Cuando se juntan las buenas artes


En su séptima edición, el Encuentro Nacional de la Nueva Expresión, reunió anteayer a artistas de diversas estéticas con un público ávido por apreciarlas. Como ya es costumbre, en un colmado Espacio Cultural Julián Centeya que respiró un clima de inusual comunión.

      Ocurre una vez al año. El enorme galpón del barrio porteño de San Cristóbal se llena de una energía vital, creadora, curiosa, de provechoso intercambio. Lo mismo pasa con los ambientes contiguos que dan a la avenida San Juan, porque durante más de cuatro horas hay aquí y allá artistas de diferentes disciplinas compartiendo sus expresiones ante un público muy predispuesto. Una sana costumbre llamada Encuentro Nacional de la Nueva Expresión (ENNE), que anteayer tuvo su séptima edición, otra vez en el Espacio Cultural Julián Centeya con entrada libre y gratuita. Así fue como la música, la danza, el teatro, las artes visuales y actividades especialmente pensadas para los chicos reinaron en una noche de sábado diferente. Como yapa, una serie de emprendimientos relacionados con la cultura tuvieron la oportunidad de mostrar sus productos y servicios en un corredor de stands que Melografías tuvo el gusto de integrar.
      Sería erróneo iniciar una crónica del ENNE sin describir el clima de alegría que lo caracteriza. Para lo cual es fundamental el calor y color que aporta el público, numeroso y mayoritariamente joven, con una amplitud que abarca hasta familias completas (con niños y todo). Y si son pocos los que presencian todas las actividades, hay quienes están durante las primeras horas, otros (los más) llegan para las últimas o van y vienen, a veces tentados por el olor a choripán que se filtra desde el patio del mismo predio.
      Los primeros en concitar la atención de todos desde el escenario principal fueron los miembros del Bruno Delucchi Grupo, un quinteto de jazz que sedujo con unas líneas melódicas muy dinámicas, por momentos inclusive simultáneas, tejidas ora por el piano (en manos del líder de la agrupación), ora por alguno de los saxofonistas (Misael Parola, alto y Juan Manuel Alfano, tenor). Del feliz ensamble general que mostraron en temas propios participaron además el baterista Tomás Babjacsuk y el contrabajista Diego Goldszein.
      Junto con la música, habían empezado a desplegarse sobre el fondo del escenario los dibujos y pinturas de la artista Mariana Gabor, quien iba ilustrando así lo que los sonidos le sugerían. El condimento se repitió durante otros shows musicales a lo largo de la noche.
      En una especie de entremés humorístico, el autodenominado Sr. Tenaza intercaló luego un breve pero celebrado número histriónico-musical en el que abundaron ácidas críticas a la idiosincrasia del artista, pero desde una mirada de evidente identificación.
      A continuación el conductor del evento, Jorge Tomás, invitó a los presentes a trasladarse a uno de los salones contiguos para tomar el mini-taller de percusión africana malinke que dictó Javier Pérez. Los fugaces alumnos se llevaron un buen panorama de diferentes tambores y sus particularidades, así como de los usos de una música asociada al trabajo y al baile.
      Sin pausa, fue luego Lorena Astudillo quien atrajo a la pequeña multitud de nuevo hacia el salón principal. La talentosa cantante mostró su enorme caudal de voz, lo mismo que su ductilidad interpretativa a la hora de encarar diferentes estilos folclóricos, sobre un repertorio que incluyó varios temas de su último CD, Un mar de flores. Lo hizo con la pianista Constanza Meinero, excepto en los pasajes bagualeros (cuando optó por acompañarse a sí misma sólo con caja) y en una zamba de Raúl Carnota (cuando cantó en compañía de los guitarristas Juan Pablo Esmok Lew y Federico D’Atellis.
      Como prolongando el plan lírico, la cantante y docente Alejandra Fernández atrajo luego a buena parte del público hacia uno de los salones contiguos gracias al taller de canto y ronda de cantores de su agrupación Vos en voz.
      El otro entremés de gran éxito fue el de Mariano Mistik, artífice de unas sombras chinescas dignas de admiración. Si el año pasado ya había sorprendido gratamente, esta vez sumó una serie de personajes históricos a los perfiles que va armando con sus manos y un proyector de luz blanca como toda materia prima.
      A continuación, llegó la danza. Y muy bien representada por dos parejas de bailarines: Ramón Salina con Glenda Casaretto y Analía Soloaga con Roberto Fernández. Entre los cuatro armaron cautivantes coreografías para una zamba y una chacarera. Lamentablemente, pocos pudimos ver bien el juego de los cuerpos de la cintura para abajo, ya que la zona elegida para el show –a nivel del auditorio– quedaba fuera del alcance visual de la mayoría de los espectadores.
      El salón principal ya estaba a tope cuando el prestigioso trío Aca Seca empezó a abrazarnos con su folclore de avanzada, cuya fórmula se basa en músicas por lo general ajenas pero tamizadas por una peculiar estilización que parece potenciar las esencias de cada pieza. Con la interacción entre Juan Quintero (voz y guitarra), Andres Beeuwsaert (piano y sintetizador) y Mariano Cantero (batería), obras como La misa y la palabra o Pasarero (Carlos Aguirre), Carcará (Jorge Fandermole) o Clavelito blanco (Justiniano Torres Aparicio) son con esta tríada de músicos invitaciones a miradas introspectivos, tanto por los sonidos como por las palabras. La extensión del show –el más largo de toda la noche– y el pedido de bises que lo coronó hablan de la gran recepción que tuvieron.
      En el resto del Centeya ya habían ofrecido lo suyo el trío del pianista Alfredo Seoane, el espacio cultural Mil hijos (dedicado a las artes plásticas), el escultor Zeta Yeyati, los artistas plásticos Jorge Alio y Sacha Bebchuk (que pintaron en vivo) y las fotógrafas Astrid y Martina Lavalle.
      Además de Melografías (que difundió la presente web y su curso sobre la historia del tango), tuvieron sus stands Taller de plectros, la editorial Historieteca, el sitio web Entremúsicas, la casa de instrumentos étnicos Aggupercusión, la casa de pedales para guitarra Estrella Roja y el propio encuentro anfitrión, vendiendo discos de los artistas programados anteayer.
      El ENNE es una iniciativa que desde 2009 llevan adelante Juan Pablo Esmok Lew y Federico D’Atellis con el auspicio del gobierno porteño a través del programa Mecenazgo Cultural y que fue declarado de interés cultural por el Ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires. Y, tan importante como eso, un rito que se reproduce una vez al año, a fines de octubre, para regocijo de artistas y espectadores inquietos.

Carlos Bevilacqua

En la imagen, Juan Quintero la noche del 7º ENNE. Foto de Jerónimo Alberto Delor.

Publicado el 2-11-2015.