La simbiosis musical entre Carlos Libedinsky y Rosana Laudani dejó de ser un dato cuasi oculto gracias a Otra luna, el disco que reúne en primer plano los talentos del bandoneonista y la cantante. ¿Los resultados? Por demás seductores.
Los vínculos de Carlos Libedinsky con el tango son varios. A fines de los '90, había alumbrado un disco en calidad de ingenioso cantautor tanguero, acompañado por su propia guitarra como timbre dominante. Ya para 2003 sorprendió con Narcotango, un CD en el que logró una atractiva alquimia entre tango y música electrónica. El título de aquel CD terminó dando nombre a la agrupación que lo había generado. Doce años después, Narcotango acredita otros cuatro discos, al tiempo que se proyecta, ecléctico, a otras sonoridades.
De Rosana Laudani era poco lo que se sabía en el ambiente tanguero, más allá de su participación como coreuta en el segundo disco de Narcotango y de los recitales intimistas que venía dando en los últimos tiempos, junto a Carlos, para auditorios de apenas 25 personas en una casa del barrio porteño de Belgrano. Su especialidad (y medio de vida) ha sido hasta hoy el teatro musical, rubro en el que los roles más destacados exigen un alto piso de aptitudes en actuación, canto y baile.
La confluencia de ambos artistas con roles protagónicos en un mismo disco es una excelente noticia para el público tanguero. En Otra luna, de reciente edición, él brilla como un talentoso bandoneonista de sutiles y originales acompañamientos, así como en los arreglos y la dirección musical de cuatro de las diez pistas. Un bandoneonista de formación atípica, ya que fue básicamente autodidacta y empezó a manipular el fueye de grande, hace menos de diez años. Ella se luce como una cantante de gran voz, plena, dúctil y expresiva, con un estilo propio a la hora de frasear algunos tramos de las letras. Es más: los seductores resultados de esta primera experiencia conjunta nos hacen sentir que esto debería haber ocurrido antes.
El repertorio del disco combina algunos clásicos del tango con creaciones de Libedinsky y hasta canciones de diverso origen, como una de Liliana Felipe (cantautora cordobesa radicada en México desde los años '70), otra de Fito Páez (Un vestido y un amor) y otra de Chico Buarque y Vinícius de Moraes (Valsinha). Las primeras son en realidad "remakes" de Narcotango que ya conocíamos en tramas meramente instrumentales, grabadas en el disco debut de la agrupación. Acá reformulados, con otro desarrollo y el agregado de letras cantadas por Laudani, aparecen Otra luna, La tropilla de la zurda (acá titulado simplemente La tropilla) y Plano secuencia. En contraste a lo que narran los clásicos elegidos, las letras aportadas por Libedinsky sugieren experiencias vitales llenas de romanticismo y sensualidad. Una atmósfera que bien puede extenderse también a Un vestido y un amor y, sobre todo, a Valsinha.
Así como los clásicos destilan esa melancolía tan típica del tango, también corresponde destacar la descomunal belleza de sus letras y melodías. De hecho, hablamos de un tango de Juan Carlos Cobián y Enrique Cadícamo (Nieblas del Riachuelo) y tres de Homero Manzi (Che bandoneón, en co-autoría con Aníbal Troilo, Fuimos con José Dames y Tal vez será su voz, con Lucio Demare. Éste último resulta particularmente interesante porque Laudani lo canta en su versión original (pre-censura del gobierno de facto de 1943), entonando al final "tal vez será mi alcohol" y no "su voz", como se escucha en la mayoría de las versiones.
Carlos y Rosana son los grandes protagonistas de la placa. Pero no los únicos. Una decena de avezados músicos se van turnando para generar diferentes atmósferas. El de más presencia es Mariano Agustín Fernández, al piano, y cuyos arreglos rigen más de la mitad del material. Pero también aportan lo suyo "Taty" Calá (en bajo eléctrico y contrabajo), Leandro Savelón (en batería y percusión), Guillermo Rubino y César Rago (ambos en violines), Elizabeth Ridolfi (viola), Rafael Espinoza (chelo), Juan Pablo Ferreyra (guitarra) y Horacio "Mono" Hurtado (contrabajo).
Es para celebrar que las juntadas entre el Libedinsky bandoneonista y la Laudani cantante de tangos hayan salido del circuito "under" en el que se movían, al menos simbólicamente a través de este disco. Lo cual no les impide el ejercicio de la heterodoxia. Desde el título del álbum, tomado de la canción con que arranca (y que habla de "una noche de sol") hasta el arte de tapa en el que los artistas protagónicos se ven cabeza abajo, como contrariando las leyes de la gravedad tanguera.
Carlos Bevilacqua
Publicado el 9-5-2015.