Desde que se radicó en Nueva York, la bailarina Natalia Hills vuelve con frecuencia a Buenos Aires. Pero recién ahora logró estrenar en un teatro un espectáculo propio: Romper el piso, una producción impactante que hace honor a la imagen idealizada que suele generar la distancia. Con 21 artistas en escena para un estética tanguera original, podrá verse durante todo agosto en el Maipo.
Era alta la expectativa que había el miércoles pasado en foyer del Teatro Maipo. Es verdad que los espectadores eran en buena medida bailarines profesionales y milongueros, pero ese, justamente, es uno de los públicos más exigentes. De manera que la vara de la expectativa estaba bien alta. Por eso, la excelente repercusión que tuvo el trabajo de Natalia Hills como directora, coreógrafa y protagonista central de Romper el piso tiene doble mérito.
La noche también tenía algo de especial por tratarse de una bailarina argentina de renombre internacional que no suele actuar en su país. ¿Cómo es el baile de esa mujer de tanto éxito en escenarios del mundo?, se preguntaban muchos. Esos mismos colegas curiosos se dieron el gusto de apreciar su técnica depurada pero además de ponderar sus capacidades como ideóloga de un show escénico de gran factura. A la altura de lo que desde hace unos 20 años ella misma viene ofreciendo sobre algunos de los más prestigiosos escenarios del hemisferio norte y muchas veces integrando compañías de proyección internacional. De hecho, este mismo show viene girando desde 2009 por Estados Unidos, México e Israel.
Si en lo formal el trabajo de Hills no innova demasiado es porque no se lo propone, y acaso porque no lo necesita. Los cuadros están organizados en cuatro escenas de cierta cohesión temática tituladas “Los morenos”, “En el abrazo”, “De Toulouse al Abasto” y “Misterio allá”. Pero no son del todo previsibles ni los temas musicales elegidos, ni los hermosos arreglos del chelista Patricio Villarejo, ni tampoco los movimientos de las seis parejas que van ejecutándolos. Y en este último punto radica una de las grandes virtudes de Romper el piso, porque las coreografías conjugan la raíz más sabrosa del tango tradicional de salón con su estilización más refinada. Como si eso fuera poco, hay lugar para juegos más libres en el último segmento (animado por música de Piazzolla), recursos teatrales (sobre todo en el rol reservado al primer bailarín Alejandro Aquino) y hasta un espacio para el folclore rural misionero (al principio del show, en aparente alusión al aporte inmigratorio europeo).
Otro ingrediente inesperado de este espectáculo es el énfasis que Hills hace en el componente negro del tango, un asunto por demás polémico en términos musicológicos, pero que luce verosímil en el vínculo que se sugiere entre el tango primigenio y el candombe afro-rioplatense, tanto al comienzo como al final del repertorio.
Claro que nada de lo aludido hubiese salido tan brillante sin aquellos que ponen sus dúctiles cuerpos al servicio de las ideas. Todos bailarines de pareja calidad técnica, algunos ya de reconocida trayectoria en el ambiente tanguero: Nicolás Minoliti (quien oficia de pareja alternativa de Natalia), Tomás Galván y Gimena Herrera, Manuela Rossi y Juan Malizia, Cecilia Capello y Diego Amorín, y Gisele Avanzi y Ricardo Astrada. Con un rol destacado, por momentos hasta como bailarín solista, completa el elenco Alejandro Aquino, probablemente el más veterano de todos y otro artista de muchos lauros en el Exterior.
Por donde se la mire, la producción de Tangueros del Sur (tal el nombre de la empresa de Hills) es de grandes dimensiones artísticas. A tal punto, que el escenario del hermoso Teatro Maipo queda chico en términos físicos para el despliegue de este trabajo. Porque así como son doce los bailarines (que en algunos pasajes actúan todos juntos), responden a una música en vivo interpretada in situ por nueve músicos. He ahí otro de los planos más cautivantes de la puesta. Bajo las órdenes de Villarejo (a su vez a cargo del chelo), despliegan su talento dos bandoneonistas (Leandro Ragusa y Santiago Arias), un violinista (el gran Humberto Ridolfi), un pianista (Julián Caeiro), un guitarrista (Germán Martínez), un contrabajista (Cristian Basto) y hasta un baterista (Richard Niego, en rigor, más un percusionista por su nivel de sutilezas) y una flautista (Nili Grieco, de singular protagonismo en un tramo evocativo de la Guardia Vieja).
Tras un pre-estreno para prensa y otro para el público en general, Romper el piso volverá a escena todos los miércoles de agosto, a las 20:30, en la mítica sala de Esmeralda 443 (CABA) con entradas entre 200 y 500 pesos. Montos que, más allá de lo altos que puedan resultar, bien valen un esfuerzo por todo lo que uno recibe a cambio.
El tango recupera su intensidad original en este trabajo de Natalia Hills. Y a pesar del rol teóricamente pasivo que le cabe al espectador, hay algo de celebración de los sentidos. Una sensación de armonía que no abunda.
Carlos Bevilacqua
Publicado el 31-7-2016.
En la imagen, una escena de Romper el piso. Foto de Martín Rivas.