En su quinto disco solista, el pianista argentino Mario Parmisano despliega su talento interpretativo sobre obras de Ástor Piazzolla. No lo hace solo, sino al frente a su “tango jazz trío” y junto a dúctiles músicos invitado.
Los vínculos entre el tango y el jazz son más de los que a simple vista podrían suponerse. Géneros populares ambos, nacieron para la misma época (fines del siglo XIX) producto de la hibridación de tradiciones pre-existentes e impulsados por grupos sociales marginados. A lo largo de sus historias, siguieron experimentando procesos similares y hasta simultáneos: la primera grabación de jazz se realiza en 1917, el mismo año que Gardel registra por primera vez Mi noche triste, y de alguna manera descubre el potencial del tango canción; los períodos de máxima popularidad para los dos géneros (esos basados en el baile social como principal catalizador) se dan en los años ’30 y ’40; a partir de los años ’50 tango y jazz también declinan (en tanto fenómenos de masas) para transformarse en músicas más intelectuales, de salas pequeñas, con más de ceremonia que de euforia. Y más allá de los vaivenes de popularidad, a lo largo de las décadas pocos géneros adquirieron un carácter tan global como los analizados, al punto que desde principios del siglo XX cuentan con público (y ejecutantes de fuste) en todo el mundo, pero particularmente en Europa.
De los múltiples creadores e intérpretes que dio la música popular del siglo XX, el que mejor conjugó recursos del tango y del jazz probablemente haya sido Ástor Piazzolla. Su obra (o al menos parte de su vasta producción) fue la materia prima que eligió para dar rienda suelta a su enorme talento el pianista argentino Mario Parmisano, un músico de vasta trayectoria que si no es más conocido a nivel local puede ser por su bajo perfil como acompañante de grandes cantantes en los años ’80 y ’90 y también porque desde 1993 casi toda su carrera como destacado concertista transcurrió en el extranjero. Un solo dato debería bastar para acreditar su capacidad: desde entonces integra el grupo del legendario guitarrista estadounidense Al Di Meola. Pero si alguien quisiera comprobar las destrezas y el sentido estético de Parmisano en discos propios ahí tiene los cinco que en lo que va del corriente siglo fue editando con un proyecto solista.
En tres de esos cinco discos Piazzolla fue el proveedor del repertorio que Parmisano eligió para explayarse. El más reciente, en particular, fue editado en 2014 y presentado con una serie de conciertos a lo largo de este año en diversos ámbitos de la Argentina. Titulado Forever Ástor, es un CD lleno de hermosos hallazgos, con seis piezas del genial compositor marplatense como trampolín para el vuelo interpretativo de su teclado, asociado a la batería de Lucas Canel y el bajo de Damián Vernis. Claro que el disco no sería lo que es sin los aportes de algunos referentes del jazz internacional como artistas invitados: Abraham Laboriel en bajo, Paul Wertico en batería, Bob Franceschini en saxos y Mike Pop, también en bajo. Todos siguen arreglos diseñados por Parmisano, a cargo del piano en cada uno de los tramos.
No es sólo en el repertorio que hay tango y jazz (habida cuenta del eclecticismo de Piazzolla, él mismo un admirador de la música sincopada). Todo Forever Ástor es un trabajo a la vez tanguero y jazzero por la apelación a recursos de ambos géneros. Los contrapuntos, los solos, los timbres de los instrumentos, la variaciones más allá de lo que exigen “las historias de tres minutos” abundan por doquier. En ese contexto, Parmisano brilla como un eje siempre ocurrente, un instrumentista de fascinante digitación para ideas que parecen embellecer aun más las obras de por sí ricas, que en los casos de Libertango, Primavera porteña, La muerte del ángel y Fuga y misterio resuenan en un nuestros oídos con un largo historial de versiones. No es tan así lo que pasa con Concierto para quinteto y Café 1930, las piezas con que se corona el disco. En todas las pistas, sin embargo, hay lugar para el lucimiento individual y colectivo de los músicos.
La de este quinto CD solista de Parmisano no es música para escuchar mientras cocinamos o atendemos los reclamos de un sobrino. En todo caso, es mucho lo que se pierde en esas circunstancias, ya que requiere una atención plena de todo el aparato auditivo como para apreciarla en todas sus dimensiones. Pero aun en medio de esas vicisitudes es proveedora de gratos momentos y puede aportar tantos climas como los que ofrece en sentido literal la Argentina.
Los cruces entre tango y jazz registran varios antecedentes. Es fácil detectar la fisonomía de Adiós muchachos detrás de los versos de I get ideas, o la melodía de El choclo detrás de los de Kiss of fire, ambas interpretadas por Louis Armstrong. En 1956 el trompetista Dizzy Gillespie grabó un disco en vivo junto al bandoneonista (y director de orquesta) Osvaldo Fresedo en el cabaret porteño Rendez-vous. El propio Ástor grabó con el saxofonista Gerry Mulligan y con el vibrafonista Gary Burton. Con diferentes fórmulas y objetivos también correspondería mencionar trabajos del saxofonista Jorge Retamoza, de sus colegas Oscar Kreimer y Miguel De Caro, del trompetista Gustavo Bergalli y de los pianistas Pablo Ziegler y Adrián Iaies, entre otros. En ese lote de célebres ejemplos bien puede inscribirse esta última producción discográfica de Mario Parmisano.
Carlos Bevilacqua
En la imagen, Mario Parmisano.
Publicado el 27-11-2015.