Willie Campins aporta canciones sabias con "El color de este jardín"


A los 66 años, el músico se explaya como cantautor en su primer disco solista. Lo que podría ser sólo un ejemplo de tenacidad implica además una obra bellísima y llena de sugerentes mensajes.

      Valió la pena la espera. Eso fue lo que dijo –palabras más, palabras menos– el periodista especializado en música popular Alfredo Rosso hace unos días en la presentación que El color de este jardín tuvo en una modesta sala del barrio porteño de Villa Crespo. Tal vez la condición de amigo personal de Willie influya algo en su opinión, tal como probablemente le pase al autor de estas líneas. Como sea, elogiar las 12 canciones que acaba de lanzar el ex bajista y cantante de Oveja Negra (además guitarrista, docente, difusor, traductor y ahora cantautor) se parece, más que a una crítica discográfica, a un acto de justicia.
      Hay mucho de luminoso en este CD. Desde unas letras que invitan a la contemplación y la reflexión sobre asuntos esenciales hasta la diversidad de músicas que las vehiculizan, ricas en reminiscencias estilísticas, climas y arreglos. Pasando por la simbiosis entre palabras e instrumentos que siempre requiere una buena canción, la alegría que para Guillermo Campins significa ponerle voz (y muchas veces también guitarra y/o bajo) a sus propias creaciones, o las ocurrencias que supo aceptar sobre la marcha de los muchos artistas que él mismo invitó a participar. Para ejemplos, ahí están Hilda Lizarazu sumando su voz en cinco pistas, Aníbal Kerpel su órgano Hammond en cuatro, Gustavo Santaolalla su ronroco en una, Juan Cruz de Urquiza su trompeta en otra y Osvaldo Burucuá su guitarra en otra.
      La solidez conceptual se da también en el plano de los recursos poéticos, que no por sutiles son inaccesibles para una audiencia bien amplia. En diferentes canciones aparecen metáforas sobre el camino, los trenes y las estaciones (algo de lo que se hace eco el arte de tapa), cierta invitación a encontrar la paz interior, cuestiones sociales que no deberíamos soslayar, la reivindicación de la naturaleza y hasta alguna inquietud metafísica.
      Las temáticas no se corresponden necesariamente con una única pista. Así es como pueden confluir varias en la canción inaugural Adónde llevará o en la autobiográfica Desde Floresta, acaso las más hiteras en cuanto a energía rítmica. Por lo demás, cada una tiene su encanto. Hay un elíptico mensaje para Spinetta en el discurso de Entre vos y el amor, un amargo alegato en Civilenciación (neologogismo que surge de la cruza entre civilización y silencio), una oda a los cartoneros (surgida a partir de un pequeño artículo periodístico de la revista Ñ) y un cierre con Que se escuche tu voz, que sólo se había grabado en un disco conjunto de Oveja Negra, Nito Mestre, Juan Carlos Baglietto y Celeste Carballo grabado en 1984. Esa es además la única canción reeditada del álbum.
      En la mayoría de los casos, la letra y la música fueron escritas en su totalidad por el propio Campins. Una de las excepciones es Caballo de fuerza, hermosa alegoría sobre la explotación que no le cierra las puertas a la esperanza y cuya letra fue creada por Ignacio Virasoro, quien además confluyó con Lucía Campins (hija de Willie) en la factura de Civilenciación y con el intérprete para la letra de Voces. El otro hijo de Willie, Manuel, es coautor de La ruta del cartón. El acompañamiento familiar se completa con la presencia de Mónica (hermana de Guillermo y otrora cantante de la agrupación Soluna) en Cómo viaja el alma, ya como autora y voz protagónica.

Un orfebre minucioso

      Como en tantos otros casos de artistas independientes y no masivos, en esta placa hay mucho empeño personal detrás. Willie mismo se ocupó no sólo de producirla y dirigirla en lo musical sino también de conseguir la financiación (siempre ardua para este tipo emprendimientos), que esta vez llegó gracias al programa de Mecenazgo del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
      Tanto en la presentación de este trabajo como en el texto que el propio Campins escribió para el librillo interno del CD queda claro que cada sonido fue producto de una primera intención y de muchas modificaciones posteriores. Un camino de ensayo y error para el que –además de las citadas colaboraciones especiales– contó con la profesional y paciente dedicación de talentosos músicos, como Uriel Turdó en batería, Alex Faide en guitarra eléctrica y dobro slide o Claudio Lafalce (quien además fue editor e ingeniero de grabación) en guitarra eléctrica.
      También va de suyo que la hondura y el eclecticismo de este compilado no hubiesen sido factibles para Campins hace 30 o 40 años, cuando ya trabajaba con la música. Recién ahora acumula una experiencia de vida habilitante. Pero quien por eso espere encontrarse con algo solemne también se sorprenderá. Y gratamente, porque las canciones son joviales, frescas y agudas, como el padre de las criaturas.
      En el jardín de Campins nada parece azaroso. Atando el espíritu de la canción de apertura con la de cierre, los audios callejeros que trae el álbum en un "Preludio" con los de un “Posludio”, o muchas de las ideas del disco entre sí, se puede cerrar un círculo. Virtuoso, por cierto.
      Es más: tal vez suene un poco exagerado –la música siempre es una experiencia subjetiva, sujeta a decenas de factores– pero, al menos para quien suscribe y en estos días, El color de este jardín es un disco movilizante. Uno es otro después de escucharlo. Y no son tantas las obras de las que se pueda decir lo mismo.

Carlos Bevilacqua

En la imagen, portada del álbum.

Publicado el 3-12-2018.