No es fácil la vida del cronista peñero. Hay que probar comidas y bebidas, hablar con desconocidos, acaso bailar, sopesar la calidad del sonido, discutir sobre música con colegas… ¡Además, a veces hay que empezar a trabajar temprano! Ayer, sin ir más lejos, empezamos nuestra recorrida a las 21.
La primera parada fue en el Club Tiro Federal, en pleno centro coscoíno. Ahí se estaban ultimando detalles para una nueva edición de la “Fiesta del Violinero”, que no es otra cosa que la peña organizada por el talentoso violinista Néstor Garnica. La misma que a través de afiches y de esos autos con megáfonos que subsisten en los pueblos se promociona como “la más grande de Cosquín”. Y, al menos por el tamaño del salón, por ahí debe andar. Un espacio al aire libre, munido de frutas y vinos dispuestos a mezclarse, da lugar luego a una enorme cancha de básquet con larguísimas mesas concéntricas al escenario. Un escenario de cierta sofisticación, con un buen equipo de sonido (capaz de llegar con vigor al último rincón del ambiente) y hasta con una pantalla de video HD por encima.
Los primeros espectadores se van ubicando morosamente. Son muy pocos y esa fuente invaluable que suelen ser los mozos nos informa que para que aquello levante temperatura falta al menos una hora.
Historias con aplausos
Pero el cronista peñero no puede esperar tanto. La curiosidad lo mata. Y decide aprovechar el tiempo visitando el cercano Centro Cultural Enrique Brizio, un lugar que ya nos había llamado la atención por permanecer de noche y con unos televisores del lado de afuera de sus ventanas (con la señal de la TVP, claro, que transmitía en vivo lo que pasaba en la Plaza Próspero Molina).
Charlando con Verónica Quiroga, coordinadora de la institución, entendemos la razón. El CCEB tiene entre sus misiones promover nuevos artistas en el panorama del folclore profesional. “Todo esto lo hacemos sin fines de lucro –aclara–, nos sostenemos gracias a los aportes de los alumnos”. Se refiere a los talleres de canto, guitarra, danzas, teatro y tejidos que allí se dictan todas las semanas. Por estos días, la esquina de Tucumán y Gerónico (sede del centro cultural) seduce al transeúnte con una muestra gratuita sobre la historia del festival de folclore que incluye libros, revistas y LPs.
Nueve motos y una casa
A pocos metros de ahí, nos atrapó con sus tentáculos de música y baile La Peña del Pueblo (nada menos), un encuentro muy especial. Primero, por el lugar en el que se desarrolla: otro enorme salón de un club (Independiente de Cosquín). Así como es difícil calcular la cantidad exacta de gente que puede albergar, también debe costar mucho llenarlo. Ahí sí nos quedamos y cerca de la 1 el lugar llegaba a un 40% de su capacidad, aproximadamente.
Otro rasgo que sorprende es el permanente juego de luces (de esas teatrales, bien potentes) que cruzan techo y paredes. No importa quién toque, qué toque, ni si la música es en vivo o grabada. La iluminación onda discoteca no se detendrá nunca.
Y, aunque extra-musical, hay otro dato que asombra: todas las noches del festival se sortea una moto entre los concurrentes. Moto tangible, que descansa junto al escenario, luego de ser ingresada al salón a eso de las 22:30. Moto que te podés llevar esa misma noche en sentido literal, según anuncian. O sea que podés llegar a la peña caminando e irte en moto, sólo por un golpe de suerte.
La generosidad no acaba ahí. Al artista que el público elija como el mejor de la peña en la temporada festivalera 2017 le regalan otra moto y un servicio de difusión durante un año. Pero el premio mayor es para el público. Se trata de una casa prefabricada. Sí, leyó bien. La última noche se sortea una vivienda para armar entre todos los que a lo largo de estos días pagaron su entrada.
A favor de La Peña del Pueblo (organizada por el músico Maxi Banegas) hay bastante más para decir. Los números musicales de cada noche se cuentan por decenas, algunos de indudable mérito. Todos conforman una especie de mosaico. Es que en la misma noche en que estaban programados Los Manseros Santiagueños y Los Cantores del Alba (que mucho antes de actuar le cantaron el feliz cumpleaños a una nena discapacitada), desfilaron por el equipado escenario el ex-fronterizo Miguel Quintana, el cantor puntano “Quique” Farías, el grupo Sotavento y hasta una familia completa de padre, madre y cinco hijos que se aventuran por diversos géneros (Los Charriol).
También impresiona muy bien la comida, con la parrilla a leña como especialidad de la casa.
Otra virtud es la capacidad de la conductora Norma Chello, cálida, informada y sintética sin el auxilio de papel alguno. Se nota que conoce a los artistas desde hace años.
Por último, quienes vayan con chicos tienen la posibilidad de dejarlos en una cancha de papi fútbol contigua, en la son cuidados por dos profesores de educación física mientras juegan en un inflable o al metegol, entre otras opciones.
Para todos los sentidos
No muy lejos de ahí, ya casi al borde de la Plaza Próspero Molina, se puede optar por La Salamanca, acaso el lugar más completo para disfrutar tanto de la música y el baile como de la comida criolla.
Un amplio salón con forma de L (tiene entradas por Tucumán y también por Catamarca) alberga un gran escenario en lo que sería el vértice de esa L. De ahí el sonido sale irreprochable, sin distorsiones ni ecos, fuerte pero sin aturdir y con buen balance entre los instrumentos participantes. Al menos así fue durante nuestra visita al escuchar el arte filo-chamamecero del violinista Fermín Pereyra y la estilización de ritmos tehuelches que practica el cantante Rubén Patagonia.
Además de espacio para bailar, La Salamanca parece tener un público muy equilibrado en cuanto a edades de sus componentes, que pueden estar integrando parejas, familias o grupos de amigos, según se deduce.
Con todo, en el ambiente se suele señalar como especialidad salamanquera la gastronomía. Y algo de eso comprobamos, entre tantas empanadas, humitas y platos elaborados con quinoa que veíamos ir de un lado para otro. Es que el periodismo necesita alimentarse en sentido literal. No sólo de música vive el hombre.
Carlos Bevilacqua
En las imágenes, parte de la decoración del Centro Cultural Enrique Brizio (arriba) y la mentada moto junto al escenario de La Peña del Pueblo (abajo). Fotos del autor.
Publicado el 25-1-2017.