Con unas dos decenas de artistas sobre el escenario, Cosquín rindió un hermoso tributo a Gustavo "Cuchi" Leguizamón en la quinta jornada del festival. La producción y dirección musical de "Popi" Spatocco fue clave para el memorable resultado final.
Es poco probable que otro segmento de Cosquín '17 esté a la altura del homenaje coral que el miércoles pasado le tributaron casi veinte artistas a Gustavo "Cuchi" Leguizamón. Figura clave del cancionero argentino de raíz folclórica, el ya legendario pianista, compositor, letrista, docente y abogado, fue evocado de la mejor manera en el año del centésimo aniversario de su nacimiento.
El concepto general tenía algo de conocido y algo de novedoso. Por un lado, un entorno orquestal amplio, con instrumentos folclóricos típicos (guitarra, bombo y violín –en este caso violines–, a veces sikus) y otros más de cámara o sonido sinfónico (piano, contrabajo, clarinete, chelo, percusión más variada). En simultáneo, una decena de cantantes de enormes condiciones, aunque de diversos estilos, presentándose ellos mismos en el frente del escenario para ir interpretando canciones del Cuchi. Lo hicieron en parejas, con un sistema encadenado por el cual cada cantante interpretó dos canciones (cada una con diferentes compañeros), hasta cerrar el círculo con el retorno de la primera voz participante. Círculo que se inició con Nahuel Pennisi y fue recibiendo los aportes de "Chacho" Echenique, Franco Luciani (primero como armonicista y después como cantante), Liliana Herrero, Lorena Astudillo, Melania Pérez, Luis Leguizamón (hijo del Cuchi y destacado cantante), Los Coplanacu, Bruno Arias y La Bruja Salguero.
Pero fue sobre todo en la concreción con un determinado sentido estético que la idea logró lucimiento. La producción y dirección de Gustavo "Popi" Spatocco fue fundamental para que temas como La pomeña, Maturana, La arenosa, Chacarera del expediente, Elogio del viento o Zamba del carnaval pudieran brillar con toda la belleza melódica y armónica que guardan. Para lo primero, pesó mucho el protagonismo de las cuerdas, con todas sus posibilidades de alargar y ligar las notas, más allá de cierta reminiscencia clásica que siempre conllevan. Algo que enriqueció, pero que no contaminó el sabor folclórico de las piezas.
Tampoco pareció casual la distribución del repertorio. Que Zamba del laurel, por ejemplo, la cante Astudillo, quien ya la había interpretado tantas veces desde que la grabó en su primer disco, de 1999. O que el Carnavalito del duende haya quedado para Arias (jujeño), esta vez junto a Los Coplanacu. O que uno de los dos cruces de éste haya sido con Salguero, con quien tiene una química probada hasta en aquel gran CD conjunto que fue Madre tierra.
Como si eso fuera poco, la gigantesca pantalla de video que respalda el escenario fue usada con muy buen criterio para ir comentando las diferentes canciones con esbozos de paisajes que se iban dibujando progresivamente.
Para completar el redondo panorama, las pocas veces que cesó la música las palabras fueron pocas y certeras. Primero, a través de Liliana Herrero: "El Cuchi Leguizamón, un manifiesto musical y político". Luego a través de su hijo Luis: "El Cuchi no era sólo música. También era otras cosas. A los obreros despedidos de Clarín, en esta voz les hacemos el aguante". Y sobre el cierre, por intermedio de Spatocco: "El Cuchi para nosotros siempre será el ejemplo de lo mejor que somos y de lo que podemos ser. Para todos los músicos de nuestro país siempre va a ser un orgullo que él haya sido argentino".
Un total de 53 minutos que se coronaron con todos los cantantes interpretando sin amplificación, a coro con una plaza emocionada, la zamba Balderrama.
Salta, la estridente
Sin embargo, el tramo más apreciado de la noche pareció ser el protagonizado por Los Rojas (Jorge, el ex-Nocheros y sus hermanos Alfredo y Lucio). Al menos por la efusividad del público. No muy lejos de la estética que lo caracterizó a Jorge Rojas desde que empezó a ser masivo, el trío vocal entregó versiones efectistas de canciones bastante previsibles, que oscilan entre lo evocativo del pago y el romanticismo más meloso. Con una producción impactante, de esas que incluyen bailarines y mucho uso de las luces escénicas, fue un show potente, ante el que es difícil permanecer indiferente. Y que casi no se vio afectado por la llovizna caída poco después de haber empezado.
El escenario mayor del festival se había inaugurado con la música festiva y nostálgica de La Callejera, una banda de creciente popularidad en la provincia de Córdoba que se dedica a reeditar viejos valses, rancheras, chacareras, pasodobles, jotas cordobesas y hasta algo de cuarteto en versiones bien bailables. Todo con una gran cantidad de instrumentos (entre los que el acordeón aporta un timbre distintivo), glosas entre didácticas y poéticas que van presentando cada número y una ambiciosa puesta en escena que incluyó coreografías del Ballet Arte Nativo de Cruz del Eje.
La quinta luna coscoína también tuvo lugar para el violinista Leandro Lovato, el cantor Franco Ramírez, el grupo vocal Los Nombradores del Alba (con Facundo Toro), las "Postales de provincia" (esta vez a cargo de artistas salteños), el cantor Yoel Hernández (artista destacado de los espectáculos callejeros), así como para diversos ganadores del Concurso Pre-Cosquín: el conjunto Los Che Chelos, el guitarrista "Pico" Rubio, los bailarines Irina Palandella y Alejandro Molina Sendra. Cada uno con sus méritos y sus costados débiles. Pero sin dudas eclipsados por el tributo a Leguizamón, uno de esos tramos memorables en la vida de cualquier persona sensible.
Carlos Bevilacqua
En la imagen, Franco Luciani y Liliana Herrero. Foto de Eduardo Fisicaro.
Publicado el 28-1-2017.