El universo creativo del "Tata" Cedrón en un espectáculo que honra su obra


Con una oportuna confluencia de música en vivo, muy buena danza y algo de teatro, Arrabal salvaje revaloriza un amplio abanico de canciones creadas por el histórico cantor, guitarrista y arreglador. Él mismo anima las acciones desde el escenario, bajo la dirección general de Andrea Castelli.

      Aunque a través de las décadas su foco creativo se posó sobre la musicalización de textos ajenos y como arreglador musical, la obra de Juan "Tata" Cedrón concentra un aroma poético más bien homogéneo. Es que su inclinación hacia determinados escritores de diferentes épocas (Raúl González Tuñón, Juan Gelman, Roberto Arlt o Julio Cortázar, por casos) revela una determinada idea de Buenos Aires, cronológicamente más cercana al que tuvimos en la primera mitad del siglo XX, pero de alguna manera siempre vigente en las letras de la mayoría de los tangos. Y, acaso, también en el imaginario colectivo.
      Arrabal salvaje, el espectáculo que lo tiene como protagonista central desde el 1º de octubre, logra instalar esa atmósfera que parece perdida en la vida real. No sólo por la potencia de lo que Cedrón canta y por el oportuno entorno orquestal que se agencia sino, en buena medida, por las exquisitas coreografías que despliegan trece bailarines de diferentes generaciones. Coreografías solistas y de pareja, pero sobre todo grupales, van ilustrando, comentando y hasta celebrando las imágenes que sugieren las canciones, a su vez muy diversas (abundan los tangos, pero también hay varios valses, alguna polca, una huella, una zamba y un candombe, entre otras renuentes a la etiqueta).
      Gracias a esa interacción entre música y baile, los sentidos tienen mucho para percibir. Los lenguajes corporales se funden con delicioso eclecticismo, lo teatral está a la orden del día en pos de cierta narración, el vestuario evoca tiempos idos, la iluminación genera climas, los músicos agregan sonidos vocales o percusivos con algún sentido dramático y, como en contraprestación, en otros tramos los bailarines suman sonidos de zapateo que subrayan un ritmo folclórico (como pasa en La canción de San Jamás, una chacarera creada por el Tata a partir de una poesía de Bertolt Brecht). La elocuencia de las coreografías es doblemente meritoria si tenemos en cuenta la modulación algo críptica que caracteriza a Cedrón, como de arrabalero recargado, al interpretar los versos.
      A pesar de lo que el título de la obra puede sugerir, no son personajes marginales los que predominan en las secuencias. Lo salvaje, en todo caso, parece aludir más a lo agreste, espontáneo y en cierto sentido indómito que tenía aquel barrio en tantos tangos idealizado. De hecho, cierto candor atraviesa buena parte del repertorio. Lo cual no impide que surja el retrato social en toda su crudeza, como ocurre en el poema de Celedonio Flores que da nombre al espectáculo, también musicalizado por Cedrón. Sean episodios verosímiles o más fantásticos, todos tienen sentidos poéticos. Así, la tristeza que varios de los personajes transmiten no es en vano.
      El aporte de la danza se mantiene a lo largo de los 80 minutos de ininterrumpida acción. Porque en los segmentos en que los músicos descansan los bailarines siguen activos, aunque sobre versiones grabadas por agrupaciones del Tata. Por eso y por la complejidad de las coreografías, más que de un recital con danza se trata de un obra multidisciplinaria, en la que danza, música y teatro se integran con muy resultados fascinantes.
      En total, participan 18 artistas en escena: Miguel Praino, Josefina García, Daniel Frascoli, Miguel López y el propio Cedrón son los generadores de la música en vivo; Corina de la Rosa, Andrea Manso Hoffman, Patricia Herrera, Sabrina Salvatore, Florencia Curatella, Carolina Viturro, Yamila Buezas, Marcelo Demarchi, Julián Gutiérrez, Gastón Gatti, Alejandro Andrián, Claudio Fleischer y Fernando Aranda Martínez los que se expresan con movimientos corporales. Todos dirigidos por la visión global y a la vez detallista de Andrea Castelli, bailarina, coreógrafa y docente platense de vasta trayectoria. Claro que con la ayuda de su colega Carina Mele (en dirección y producción), Francisco Ayala y Abril Bonetto (en vestuario) y Alberto Lemme (en iluminación), entre otros.
      No es la primera vez que Cedrón experimenta con la confluencia de diferentes disciplinas para mostrar su música. Desde que volvió a Buenos Aires, en 2004, ya había conseguido una feliz alquimia entre su cuarteto y los títeres del grupo La Musaranga, en lo que se dio en llamar "Puchero misterioso".
      Más allá de lo objetivo (si es que tal cosa existe), hay entre los atractivos de Arrabal salvaje una dimensión definitivamente subjetiva. Que es la de escuchar in situ a una figura de la historia grande del tango, particularmente para sus admiradores. Una dimensión que abarca lo musical, pero también lo extra-musical, compuesto por ingredientes como sus comentarios, entre una pieza y otra. Ya no es fácil encontrarse con alguien que se haya codeado con González Tuñón, David Viñas o "Paco" Urondo, a veces en una misma reunión. La trayectoria de Cedrón no es tan fulgurante como la de otros artistas contemporáneos, en parte porque buena parte de ella transcurrió en el exterior (a partir de 1975 forzada por razones políticas), pero por volumen y originalidad está entre las más interesantes que pueden ofrecer los que todavía caminan entre nosotros.
      Tras una temporada 2016 en el Teatro El Popular, Arrabal salvaje estará sobre el escenario de Hasta Trilce (Maza 177, CABA) los restantes domingos de octubre, a las 19, con entradas a $280.

Carlos Bevilacqua

Foto de Gerardo Azar.

Publicado el 3-10-2017.