parlantes conectados al hoy anacrónico dispositivo llega la voz de Atahualpa Yupanqui cantando la zamba Paso de los Andes, acompañado por la agrupación tradicionalista El Mangrullo. El disfrute se prolongará luego con los Lecuona Cuban Boys, la Orquesta de Vicente Greco (que habría sido la primera "típica" de la historia del tango) y con Carlos Di Sarli al frente de la suya, entre otros intérpretes. Pero entre un disco y otro, el ahora presidente de la Academia Nacional del Tango va entregando diversas apostillas de enorme valor para los amantes de la música.
"En la rutina del coleccionista hay tres momentos muy importantes –cuenta Soria a poco de iniciada su charla-espectáculo–. El primero es el del encuentro con esa pieza tan añorada. El segundo hito es la primera escucha, ese momento mágico en el que el objeto cobra vida. El tercero es el momento en el que uno puede compartirlo". Y en eso está, durante esta primera versión de su original iniciativa, con entrada libre y gratuita, en un salón de la casa que perteneciera al Virrey Liniers, en el barrio porteño de Monserrat.
Uno de sus primeros objetivos es refutar la sensación de que un disco de 78 revoluciones por minuto (coloquialmente conocido como "de pasta") no puede sonar. "Claro: si el disco está rayado o deteriorado porque lleva 30 o 40 años arrumbado, es probable que no suene, pero si fue debidamente cuidado va a sonar tan bien como recién. Lo mismo se puede decir de las bandejas reproductoras", sostiene. Al historiar los inicios de la era discográfica (entre 1905 y 1906), Soria cuenta que, ya iniciada la década del '10, la popularidad del bandoneonista Juan Maglio (alias "Pacho") fue tal que en los almacenes de ramos generales había quienes pedían "Deme un Pacho" por "Deme un disco". Asimismo, fue interesante saber por su boca que en aquel entonces había que cambiar la púa del gramófono cada dos discos porque, si no, se rayaban. Aun trasladándonos imaginariamente a aquellos parámetros tecnológicos, la idea nos resulta fatigosa, lo mismo que la necesidad de darlos vuelta apenas terminada una canción, habida cuenta de que cada unidad traía apenas dos temas musicales.
En tren de curiosidades, también resultó atractiva la reseña que hizo de los discos Verotón, una línea de la compañía Odeón que contaba con una capa extra de protección contra los imponderables de la vida y que eran identificables por una raya plateada que los cruzaba diametralmente.
Más pesados, gruesos y frágiles que los LPs (que llegarían recién a fines de los años '50), los discos de pasta eran llamados así porque estaban hechos con una pasta hecha en base a una goma laca que se importaba de Asia. Un material que, según contó, escaseó durante la Segunda Guerra Mundial, razón por la cual en los diarios de la época pueden leerse avisos de las compañías discográficas ofreciendo comprar discos a los mismos consumidores que se los habían comprado un tiempo antes. ¿Para qué? Para pulverizarlos y volver a fabricar discos. Sí, el reciclado antes del reciclado.