Durante estas vacaciones de invierno, la compañía Los Títeres de Don Floresto vuelve a presentar una selección de sus obras infantiles. El resultado de No te rías de mí (una de ellas) es decepcionante.
¿Qué hacer cuando algo a uno no le gusta? Siendo cronista de espectáculos, digo. Porque, de otro modo, el asunto no encierra mayores dilemas. Pero, al menos en el ámbito de lo artístico, si uno tiene la función de informar y opinar se encuentra ante un asunto espinoso. Y polémico. Hay quienes sostienen que mejor ni tratar el tema por cortesía hacia los artistas que, efectivamente, en muchos casos hacen grandes esfuerzos por montar una obra y vivir de lo que aman. Otros somos partidarios de contar lo que vivimos. Y si el afectado por una reseña crítica es de alguna manera cercano, mala suerte. Primero debería estar el profesionalismo. Al menos al sentarnos frente al teclado. Si antes o después queremos ayudar a ese artista de alguna manera y en el ámbito de lo privado, bien podemos hacerlo por ese carril. Estará en la amplitud del criticado, el aceptar o no esa crítica como una contingencia del juego, el que implica exponer algo en público.
¿O nuestro rol como periodistas es sólo hablar de lo que nos gusta? ¿Son creíbles esas opiniones favorables de un cronista si nunca emite una desfavorable?
Hay también quienes dicen que nadie tiene el derecho a opinar públicamente sobre una obra artística, dado el carácter subjetivo, resbaladizo e inasible de lo que se expone sobre un escenario. Esta última una idea que de tan purista parece naïf. ¿Abolimos por completo los medios de comunicación? ¿Dejamos todo librado al boca en boca? A esta altura, ¿alguien cree que las redes sociales (la versión posmoderna de ese boca en boca) no se manipulan?
Aunque cayendo en una metáfora desproporcionada, soy de los que creen que alguien tiene que hacer “el trabajo sucio”. Ese antipático (y difícil) de acercar al lector una visión sobre lo que se está ofreciendo en cartelera. Aun admitiendo que nadie está del todo preparado para evaluar una obra de manera definitiva, sí hay quienes por formación, experiencia previa y mirada crítica pueden ejercer ese rol con cierta autoridad. Autoridad discutible, por cierto, ya que nadie es dueño de la verdad absoluta.
Después de todo, una crítica no es más que eso: una más, que no tiene por qué coincidir con las otras. Sí creo que las consideraciones de los críticos deberían estar sustentadas en argumentos, preferentemente expuestos en la misma crítica. Por lo demás, sugiero no dramatizar —valga la expresión teatral— el asunto.
A los bifes
Cumplida esta digresión que sentí pertinente, vamos a los hechos. Sábado a la tarde. Por esas vueltas de la vida, surge la chance de volver a ver a Los Títeres de Don Floresto, una agrupación de renombre con 44 años de trayectoria y que forma parte de la memoria emotiva de este cronista. La primera impresión del ámbito de la función (la Asociación Italiana de Socorros Mutuos de Belgrano) es grata: se mantiene mucho del antiguo edificio de Moldes al 2100, una especie de capricho del urbanismo entre tanta edificación en altura. Algo parecido puede decirse de la sala propiamente dicha, que se mantiene con una dignidad encomiable.
Las decepciones comienzan una vez que bajan las luces. Al menos en las historias que componen No te rías de mí (una de las cinco obras que hasta el 29-7 presenta la compañía), hay poco de sorpresa. Casi nada escapa a lo previsible en los casos de dos perros que acompañan a otro no muy querido en un mal trance, el de un burro y una burra que buscan gustarse pero con estrategias equivocadas, o el del perro guardián que ve cuestionada su jerarquía por la llegada de otro más joven. La tensión dramática es escasa, acaso por lo excesivamente elemental del guión, acaso por la dinámica algo apagada de los diálogos.
Hay, sí, cierta nobleza en los recursos y en las pretendidas moralejas. De hecho, la obra nunca cae en groserías ni estridencias tan comunes en el teatro infantil y los mensajes que se sugieren son todos edificantes, en el sentido de la solidaridad, la autenticidad y el respeto a los mayores. Los muñecos que protagonizan las tramas siguen siendo muy atractivos por su delicada factura, sus detalles y colores. Pero ciertas carencias de ejecución debilitan, cuando no neutralizan, esas intenciones.
Vaya un ejemplo: la poca expresividad de los títeres, que casi nunca mueven la boca o cambian su gesto, complica la necesaria credulidad del espectador adulto. Se me dirá: ¡es una obra para niños! De acuerdo, pero eso no impide que los padres, tíos, abuelos y padrinos —los chicos rara vez van solos— puedan disfrutar de las acciones. Es más: cabe preguntarse si esa baja capacidad de expresión de los títeres no es una barrera para llegar a buena parte del público infantil, particularmente al que supera los 4 años.
Vaya otro: la mentada no es una obra musical, pero la única vez que la música aparece, más que generar entusiasmo o subrayar un clima, genera melancolía por lo yermo de la letra y la endeble calidad de sonido.
Vaya un tercero: la apelación al humor, que parece ser uno de los nortes de la puesta, es mayormente fallida. Ya no sólo entre los padres, que ríen apenas una o dos veces durante la función, sino inclusive entre los chicos, que no encuentran mucho de gracioso en la hora de función. La verdad es que hoy no nos causa gracia lo mismo que en los años ‘70, ni lo mismo que en los ‘90. No con las mismas técnicas, al menos.
Sustrato
La imagen general que deja esta aproximación a Los Títeres de Don Floresto versión 2018 es la de una compañía anclada en el pasado. Pero no en lo que muchas veces el pasado tiene de valioso, sino en formas anacrónicas, que hasta parecen haber envejecido respecto de lo que supieron ser; y más allá de la (odiosa) comparación con lo que hoy se hace en materia de teatro infantil.
Habrá quien piense que subsistir ya es un mérito. Tal vez. Pero somos más de la idea que sugiere Eladia Blázquez cuando canta: “Eso de durar y transcurrir / no nos da derecho a presumir / porque no es lo mismo que vivir / honrar la vida”.
Carlos Bevilacqua
Recuadro
Sobre la compañía y su temporada invernal 2018
Quien desee formarse su propia opinión sobre la actualidad de Los Títeres de Don Floresto, podrá hacerlo durante este receso lectivo en Moldes 2157 (CABA), todos los días a las 15 y a las 16:30, hasta el 29 de julio. En esos horarios, hoy y mañana se volverá a ofrecer No te rías de mí; el 24, 25 y 26 Revuelo (de gatos y tucanes); y el 27, 28 y 29 ¡Vamos al cumple!, siempre con entradas a $200. Para más información sobre la compañía, http://www.titeresdonfloresto.com.ar/index.php/home.html.
En la imagen, Pinuno y Pindós, personajes de una de las historias de No te rías de mí. Tomada de la Revista Planetario.
Publicado el 22-7-2018.