El Festival de Tango de Buenos Aires ofreció ayer tres actividades que permiten hilvanar los tiempos fundacionales del género con uno de sus rasgos actuales y el debut de una orquesta caracterizada por la sangre joven.
La Usina del Arte, otrora central de la Compañía Italo-Argentina de Electricidad, es un edificio enorme y de varios pisos, que si por fuera impacta por su fisonomía de extemporáneo castillo, por dentro siempre parece guardar una sala más a descubrir. Desde el 14-8 sede del 17º Festival de Tango organizado por el gobierno porteño, el predio boquense alberga una exposición que probablemente no llame tanto la atención como la música que se despliega en sus dos auditorios. Se trata, empero, de una muestra que tiene mucho de informativo y de didáctico al exponer las ilustraciones de partituras de tangos y milongas editadas durante un período fundacional del género: aquel que va de 1910 a 1930.
Considerado muchas veces como un arte en sí mismo, el poder dibujar una escena que ilustre la letra o el espíritu de cada pieza musical ha merecido inclusive un libro (Tango, una pasión ilustrada de Gustavo Varela). Sin llegar a tal grado de profundidad, la muestra brinda un sugerente panorama de la producción musical de dos décadas en las que, tras un fulgurante éxito en París, el tango consiguió legitimación social, codificación formal y cierta profesionalización para luego consolidarse durante el período de la Guardia Vieja y proyectarse con nuevos bríos con la llamada Guardia Nueva, con Julio De Caro a la cabeza. La colección de imágenes (cedidas por el Museo del Dibujo y la Ilustración) no reúne las portadas de obras paradigmáticas, aunque aparezcan autores fundamentales, como el pianista Roberto Firpo. Y es justamente en esa sucesión de curiosidades que reside parte del encanto, porque habla del perfil todavía lúdico que reinaba en buena parte de los compositores, de la moral de la época y de la estética propia de los dibujos, en algunos casos obra de renombrados artistas, como Lino Palacio. En muchos cuadros hasta puede leerse la firma de cada uno de ellos. En ese sentido, mucho colaboran las oportunas leyendas explicativas que acompañan cada imagen.
Lamentablemente, la exposición “Ilustraciones de partituras de tango de 1910 a 1930” estará abierta sólo hoy hasta las 20, como viene ocurriendo desde el sábado pasado, en Caffarena 1 (CABA).
El origen de una jerga que late a diario
Así como esa muestra nos remontó a principios del siglo XX, la conferencia sobre inmigración y lunfardo que ayer se dio en el Museo del Cine (contiguo a La Usina del Arte), como parte del festival, nos acercó la genealogía de palabras que todavía usamos a diario en el habla cotidiana y que siguen siendo moneda corriente en los nuevos tangos. La primera en disertar fue Otilia Da Veiga, presidenta de la Academia Porteña del Lunfardo, entidad encargada de programar la charla. Ella se ocupó de resumir el profuso aporte italiano a la constitución del léxico rioplatense. Términos como pibe, banquina, tuco, chupín, fainá, enchastrar y piyar desfilaron con sus correspondientes acepciones o sus homófonos peninsulares, entre las sonrisas cómplices de los oyentes. “Ante el desconocimiento del castellano y la urgencia por comunicarse, los inmigrantes pusieron esas palabras en circulación sin pensar que estaban agrandando el idioma”, sostuvo Da Veiga.
Luego fue el turno de Oscar Conde, quien a la hora de sopesar el aporte español señaló que, si bien los inmigrantes italianos fueron más que los españoles, las palabras lunfardas de origen español son muchas más, habida cuenta de todo el léxico que ya había llegado a nuestras tierras a través de la germanía (lenguaje de los ladrones españoles surgido en el siglo V) y el caló (lenguaje de los gitanos españoles que probablemente se filtró a través del teatro musical), más los galleguismos, que sí habrían echado raíces tras la inmigración masiva de 1890-1914. Lo cierto es que de la madre patria vienen arrugar, boliche, chirlo, fulero, garrón, tortillera, chamuyar, changüí, chorear, currar, fetén, junar, luca, barullo, mala fariña, grela (como mujer) y revirarse.
Por último, José Judkovski fue el encargado de reseñar la influencia de la comunidad judía en la cultura lunfardesca. Apenas “papusa” y “tujes” se tienen como descendientes del idish. Sin embargo, se dio una rápida afinidad entre los inmigrantes judíos (provenientes en su gran mayoría de Europa Oriental) y el lunfardo, según Judkovski. “El idioma base del 93% de los judíos que llegaron a la Argentina era el idish, que tiene mucho de marginal respecto del hebreo y que también tuvo un uso lúdico. Por eso, una vez afincados en la Argentina, adoptaron con mucho gusto el lunfardo”, señaló. En su evocación surgió además el recuerdo del poeta César Tiempo, de origen judaico.
Típica china
Un rato después, en otro lugar de ciudad tangótica, se respiraba la expectativa por el debut de la orquesta típica de una de las figuras más populares de esta última etapa del género: el cantor Wálter "Chino" Laborde. La sala principal del Complejo Cultural 25 de Mayo, en el barrio porteño de Villa Urquiza, desbordaba de público a la hora prevista para la función. Pero hubo que atravesar una desusada espera (en un festival que se caracterizó por su puntualidad) debido a la demora de uno de los músicos.
Luego de una apertura con el instrumental Osvaldos (estrenado en la edición 2014 del festival), la flamante orquesta recibió con toda su masa sonora a un Laborde de saco y zapatillas que arremetió con Melodía de arrabal (Gardel-Le Pera), Barrio de tango (Troilo-Manzi) y Después (Gutiérrez-Manzi). Señales claras de la dirección que Laborde se traza con este nuevo emprendimiento, que tiene en su voz, su estilo histriónico y su carisma los ejes centrales. "Esta formación pretende tener un pie en el pasado, con mucha conciencia del lugar de dónde venimos, y otro en el futuro", dijo en su primera alocución. Se refería al abordaje de piezas contemporáneas, como el instrumental del principio, otro estrenado sobre el final y la canción Viento solo (del "Tape" Rubín), que interpretó a continuación.
Tal como era de suponer, una aceitada maquinaria lo respaldó permanentemente con un sostenido pulso bailable que parecía empujar su canto, más allá de los juegos de Laborde con el fraseo. Cuatro bandoneones, tres violines, una viola, un chelo, un contrabajo y un piano en manos de jóvenes músicos armaron un entramado denso, sólido y eficaz, diseñado por la pianista Analía Goldberg, alguien que conoce mucho del asunto desde su vasta experiencia como tecladista de Color Tango. En las filas de esta nueva típica podía reconocerse a jóvenes pero ya experimentados músicos como el contrabajista Ángel Bonura y los bandoneonistas Nicolás Enrich y Marco Antonio Fernández.
Algunos fragmentos del show contaron con el baile de Gastón Torelli y Mariana Dragone en el proscenio del escenario, un recurso que pareció desaprovechado, acaso por el tipo de movimientos que desplegaron, acaso por la índole de los temas que bailaron.
El final nos dejó con gusto a poco. El Chino gustó, pero no llegó a despertar el fervor que supo despertar al frente de la Orquesta Típica Fernández Fierro o incluso en dúo con el guitarrista Diego "Dipi" Kvitco. Algunos esperábamos algo más del debut, para todos resultó un show corto (de por sí pactado para no más de una hora, pero que probablemente hubiese tenido un bis más, a no ser por la impuntualidad de marras).
Carlos Bevilacqua
En la imagen, el "Chino" Laborde durante el recital de anoche. Foto de Festivales GCBA.
Publicado el 23-8-2015.